vestidos de negro

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Se hacía de noche. En la plaza del mercado quedaban ya solo, las pocas personas que desmontaban sus tenderetes y contaban las ganancias del día. Había solo un par o dos de luces encendidas. En las puertas de entrada a la ciudad y las murallas ya habían tomado posiciones los respectivos guardias que hacían el primer turno de noche.

Dos figuras se acercaban a la puerta desde el camino principal que llevaba a Clott. Iban montados en dos caballos negros.

Llegaron a la puerta. Los dos guardias que la guardaban los detuvieron antes de entrar, aunque bastante atemorizados, ya que daban una impresión impactante y autoritaria. Los dos jinetes no se sacaron la capucha, por lo cual, su rostro quedaba hundido entre las sombras.

 -Querríamos pasar -dijo el jinete más alto -hemos recorrido un largo camino y se nos ha hecho tarde, nos gustaría poder dormir aquí esta noche -habló con una voz fría y penetrante.

-Claro, claro -dijo uno de los guardias de la portalada aún espantado por la presencia de los estraños viajantes vestidos de negro -pueden pasar, claro -dijo.

El guardia dejó paso para que entraran en la ciudad.  Los dos jinetes cruzaron la plaza del mercado, la escasa gente que aún estaba allí se los quedaron mirando, con un toque de miedo y de curiosidad.

Al cabo de un rato llegaron a la posada de la señora Ruppers, una amable señora que siempre había estado en la ciudad trabajando allí.

Desmontaron de los caballos y los ataron al poste de la puerta.

-¿Estás seguro de que lo encontraremos aquí? -preguntó el jinete más joven -creo que podría haber salido de la ciudad, eso sería lo mas probable.

-Sí, hija -respondió -estoy seguro de que aún no se ha ído.

Entraron en la posada, ya no quedaba mucha gente en la taberna, solo los cuatro bebidos de siempre, que gastaban las ganancias del día en alcohol y bebida. Una mujer de mediana edad estaba limpiando con un trapo las estanterías de las botellas.

-Queríamos una habitación para los dos -dijo el hombre.

-En principio nos gustaría quedarnos solo para pasar la noche -dijo la chica quitándose la capucha. Tenía el cabello rubio como la paja y unos ojos claros,  una mezcla entre azules y blancos, parecían incoloros. Su cara era mas bien pálida.

-Con mucho gusto -dijo la señora Ruppers -dirigiéndose a la chica, parecía mas aliviada al ver su cara, aún que el hombre que tenía al lado aún le daba un poco de respeto, ya que no se había quitado ni la capucha y no le había podido ver la cara.

La señora les dió una llave y les dió un número de habitación. Después de eso pudo ver como las dos figuras vestidas de negro se alejaban escaleras arriba. Ella solo se giró y continuó limpiando las botellas de la barra y las estanterías.

El Rayo PartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora