Historias paralelas

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Al cabo de un rato de estar sentados en el ático, Astrid decidió cortar el silencio.

-Mañana me marcho –dijo, había estado buscando la manera de decírselo, explicarle todo lo que era y lo que no era, ¿porqué, quién sino ella podía contarle su vida sin que creyera que era una amenaza que intentaba matarlo? Era Zahrkek aun que no quisiera reconocerlo, era un mal que vivía dentro de ella, aunque fuera solo en parte, la perseguía a todas partes donde iba, era su mayor miedo y a la vez, lo único que le quedaba de su familia, aquella familia que nunca la quiso, la única persona que se había cuidado de ella había sido su madre, quién por protegerla estaba muerta, había escapado por poco de la muerte pero aun así todos pensaban que estaba muerta, ni siquiera su padre la había protegido, lo odiaba y odiaba a su hermanastra con todo su corazón, los odiaba a todos, odiaba las Freoth, las montañas donde había nacido y vivido. Sentía terror de pensar en ellas, de verlas, si pudiera matarlos a todos… Cada una de esas personas que le habían hecho tanto daño… Solo de una estocada… Odiaba tener que pensar tanto porqué se reflejaba en su forma de pensar que era en parte Kahrkek, en el fondo sentía todo lo que ellos sentían, no dejaba de ser como ellos y eso la aterraba. Le daba vergüenza hablar de ello con cualquier persona, por eso lo mantenía en secreto, lo guardaba en una parte de si, para si misma, eso, eso mismo, lo mejor que podía hacer era que nadie lo supiera. Se lo había contado a Peeg por fidelidad, por amor, porqué había sido lo único parecido a una madre que tenía, a ella a sus amigos y a nadie más, porqué no podía confiar en nadie y si sabían que estaba viva, se acabó el juego, porqué sin información ni paradero ni noticias de los movimientos que hacían la organización estaría acabada, no tendrían a nadie para que les ayudase, por qué si sabían que vivía, la perseguirían hasta su muerte.

-¿A dónde? –contestó Krez –¡en dos días es tu cumpleaños! No me digas que no vas estar aquí para ello –aquello sacó a Astrid de sus pensamientos

-Ah si… Espero poder estar ya de vuelta pasado mañana, tengo que ir a… La verdad es que yo… -respondió dubitativa.

-No hace falta que me lo cuentes, ya se que eres… Zahrkek, Myrth me lo contó –Astrid soltó un soplido aliviada –Ya se que nunca me harías daño –sonrió –todos confían en ti, así que yo también.

Astrid sonrió.

-Me quitas un peso de encima, pensaba que tendría que explicarlo yo misma, se me hace muy difícil.

-Lo comprendo perfectamente –dijo Krez solamente.

-Oye –Pensó Astid -¿Y cuándo es tu cumpleaños?

Krez se sorprendió por aquella pregunta ¿Cumpleaños? ¿Su cumpleaños? Siempre había sido un día cualquiera desde que vivía en las calles, siempre lo había celebrado solo. Con nadie con quién compartirlo. Se te hace muy difícil contar los días si vives sin casa, en el bosque o alejado de la población y solo sabes seguro que día es, cuando lo escuchas en algún bar o por la calle, el no tenía ni la mínima noción del día en el que se encontraban.

-¿En qué día estamos? –preguntó.

-Estamos en tercero de abril –respondió Astrid –tenemos un calendario en la cocina ¿no lo has visto? –Krez negó con la cabeza.

-Faltan dos meses para mi cumpleaños, cumpliré trece.

-¿Trece? –dijo Astrid –¡yo te creía mayor! Pensaba que tendrías catorce o quince –rió.

-Mucha gente lo dice –respondió este -.

-Será por los años que pasaste en Clott, la lucha por la supervivencia hace a uno fuerte, dicen.

Krez asintió.

-¿Era muy duro? –preguntó Astrid –vivir en la calle digo.

-Si, bastante, se hacía difícil porqué tenías que acostumbrarte a no tener siempre para comer, y siempre que comías era poco, y te sabe mal robar  a la gente para poder sobrevivir, te pasas el día preocupado pensando y buscando que comer, pensando como vas a pasar las noches frías de invierno, como sobrevivirás cada día. Nunca te acabas acostumbrando a esa vida. No tienes nada y a veces los días se te hacen eternos, yo tengo una flauta de madera, tocaba muchas veces, hacía pasar el tiempo más rápido.

-Lo entiendo perfectamente –dijo Astrid –Después de la muerte de mi madre yo también estuve un tiempo mendigando por las ciudades. Sabía cazar, he utilizado arco y flechas durante toda mi vida. La verdad es que me fue bastante bien, aprendí a disparar a bastante distancia, ahora tengo muy buen acierto. Cuando Peeg me permitió quedarme en su casa, tres meses después de vivir en los bosques, me sentí bien, sin miedo. No tendría que preocuparme más de los problemas que se me echaban encima cuando no tenía techo, por eso se lo que sientes ahora mismo, esa sensación de pertenecer a algo.

-Es exactamente eso.

Permanecieron un rato en silencio.

-Se está haciendo tarde, creo que deberíamos ir a dormir. Además mañana me espera un largo día.

Los dos se levantaron y al poco rato ya estaban cada uno de ellos en su respectiva cama.

Las luces se apagaron y la casa quedo en silencio.

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