Bajo el techo de Herr

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 ¡Por fin! Pensó Krez, a lo lejos pudo ver la silueta del pueblo que se perfilaba en un valle entre montañas. Al final había llegado a Herr. Gracias a las cacerías de las tardes no le había faltado comida y al caminar cerca del río Gyerm siempre tenía agua para beber.

Anteriormente se usaba este río para transportar las mercaderías, ya que este, unía dos o tres ciudades, a demás, al ser caualoso las barcas pequeñas podían navegar en él. Ahora ya no se usaba como transporte en aquel tramo, el nivel del agua había disminuido en los últimos años.

Llegó al valle donde se encontraba el pueblo ya a media mañana, la muralla que rodeaba el pueblo le pareció impresionante. Era el doble de alta y de ancha que la de Clott. La ciudad estaba escalonada al pie de la montaña. La puerta de entrada a la ciudad se encontraba en el valle y el camino seguía su camino por el centro de este, al lado del rio. Era realmente impresionante.

Bajó por el valle y llegó a la ciudad, la portalada estaba abierta así que entró. Las calles eran largas y formaban eses a medida que subían a la montaña. 

 Paseó por las calles de la ciudad, allí no había ningún mercado, los vendedores montaban una tienda  en la calle, enfrente de sus casas, muchas tiendas también estaban en los bajos de estas, cubiertas, así, por un techo. Al no haber mercado, le sería más difícil conseguir comida en aquella ciudad, bien, siempre podía salir a cazar, en el río se juntaban una gran cantidad de animales y aquellos parajes estaban repletos de ciervos y otros animales salvajes.

Se sentía extraño, aquella no era su ciudad, pero aún así le parecía que toda la ciudad lo invitara a pasar, era una ciudad bella y a la vez fuerte e imponente.

Se sobresaltó, había estado tanto rato caminando por aquellas bellas calles absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que ya estaba oscureciendo, debería buscar un lugar para dormir esta noche, pensó, además tengo mucha hambre, ya que he llegado hasta aquí al menos me merezco un premio de bienvenida. Así que se fue a una panadería que había visto mientras subía. A parte de comida, también robaba algo de dinero, pero pocas veces porque de cierto modo, le parecía mal y le daba pena. Aquella tarde decidió que se gastaría una pequeña parte de lo que tenía ahorrado en una barra de pan.

Cogió tres monedas de su bolsa y marchó en dirección a aquella panadería.

No era muy grande, más bien al contrario, estaba formada por una sola habitación cuadrada. Allí tenía el mostrador y a la vez, al otro lado de la sala el horno y una mesa con las masas preparadas para hornear.

Al sentir la puerta que se abría, salió una mujer de la puerta trasera, por detrás vio que había una escalera que, seguramente iba a parar a algún segundo piso. Era una mujer de mediana edad, no muy alta, tenía el cabello rizado y pelirrojo.  Miró a Krez de arriba a bajo. Hizo un gesto de sorpresa con los ojos, aun que luego movió la cabeza negando sus propios pensamientos.

-¿Que quieres? -preguntó amablemente.

-Bien, yo quería comprar una barra de pan... ¿Alcanza con esto? -le mostró las pocas monedas que tenía en la mano. 

-¿qué tipo de pan quieres?

-No se... -eso era nuevo para él, no sabía que tipo de pan se vendía así que señalo un pan redondo que parecía bien grande y bien hecho -esa.

-Lo, siento mucho pero con el dinero que llevas no te alcanza para comprarlo, si quieres otro...

-No, no, llevo un poco más dentro de la bolsa... -Se la descolgó de la espalda y se agachó para buscar dentro de esta.

La mujer se quedó parada delante suyo, lo observaba divertida. Mientras rebuscaba entre la bolsa el colgante de su madre se deslizó fuera de la camisa y le quedó colgando delante de la cara. Krez pudo ver que los pies de la mujer daban un paso hacia atrás repentinamente. Cuando hubo sacado el dinero que necesitaba pudo ver la cara de sorpresa y de curiosidad que le miraba.

 -Ese colgante... ¿de dónde lo has sacado? -dijo señalándolo con el dedo, le temblaba, no sabía si de miedo, de sorpresa pero podía ver que estaba realmente alterada.

-Era de mi madre, me lo regaló a los cinco años... antes de morir -le respondió Krez -¿pasa algo malo? La noto un poco tensa ¿es que conocía usted a mi madre?

-¿De dónde vienes? ¿Dónde vives? -preguntó al cabo de un momento.

-Vivía en Clott, bueno he vivido allí todo este tiempo, después del incendio... -no acabó la frase, la mujer estaba realmente nerviosa, se apoyó pensativa en el mostrador.

-No puede ser posible... -decía en voz baja -no puede ser una coincidencia...

-¿Eres huérfano verdad? -le preguntó al chico

-Si, mis padres murieron en un incendio.

-Vale, ¿cómo te llamas?

-Krez

-Krez, ¿y qué más? ¿Cuál es tu segundo nombre?

-Krez... Krez Moondolyn

-Seguro que es ¿Moondolyn?

-Sí, claro que estoy seguro ¿qué pasa? ¿Es que pasa algo?

-Sí, conocí a tu madre -dijo, ahora segura -y a tu padre también.

La mujer parecía más calmada que antes, sus ojos brillaban, ahora había un toque de felicidad en ellos. Felicidad y esperanza, alegría, era como si su corazón hubiera dado un vuelco. Un ruido vino del piso de arriba y al cabo de un momento una chica rubia de ojos claros apareció bajando las escaleras rápidamente.

-La comida ya está preparada, ¿vienes a comer? -preguntó aquella chica a la mujer.

-Sí Astrid ahora mismo subo y... ¿podrías poner otro plato? -dijo la mujer -Krez Moondolyn va a cenar esta noche con nosotros.

Krez miró a la mujer pelirroja con asombro ¿cuánto tiempo hacía que no le invitaban a comer? a él le parecía que ya hacía siglos que había dejado su antigua vida atrás.

-¿No tienes casa, no? -preguntó la mujer volviéndose hacia él. Krez hizo que no con la cabeza -ben conmigo, tengo que contarte un par de cosas, pero antes vas a lavarte y a cenar con nosotros.

La mujer se dirigió hacia las escaleras, Krez la siguió.

-Por cierto -dijo entonces -me llamo Peegen.

El Rayo PartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora