Rojo Sobre la Hierba

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-Esto es solamente una muestra de lo que puede hacer la cura –dijo Arydeen –esta era solamente una solución líquida –señaló el otro pote que llevaba el Zarhkek en la mano –esta se trata de una solución gaseosa. Se extiende muy fácilmente y es la que distribuiremos por todo el reino. No tendremos que volver a preocuparnos ni por la resistencia, ni la orden, ni por ese mocoso real que esconden.

-¿Cómo podremos evitar que nos afecte a nosotros? –preguntó el Cárdeno en ese momento. Era la primera vez que intervenía y su voz era grave y rugosa, muy diferente a la que se habría esperado cualquiera de un señor mayor.

-Es muy fácil –contestó –las barreras mágicas que envuelven la montaña nos protegen de cualquier gas exterior, si nos mantenemos dentro del radio de las protecciones no nos afectará. Si alguien quedara fuera… Ese es el único problema, los efectos de la cura se invierten. Un humano se vuelve Zahrkek y un Zahrkek… se vuelve humano.

El cárdeno asintió satisfecho. Jesst en ese momento salió corriendo abandonando la puerta de la sala. Encontró a Peegen en la escalera esperándolo.

-¿Lo… lo has oído? –susurró ella –No puede ser… Una cura…

-Tenemos que marchar –respondió –rápido, o no podremos hacer nada.

Los dos salieron corriendo, bajaron el último tramo de escaleras a toda velocidad. Peeg iba primero… Y fue a ella a la que le alcanzó primero la flecha que salió disparada de la pared de la escalera, acertando profundamente a su estómago.

No se dio cuenta hasta que notó la sangre bajando por su cadera. Jesst la detuvo y la miró alarmado. Miró la pared y lanzó mil maldiciones al aire.

-Una seguridad –murmuró entre dientes –como se me pudo pasar por alto. Esto es nuevo… Protección contra humanos… no, no, no…

-Jesst… -dijo Peegen –márchate, ayuda a los otros, te necesitan.

-Que te crees que te voy a dejar aquí –respondió y la alzó del suelo sujetándola por el brazo.

-Tienes que marchar… -Jesst no la escuchaba.

-Vamos a tener que correr, estás perdiendo mucha sangre.

-Déjame…

-Ya casi llegamos a la salida, aguanta.

Jesst podía ver una mancha oscura que se ensanchaba en la cadera de Peeg.

-No vas a poder hacer nada…

-Ya estamos, aguanta estos tres metros…

Peegen luchó por liberarse de Jesst que la ayudaba a caminar apoyándola en su hombro.

-Ya esta –dijo Jesst –dame la llave.

Temblorosa, Peegen se la tendió. Jesst la cogió y presionó la pared con la punta de la llave, la pared brilló, como ya habían visto en otras ocasiones, y se abrió para dar paso a la luz del sol que venía del exterior. El padre de Astrid volvió a agarrar a Peegen y la llevó hasta fuera de la montaña que se alzaba por encima de sus cabezas. Estaba amaneciendo.

Jesst tendió a Peegen en la hierba. Cogió un trozo de tela e intentó detener la hemorragia de la herida de la mujer.

-¡Aggg! Duele…

-Lo sé, lo sé. Pero es la única manera para que no salga más sangre.

-Tienes que dejarme –dijo Pegeen, esta vez muy seria –tendrías que haberme dejado. Tienes que ayudar a los otros… A la orden, es la única manera para poder evitar su regreso, su… epidemia. Tienes que marcharte, ya no puedes hacer nada por mí…

-Peeg –dijo Jesst –No voy a dejarte aquí sola y tampoco iba a dejarte sola allí dentro. El reino va a salvarse y tú con él. ¿De verdad creías que en algún momento se me había pasado por la cabeza dejarte morir? Yo no soy como ellos, no comparto sus sentimientos.

-Nunca lo dudé –dijo Peegen. Sonrió y una lágrima cayó de su ojo derecho. Jesst sonrió y una lágrima cayó de su ojo izquierdo –No me dejes…

-Nunca –dijo Jesst y se inclinó para besarla.

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