Cojidos

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Ney lloraba de alegría y Myrth daba saltitos a su lado. Astrid se sentía tan feliz que fue a abrazarlo y le dio un beso en la mejilla. Los tres bailaban alrededor de Plok como unos felices presos que acabaran de escapar la cárcel. Entre saltos de felicidad y euforia la Sirda de Myrth salió de la bolsa que llevaba colgada a la espalda y cayó al suelo, produciendo un sonido que hizo eco por toda la sala. Rápidamente Myrth se agachó a recogerla, con miedo a que se hubiera roto. Cuando se levantó se había hecho el silencio en la sala y todos lo miraban sin comprender nada.

-¿Se puede saber que es eso? –preguntó Astrid. Myrth se quedo callado un momento, pensando en que responder. Contempló la Sirda y lanzo un soplido, por suerte no se había roto, solo tenía algún que otro arañazo. Alzo la vista hacia Astrid que lo miraba esperando una respuesta. Myrth sonrió.

-Eso es tuyo, es tu regalo de cumpleaños –sin decir nada mas, se acercó y puso la Sirda con cuidado en las manos de Astrid. Después de esto, le dio la espalda y empezó a subir alegremente la escalera que lo llevaba a la superficie.

Astrid lloraba.

-Es precioso –decía en voz baja con voz entrecortada –¡lo siento muchísimo! –gritó hacia la escalera por donde subía Myrth –¡nunca debería haberte dicho todas esas cosas! ¡Lo siento! –Myrth se rió, miro hacia debajo de la escalera.

-¡Vamos! –dijo –¡no llores tanto y sube que no hay para tanto! ¡A todos nos puede ocurrir que nos coja una pataleta como la tuya!

Todos empezaron a subir por la escalera esperando llegar pronto al final de esta y poder volver a respirar el aire del mundo que se encontraba encima de ellos, pero de ninguna manera podían imaginar lo que les esperaba allí arriba.

Myrth y Ney subieron los primeros, seguidos por Astrid que llevaba a Plok a la espalda. Aure subió la escalera la última de todos. Cuando todos estuvieron en la superficie y miraron por primera vez a su alrededor se vieron sorprendidos y rodeados por un grupo de más de veinte personas que los apuntaban con unas largas y afiladas lanzas.

-¿Sois solo cinco? –preguntó un chico que se encontraba en la primera fila de flechas. Este no los apuntaba con una lanza como el resto de hombres sino que llevaba un arco colgado a la espalda junto con su carcaj de flechas. Se fijaron entonces en que no era el único, otros pocos, los que se encontraban más alejados de ellos, también empuñaban su arco, armado con una flecha que les apuntaba a la cabeza, Astrid no dijo nada, habían quedado todos sorprendidos por la repentina aparición de aquellos hombres –responded –inquirió el chico que había hablado antes -¿sois más o estáis solos?

-So… solo somos nosotros… -dijo Astrid tímidamente, no le salían las palabras.

El chico miró al grupo de hombres. Cuando volvió a fijar la mirada en ellos solo soltó una palabra.

-Cogedlos –dijo. Y dos hombres detrás suyo les golpearon y ataron de pies y manos –los llevaremos al campamento.

El Rayo PartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora