De camino a Herr

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La comida le duró menos tiempo de lo previsto. A los dos días de caminar ya solo le quedaban un par de manzanas. Herr estaba más lejos de lo que él había pensado, seguramente porque los mercaderes le daban a Krez una impresión diferente, ya que ellos iban y venian en carros y caballos. Por ese motivo tardaban menos de tres dias en llegar a la ciudad vecina. Él iba a pie, lo que hacía que posiblemente tardara el doble en llegar.

Estaba pasando hambre y no duraría mucho si no encontraba comida. Las noches a la intemperie eran oscuras y frías. Aunque tenía una manta, no paraba el viento y no siempre encontraba un sitio donde resguardecerse de él. 

Cazar pensó es lo que necesioto hacer. Su padre le había llevado alguna vez al bosque a cazar con él. Le había enseñado a lanzar flechas con su arco de madera de pino. Que lástima que aquel precioso arco se hubiera destruido con el resto de la casa. Esa era una de las unicas armas que sabía usar. Aún así, tenia muy buena puntería, así que decidió que antes de que oscureciera se internaría un poco más en el bosque para ver si podia cazar algo para comer. 

Se salió de la senda que cruzaba el bosque, había dejado el camino principal, era demasiado peligroso, en cualquier momento podían pasar los jinetes y encontrarle, o alguien que pudiera saber o delatar la dirección que había tomado. En vez de eso, caminaba por una senda paralela al camino de carro.

Lo primero que tenía que resolver era con que cazaba, no tenía armas ni tan solo... se agachó. Había encontrado lo que necesitaba. De sus pies recogió un cuchillo afilado, los dos cortes perfectos acababan en una fina punta. Se fijó en la empuñadura, tenía adornos de plata y bronze. ¿A quién se le podría haber perdido tal reliquia? Bueno, eso era más de lo que podía pedir, lo utilizaría, para lanzar a su caza y para cortar cuando hiciera falta. Se guardó aquella apreciada arma en la mochila de cuero y siguió acanzando con sigilo por el bosque.

Recordaba que su padre llamaba a aquel lugar el bosque de las luces, porque decía que cuando se hacía oscuro se podían ver montones de luciérnagas que volaban en torno a los árboles, iluminaban el bosque pequeños puntos de luz amarillenta. Una vez le había llevado a aquel lugar de noche, cuando aún era muy pequeño, no había visto jamás una cosa igual. Aquella noche la pasaría en aquel lugar, tan especial, tan mágico y que le traía tantos recuerdos.

Después de pasar tres horas detrás de conejos, ciervos y alguna que otra ave, se encontraba estirado en el suelo del bosque, en un claro, todo él rodeado de árboles. Entre las copas podía ver un espacio del cielo que se volvía amarillento y rojo en el atardecer. La verdad, no esperaba una cacería tan buena, había conseguido dos perdices y un conejo. Estaba contento, aquel día había podido comer, para él aquello era todo un banquete. Miraba al cielo, sonreía, podía ver los pajaros negros que cortaban el cielo, ya de un color rojo vivo.

 Empezaba a oscurecer cuando pudo oir un ruido en el camino principal, se acercó al camino, sin hacer ruido y con precaución. Desde detrás de los primeros árboles pudo ver a tres hombres y dos carros que recorrían penosamente el camino de tierra. Después de haber pasado por delante suyo pudo ver, dentro del último carro, a una mujer que lloraba desconsoladamente y a un hombre que la consolaba a su lado. Pobre família pensó seguro que les ha ocurrido alguna desgracia.

Se dió la vuelta y se dirigió otra vez al claro, realmente había pensado que eran los dos encapuchados los que recorrían el camino, furiosos de no haber dado con él en Clott.

Absorto en sus pensamentos llego al claro y pudo ver entonces, maravillado, el espectáculo de luces que iluminaba el lugar después de haberse puesto el sol. Millones de luciernagas iluminaban el bosque, eran pequeñas lucecitas que volaban de un lado para otro. Quedó maravillado, aquello era realmente mágico.

Se estiró en bajo un árbol y cojió la manta para taparse, debía dormir, el día siguiente le quedaba un largo camino  hasta llegar a Herr. Tenía la sensación de que nada malo podía pasarle esa noche, que las luciernagas y sus luces velaban por él.

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