Cielo ardiente

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Aquel día Nyx se levantó de repente como últimamente cada madrugada, no sabía que hora era, esos días atrás la habían atacado toda una gran variedad de las peores pesadillas imaginables. Soltó un uff! solo había sido una pesadilla, otra vez. Se incorporó y saltó de la cama. Se acercó a la ventana que había en su habitación. Esta no era muy grande pero le gustaba. Estaba en el segundo piso, al final del pasillo. Dentro del cuarto había poco mobiliario, un par de sillas, una cama y un armario de madera. Siempre le había gustado aquel lugar, sobretodo porque, tenía una ventana que daba a la plaza mayor. Era, para ella, un lugar especial, desde allí podía observar durante todo el día lo que sucedía y la vida de la gente del pueblo. Aquella plaza era el corazón de esa villa. La gente se juntaba allí, se contaban histórias y era donde los vendedores ejercían su oficio.

 Habrió los porticones que impedían que entrara la luz, ella odiaba que por las mañanas la despertaran los brillantes rayos de sol que procedían de la ventana. Así que cada noche, antes de irse a dormir las cerraba. 

Salió al paqueño balcón que daba a la calle, le llegó una ráfaga de viento frío. A lo lejos podía ver el mar que se extendía, bajo la colina donde estaba situado el pueblo donde ella vivía. La mayoría de los barcos estaban descansando en el puerto, muy pocos navegaban de noche en aquellas épocas del año. 

Nyx vivía en un pueblo portuario con su família, con su madre y su hermana pequeña, su padre había muerto en el mar, en una expedición a las islas rojas, que se encontraban al otro lado del mar Amethyst, hubo una tormenta que hizo que el mar se tragara el barco donde navegaba. Su casa no era muy lujosa pero para vivir era más que un hogar.

Cuando por las noches no podía dormir siempre salía al balcón y se sentaba allí, sin hacer nada, pero aquello la calmaba, miraba hacía el mar y le recordaba a su padre, sabía que en algun lugar de este se encontraba él, ahora el mar le pertenecía. 

Una vez su padre le había contado que el nombre de Amethyst provenía de una vieja historia, que decía que mucho tiempo atrás, un guerrero quería conquistar el corazón de una dama y lo consiguió, pero el padre de ella se opuso a ese matrimonio. Le dijo que tenía que demostrar que realmente estaba enamorado de su hija, solo así conseguiría su mano. Él, desesperado, fue a ver a una hechicera que conocía y que le debía favores por sucesos anteriores y le pidió que le ayudase. Una mañana, la hechicera, escribió con letras violetas, color de la conocida perla de Amethyst, unas frases pidiendo la mano de la dama. El padre quedó tan maravillado por aquella declaración de amor que le concedió la mano de su hija al guerrero. Ese mar, el que tenía justo en frente en aquel momento cojió el nombre de la perla de Amethyst. 

Absorta en sus pensamientos, no se fijó en la columna de humo y de fuego, hasta que no vió el mar cubierto de reflejos rojos brillantes. 

 Todo el pueblo estaba ardiendo. 

Cuando se dió cuenta de lo que estaba ocurriendo, rápidamente, se vistió con la primeras ropas que encontró y salió de la habitación. Se dirigió hacia la habitación contigua, allí cojió a su hermana pequeña en brazos y corrió hacia la puerta que había al final del pasillo. Oyó unos gritos, llegaba demasiado tarde, habrió la puerta, todo estaba envuelto en llamas. Un calor intenso le recorrió el cuerpo al entrar en la habitación. No había ni rastro de su madre.

-¡Mamá! -gritó -¡por favor contestame!

Pero su madre ya no estaba y no tenía tiempo, así que con las lagrimas en los ojos y su hermana en brazos bajó las escaleras como un relampago, el fuego devoraba la madera muy rápidamente, la estaba alcanzando. Se dirigió a la puerta de entrada pero una gran columna de fuego la había bloqueado, sin ni siquiera pensárselo se giró y corrió en la dirección opuesta, hacia donde se encontraba la cocina, entró en ella, el fuego aún no había llegado a esa parte de la casa, cogió toda la comida que pudo y la metió en una mochila. En uno de los cajones encotró una bolsa de dinero que su madre guardaba escondida dentro de un jarrón de arcilla que guardaba allí, cuando lo tubo todo dispuesto cruzó la cocina y salió por la puerta trasera. Esta daba a la calle más alejada del pueblo. Era una de las únicas partes de aquel lugar que no tenía muralla así que corrió hacia los bosques con su hermana y la mochila en la espalda. 

Aure, su hermana, tenía cuatro años recién cumplidos, así que aún que la pudiera llevar en brazos, pesaba y se cansaba. Pasado un rato la bajó y la hizo caminar a su lado. 

Llegaron a un camino, habían dado con el que venía de su pueblo, ahora no podrían perderse.

-Los caminos siempre llegan a algún lugar -dijo Nyx a su hermana -no podemos perdernos -su hermana sonrió.

Realmente había tenido mucha suerte, al estar levantada al menos había tenido la ocasión de reaccionar. Seguramente, mucha gente había muerto en aquel incendio repentino, como su madre, bajó la cabeza ¿qué había pasado? ¿Por qué quería alguien hacer tal atrocidad? No lo lograba comprender, siempre había sido un lugar tranquilo. Se giró hacia el pueblo para contemplarlo ¿quién podría haber sido capaz de destruir tantas vidas, tantas familias?

Empazaba a alzarse el sol sobre los arboles.  Desde lejos pudo ver como todo un conjuto de llamas se alzaban desde la villa pesquera donde siempre había vivido.

El Rayo PartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora