47. Cuentacuentos

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Los días necesarios para que Cecil recuperara sus fuerzas habían pasado. Pudiendo levantarse de la cama y vestirse por su cuenta, quiso compensar las atenciones recibidas por Dorian, y mientras el joven artista dormía en un profundo sueño, salió de la habitación y regresó antes de que el sol asomara, para despertarlo con una bandeja de alimento caliente y sabroso. Se acercó a la cama y se arrodilló, lo observó dormir por unos momentos, pero solo observar no fue suficiente, comenzó a acariciarle el rostro y el cabello.

Al sentir esas suaves caricias, Dorian fue despertando. Sus hermosos ojos marrones se abrieron para ver a Cecil, que lo tocaba con afecto. En el rostro de Cecil apareció una sonrisa, que él correspondió, y al ver la bandeja en la mesa junto a la cama, comenzó a sentarse. Estaba hambriento, al igual que Cecil, pero no del mismo alimento.

—Hola —dijo Cecil mientras acercaba el rostro al de Dorian, le besó los labios sin darle tiempo a responder, Cecil ya comenzaba a saciar su hambre desde temprano.

Al ser besado sin aviso, Dorian actuó por reflejo y lo detuvo, apoyó las manos en el pecho de Cecil, tocando sin querer la herida.

El dolor pinchando en la piel lo hizo sisear y se apartó del beso. Se hizo hacia atrás, pero sin arrepentimientos.

—Lo siento... —dijo Dorian lamentándose por olvidar la herida— ¿Por qué me traes esto? ¿Estás seguro de que estás mejor?

—Estoy bien. Come, hoy partimos hacia el palacio —dijo y le sonrió de nuevo, y con toda la atención esperó a que Dorian se acomodara en la cama para acercarle la bandeja.

***

Al mediodía, los preparativos estaban finalizados, y todos los que estaban en el castillo Coral irían al palacio, incluidos los sirvientes y prisioneros del rey del Sur, además de los Oestinos. Las espadas, hachas y dagas habían sido afiladas, pulidas y perfeccionadas, las armaduras y los escudos reparados, las flechas talladas y los arcos tensados.

La reina encabezó la caravana a caballo, tras ella viajaban Bonduelle y los soldados Reales, en medio, los sirvientes y prisioneros en carretas, tras ellos los aprendices, y cerraban la caravana los hombres del general, que viajaba junto a Fray, Dorian y Cecil.

Cuando la reina supo que irían al final, no estuvo de acuerdo, pero se guardó sus palabras porque Dorian se lo había pedido, aunque su preocupación la mantuvo inquieta todo el viaje, y cada tanto llegaba hasta el final para asegurarse de que ambos estaban bien.

—¿Por qué hace eso? —dijo Cecil mirando a Dorian, que iba en un caballo a su lado.

—La reina se preocupa...

—¿Cithria se preocupa? Solía tenerla en mayor estima, pero ahora...

El general, al oír este trato y modo hablar hacia su reina, la defendió.

—El modo de referirte a tu reina no es ese, ¡deberías conocer tu lugar! —dijo mirándolo con su típica hosquedad.

Cecil sonrió con sorpresa por haber sido reprendido así, y Fray, que iba del otro lado, también se rió, pero no por burla hacia el general. Le gustaba que pusiera en su lugar a Cecil, porque sabía que hablaba muy en serio, y eso le encantaba de él.

—La conozco desde hace años, yo solía ser su sirviente personal cuando ni siquiera era reina —Cecil soltó esas palabras sin pensarlo, o recordar que esto casi nadie lo sabía.

Dorian detuvo el caballo y frunció el ceño realmente confundido. Quedó detenido sin moverse hasta que la caravana se perdió de su vista. Cecil permaneció junto a él, que esperaba a que lo mirara o le dirigiera la palabra.

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora