Sombras bajo la lluvia

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A la mañana siguiente, cuando Krez se levantó Astrid ya se había marchado horas antes. Tenía que ir a asegurar los alrededores. Lo hacía de vez en cuando. Se alejaba tres o cuatro kilómetros y inspeccionaba los alrededores en busca de enemigos, era un trabajo duro, pues la mayoría de las veces estaban poco tiempo en un mismo campamento y rara vez dejaban rastro tras su partida. Aquel día sería peor, tendría que alejarse mucho más porque sabía que un campamento de Zahrkeks cerca, hacía pocos días habían visto a dos en Clott, nunca viajaban solos. Este podría ser el viaje más peligroso que hacía Astrid, aunque tuviera la ventaja de ser parte Kahrkek esta vez era posible que hubiera muchos por los alrededores de Herr y lo que más temía, que uno de ellos fuera su hermana. Por lo que le había contado Krez de la chica que había ido a Clott, ella estaba segura de que aquella era Aryideen, la persona que más odiaba en el mundo.

 En Herr pasaron toda la mañana haciendo y vendiendo pan, toda la familia estaba allí trabajando, aquella mañana parecía que todo el pueblo quisiera comprar pan. Pero aunque la panadería estuviera teniendo tanto éxito aquel día, Peeg estaba muy preocupada, por Astrid claro. Se avecinaba tormenta, tenía que estar preparada para cuando esta llegara. 

Y así fue, a la media hora ya estaba relampagueando y tronando. La fina lluvia empezó a deslizarse por las ventanas de la casa mientras comían al medio día. 

Con la lluvia se le haría mucho más difícil el trabajo, los rastros se borrarían del camino y la humedad disimularía el olor. Los rayos, las sombras y los truenos las voces. Llovía,  llovía mucho y cada vez más.

 - Bienvenida hermanita -saludó una voz entre las sombras pocos segundos después de que le desvendaran los ojos. Había sido todo muy rápido, la habían encontrado en el límite del bosque y la habían golpeado, atado y vendado los ojos. En aquel preciso momento estaba confusa y desorientada, aturdida, solo podía ver a Ariydeen que la miraba malévolamente con sus brillantes ojos verdes.

-vaya, vaya. ¡Todos te creíamos muerta! ¡Qué alegre sorpresa! -dijo esta.

-Igualmente -respondió Astrid. Ya se le estaba aclarando la vista. Estaban en un claro en medió del bosque, ya no llovía. 

-A papá le va a gustar mucho tu visita -dijo en un tono cantarín. ¿Qué le había pasado en todos estos años que no la veía? parecía una loca -seguro que le encantaría tenerte de vuelta entre nuestras filas -hubo un silencio -¿qué dices? ¿te apuntas? Piensa que lo hago por papá, si fuera por mí, ya estarías muerta.

-¡Nunca! -dijo -¡nunca me uniré a vosotros!

-¿Qué tal está mamá? -se burló Ariydeen.

-¡Mejor ahora que entonces cuando la torturabas! -gritó Astrid -¡Eres una criatura inmunda! Y que quede claro de una vez ¡Yo no soy tu hermana! ¡Ni lo seré nunca! 

 -Podría matarte aquí mismo ¿sabes? aquí y ahora. Pero me han dicho que espere. Qué pena.

Ariydeen se alejó de ella y entró en una  de las tiendas del campamento. Astrid ojeó a su alrededor: Estaba sola. Ella estaba atada a un árbol del claro. Había tres guardias vigilándola y una gran cantidad de Zaharkeks vigilaban y guardaban el campamento. Le sería imposible salir de allí. Toda la organización pagaría muy cara su falta de atención, no les podría avisar, los matarían a todos ¡A todos! por su culpa. No quiso llorar, aunque sabía que cualquiera en su lugar lo haría. Tenía que concentrarse si quería salvar su vida y la de su familia, de la familia que la quería.

-¿Astrid? -preguntó una voz, Astrid levantó la cabeza, delante suyo estaba su padre, tieso, palido y con cara sorprendida y aterrorizada. Estaba mucho más mayor de lo que ella recordaba. En aquel momento llevaba la capucha y la luz naranja brillante de algo que llevaba en la mano le iluminaba la mitad derecha del cuerpo.

-Tu no eres mi padre. ¡Entregaste a mamá! ¿Cómo pudiste hacer algo así? -dijo ella.

-Sí, sí que soy tu padre y yo nunca entregué a tu madre -respondió este en voz baja -y ahora escúchame bien porque voy a sacarte de aquí.

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