La resistencia

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Al cabo de un par de horas Astrid despertó. Intentó incorporarse pero la cabeza le daba vueltas y le dolía por culpa del golpe que le habían dado en la nuca. Estaba sola en aquella… ¿sala? Miró a su alrededor. Los chicos no estaban con ella, se encontraba sola en aquel lugar. Estaba en una especie de cabaña. Una casita de madera. Había una puerta cerrada delante suyo y a su derecha una ventana, más bien dicho un agujero cuadrado en la pared de madera que tenía esa función. Fue hacía ella y se asomó para ver el lugar en el que se encontraba. Lo que vio desde allí la dejo patidifusa y estupefacta. Pudo ver a través de la ventana que se encontraba a… ¿Cincuenta? ¿Sesenta metros? No lo podía saber exactamente. Se encontraba en la copa de los arboles. Allí arriba había toda una red de casitas de madera que estaban colgadas sobre los arboles, aguantadas y construidas en las gordas ramas.  Algunas más altas que otras. Estaban comunicadas entre ellas por pasarelas y puentes también hechos de maderos y cuerda. Formaban toda una aldea en las alturas, en las copas de aquellos arboles tan imponentes y milenarios que había allí. En los troncos de los árboles había empotrados unos escalones que hacían que fuera más fácil la subida a las casitas.

Nunca hubiera imaginado que algún día se encontraría en un lugar como aquel. Astrid había oído hablar de aldeas en los arboles y de arboles cuyas copas alcanzaban la extensión de los castillos y que medían más de doscientos metros, pero siempre había creído que se trataba de fabulas y cuentos fantásticos. Ahora sabía que era cierto.

Unas voces que se escuchaban a través de la pared la apartaron de sus pensamientos:

-No te creo niñita, es una de ellos –dijo una voz masculina –como explicas sino la capa y su asqueroso olor?

-Te digo que era una de ellos, pero su madre era humana y la mataron, ella escapo y… -era la voz inconfundible de Aure. Astrid corrió hacia la puerta.

-¡Cállate niña! Y déjate de cuentos chinos –dijo aquel hombre.

-¿Aure? –preguntó entonces desde el otro lado de la pared –¿eres tu?

-¡Astrid! –gritó –si estoy bien.

-¿Y los demás?

-Si –respondió Aure –ellos también. Están comiendo.

-Eso es bueno.

-Astrid –dijo la niña –dile a este que tu estas con nosotros, con los buenos. ¡No me cree! ¡Dicen que eres una espía y que quieres matarlos a todos!

-Tranquila Aure –dijo Astrid –no te preocupes, ve a comer con los otros. Ya me ocuparé yo de esto.

-¡Vamos niña aparte de la puerta! –gritó el hombre que había escuchado antes. Aure se apartó y le sacó la lengua al guardia mientras se iba a encontrar con Myrth, Ney y Plok que estaban en un árbol cercano.

Al cabo de muy poco rato Astrid oyó como la puerta de su cabaña se abría. Tenía delante suyo al chico que había mandado que los arrestasen. Su cabello era castaño y cortado a media melena. Sus ojos oscuros se quedaron observándola unos segundos, eran prácticamente negros. No era demasiado alto y parecía bastante joven. Debía tener entre diecisiete y dieciocho años, se dijo Astrid.

-La verdad es que no pareces Zahrkek –dijo éste –dime ¿Quién eres? ¿Qué  eres? Y ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Qué querías hacer con esos niños? ¿Qué hacíais en los túneles subterráneos?...

-¡Eh! –lo paro Astrid -No puedo contestar a todo eso a la vez –dijo.

El chico se quedo en silencio y al cabo de un momento se sentó en una silla que había en la habitación. No se había fijado en ella hasta que él la había usado.

-Bien –dijo –entonces, cuéntame todo lo que tengas que decirme –éste calló y espero a que Astrid empezara a hablar.

-Mi padre era Zahrkek, pero mi madre una humana normal y corriente –empezó a contar –cuando se enteraron de que mi madre estaba embarazada decidieron esconderla en los bosques. Allí fue donde ella me crió, apartada de los Zahrkeks. Mi padre nos venía a visitar muy a menudo y traía cosas que podían resultarnos útiles. Allí aprendí a cazar, a tirar con el arco y el cuchillo y a defenderme si alguna vez teníamos problemas. Mientras, mi padre tubo otra hija, Ariydenn, ella era la Zahrkek por excelencia, y sigue siéndolo, es horrible. Un día los Zahrkeks nos descubrieron, hasta ahora siempre había pensado que era mi padre quien nos había traicionado pero él dice que no… bueno, esto ya lo entenderás cuando acabe. Lo que pasó es que mataron a mi madre, yo conseguí escapar.

El chico escuchaba atentamente la historia que le contaba Astrid.

-Así que… -dijo él -¿eres mestiza?

-Exactamente –respondió Astrid –medio Zahrkek y créeme, nada orgullosa de ello –después de esto Astrid continuó con el relato de su vida –pasé unos largos meses en el bosque cazando y viviendo como podía, comerciaba con las presas que cazaba en el mercado de algunos pueblos y fue entonces cuando conocí a Pegeen. Salvé a sus dos hijos del derrumbamiento de una vieja tienda. Se llaman Mirth y Ney.

-¿esos son los gemelos? –preguntó el chico.

-Acertaste –dijo Astrid y continuó –Pegeen me ofreció un techo y comida. Me hizo parte de la familia y yo a cambio trabajaba en ayudar a la organización del Rayo…

-¿estás hablando de el Rayo Partido? –dijo sorprendido el chico. Astrid no sabía que decir ¿podía ella confiar tales informaciones a esa persona? -¿aun sigue existiendo esa organización?

-Si claro ¿la conoces?

-¡Claro! Toda mi familia había trabajado en ella hasta que… -bajó la mirada –murió el heredero, el hijo de Ciela ¿vivían en Clott sabes?

-Sí, lo sé  -dijo Astrid haciendo una pausa –y no está muerto –dijo –o eso espero –añadió en voz baja.

El chico dio un vuelco y se levanto de repente. Parecía que fuera a darle un ataque al corazón. Astrid lo tranquilizó y lo hizo sentarse en el suelo delante de ella. Cuando estuvo calmado y callado, continuó contando todo lo que había ocurrido, desde la llegada de Krez Monndolyn a Herr. Él escuchaba todo lo que le contaba sin perderse una sola palabra de lo que decía y eso era bueno pues significaba que él la creía.

Cuando llegó al momento en que relató como su padre la había ayudado a escapar hizo una pausa.

-Eso explica el olor a Zahrkek y la capa de tu padre –dijo el chico -¿y la luz de vitrio? ¿Aun la tienes? –preguntó.

-No –dijo Astrid más seria –se la di a Pegeen –a partir de aquel momento no hubo ninguna interrupción más hasta que Astrid acabó.

-Vaya, así que habéis perdido a Krez –dijo haciendo una mueca –¿no sabéis nada de donde puede estar?

-No, ni idea –contesto Astrid –Nos separamos en los túneles. Iba con Nyx y Pegeen. Si Pegeen sabe salir, no deberían tener muchos problemas.

El chico asintió.

-Ahora puedo entenderlo todo –se quedaron un rato en silencio.

-Bueno, yo te he contado toda mi vida –dijo Astrid –creo que me merezco al menos saber donde estoy, cuál es tu nombre y todo lo que deba saber.

-Yo me llamo Crozat –dijo el chico y fue hacia la puerta y la abrió de par en par –y esto –señaló hacia fuera –es la resistencia.

El Rayo PartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora