Huída

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Aquella noche no volvió a su refugio, estaba inquieto. Pasó gran parte de la noche rondando por los tejados y las calles desiertas de la ciudad. Después de tantos años había revivido aquella imagen, su casa destrozada, sus padres muertos y una figura negra que se deslizaba fuera del jardín.

Ya de madrugada, volvió al tejado y se comió un trozo de queso del día anterior, cogió su mochila y se la colgó, bajo de los tejados y caminó por la calle en dirección al mercado.

Cuando ya estaba apunto de llegar, tropezo con algo. Miró al suelo y vió una bandeja de hierro que había quedado hundida en el barro de la calle. La cojió y la observó. Tenia una filigrana en un costado de la parte inferior.

-Esto es de Mirna, debería ir a devolvérselo -se dijo.

Mirna era la pastelera, era una amable señora que vivía en la calle de al lado de donde se encontraba. Hacía los mejores pasteles y bollos de Clott y algunas veces le regalaba alguno a Krez. Ya decidido, cojió la primera calle que cruzaba a la derecha y se fue hacia la casa de Mirna. 

Esta vivía en una casa poco lujosa, más bien humilde, justo en medio de esa calle. Tenía un par de ventanas en la fachada, junto a la puerta. Dentro había un escaparate y en frente de la puerta la puerta que daba a su taller culinario. Era una pequeña sala con dos mesas juntas donde hacía las masas y un horno de arcilla en uno de los extemos. Justo al lado tenía un armario con todos los ingredientes necesarios para hacer los pasteles.

Krez entró en la tienda. Era temprano y estaba vacía. 

-¿Señora Mirna? -la llamó -¿está usted? -avanzó hasta la puerta de la cocina. Entonces, ya más cerca de la puerta escuchó unas voces  que provenían de detrás de esta.

-¿Estás segura de que no le has visto nunca? -dijo una voz fría -No me mientas, no lo conseguirás.

-Sssi...si -dijo Mirna -que yo sepa, me ha dado muy pocos detalles, si supiera algo más...

Krez se apoyó en la puerta y pudo ver, por un estrecho de esta, lo que sucedía en su interior. El hombre encapuchado de la noche anterior cojía a Mirna por el cuello y la retenía contra la pared. La pobre pastelera estaba roja, no le llegaba sangre a la cabeza, sus piernas se movian nerviosamente cerca del suelo. Al otro lado de la cocina, apoyada en la pared estaba la chica del pelo dorado que observaba divertida la escena. 

-Si está dispuesta a colaborar no le haremos daño, por favor dinos...

-Se llama Krez -saltó la chica, que se había retirado de la pared y se acercaba a su padre -creo que se lo oí decir a aquel hombre que mataste allí en Herr.

¿Krez? pero... ¡si era él! se retiró de la puerta. ¿Cómo podía ser que lo estuvieran buscando a él? Su cara se puso blanca, estaba realmente atemorizado ¿para que lo querían? ¿Qué le harían? tranquilizate se dijo a si mismo, no saben que estás aquí, si estás atento no te encontrarán. Fuese lo que fuese para lo que le querían no tenía que ser bueno.

-¿Krez? -dijo Mirna -si, se quien es -el encapuchado la dejó de retener, cayo al suelo desplomada

-¿y...? -dijo la chica.

-Es un pobre sintecho que vive en las calles y roba en los mercados, como hacen todos los que són como él. Sus padres murieron en un incendio. Además, corresponde con la descripción que me ha dado usted -hizo una pausa -¿para que le quieren? -preguntó -Es un buen chaval y nunca ha salido de la ciduad...

-Eso no le incumbe señora -dijo el hombre -¿donde podemos encontrarlo?

-No se...se refugia en los tejados, cerca de aquí, creo -dijo con voz baja.

El hombre hizo una señal hacia la chica y los dos se prepararon para marchar.

-Espero que esto quede entre nosotros -dijo dirigiendose a Mirna -si no... se donde vives...

Mirna estaba realmente atemorizada, asintió con la cabeza haciendo un movimiento nervioso, como diciendo claro nada más que por miedo.

-Vamos- dijo a la chica -tenemos trabajo.

Se acercaron a la puerta de la cocina. Rápidamente, Krez, se escondió detras del mostrador de la tienda y sin hacer ningun ruido vió como las dos figuras salian de la cocina y se dirigian a la puerta. Antes de salir, la chica se giró y escudriño la sala con la mirada, luego se volvió y salió a la calle con su padre.

Cuando los perdió de vista por la calle, salió de su escondite y se fue corriendo hacia su refugio en el tejado. Llegó allí, cojió todas sus cosas y las metió rápidamente en su mochila. Cuando lo tuvo todo dispuesto, bajo a la calle y se alejó de allí. Sentía pena, estaba seguro de que no volvería a ver aquel lugar nunca más.

Cuando llegó a la plaza se paró ¿A donde iría? pensó ¿A que sitio tendría que ir para que no le encontrasen? No lo sabía, lo único que sabía en aquel momento, era que quería dejar la ciudad.

Herr pensó, es al sitio donde quería ir. Además era el pueblo más cercano a Clott. Llegó corriendo al mercado y se hizo con algunas cosas para poder comer durante los siguientes dias. Después de eso salió de la ciudad por la portalada de piedra y empezó a caminar por el camino de tierra que lo separaba, cada vez más, de la unica ciudad a la que se había aferrado en toda su vida.

A cien metros de la ciudad, se dió la vuelta, miró Clott. Se ergía sobre la colina y estaba rodeada de sus imponentes murallas de piedra. Se quedó un rato mirándola, después se dió la vuelta y siguió su camino.

El Rayo PartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora