42. Confusión

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Fábula de la luciérnaga y la serpiente.

Una serpiente estaba persiguiendo a una luciérnaga. Cuando estaba a punto de comérsela, esta le dijo: —¿Puedo hacerte una pregunta?

La serpiente le respondió: —En realidad nunca contesto preguntas de mis víctimas, pero por ser tú te lo voy a permitir.

Entonces, la luciérnaga preguntó: —¿Yo te he hecho algo?

—No —respondió la serpiente.

—¿Pertenezco a tu cadena alimenticia? —preguntó la luciérnaga.

—No —volvió a responder la serpiente.

—Entonces, ¿por qué me quieres comer? —inquirió el insecto.

—Porque no soporto verte brillar —respondió la serpiente.

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Dorian sujetó a Cecil con cuidado, y con temor de dañarlo, de empeorar su estado, de hacerlo sufrir. Lo sostuvo, pero sin olvidar al causante de su dolor, Augusto, dirigió la mano hacia él y con su magia lo revolcó varios metros sobre el lodo, lo hizo arrastrarse de un lado hacia el otro pero sin matarlo, porque no era eso lo que Dorian quería. Necesitaba respuestas. Así que cuando pensó que lo había dañado lo suficiente, lo liberó. Augusto enseguida intentó levantarse, pero los soldados de la reina llegaron, y acatando la orden que la mujer les acababa de gritar lo sostuvieron, cuando finalmente, después de repetidos intentos, él se levantó.

Entonces, Dorian fijó la atención en Cecil, al que había mantenido sentado hasta el momento mientras presionaba en la herida con una mano, lo miró, y con la otra le sostuvo el rostro, lo observó con atención y le vio los rastros de sangre en las comisuras de los labios y en el cuerpo. Fue ahí cuando Cecil alzó la vista para ver esos hermosos ojos, unos ojos que lo veían con una gran angustia. No había palabras en su garganta, pronunciar una sílaba le costaba horrores, no pudo hablarle. Cecil pestañeaba luchando contra el agotamiento, su cuerpo cedía y no podía sostenerse ni mantenerse firme, comenzó a caer hacia atrás con lentitud. Notando eso Dorian miró a Pier, que ya estaba con ellos y él asintió.

Ambos lo recostaron mientras Dorian presionaba la herida en el centro del pecho de Cecil, la perforación no sangraba pero se veía, a través de las capas que había atravesado, un color demasiado oscuro como para ser sangre. Entonces Dorian sostuvo el metal y lo separó del resto de la armadura, enseguida le abrió todas las capas, desde la cota de malla hasta las telas interiores. Él y Pier pudieron ver la magnitud de lo que lo estaba matando, las líneas negras se esparcían desde el pecho hasta el cuello y el resto del torso de Cecil. Al notar eso Dorian sintió su propio cuerpo aflojarse, y fue en ese instante cuando creyó que la vida del hombre que quería se le iba. Cecil se estaba muriendo en sus brazos. Le gritó como nunca antes lo hizo, más fuerte de lo que gritó al ser encerrado y mucho más que antes, cuando era un niño indefenso y solo. 

Cecil pudo oírlo bien, el veneno aún no llegaba a su cerebro, solo se sentía demasiado cansado para cualquier cosa, quería dejar de luchar y rendirse ahí mismo. Todo lo que podía hacer ya lo había hecho, todo lo que podía decir ya lo había dicho, se convenció de que moriría sin arrepentimientos ni deudas. Creyó haber saldado su deber con la reina y resarcido sus malos tratos hacia Dorian. Todo estaba en orden, dejaría esta vida en paz. Cerró los ojos y esbozó una sonrisa.

Aunque estaba pensando en que hubiera querido decirle algunas palabras más a Dorian, hubiera deseado oír un "Cecil, te perdono", fue entonces cuando sobre él un joven se negó a ser abandonado y comenzó a repetir una y otra vez: —¡No puedes morir, no puedes, no puedes...! ¡Cecil, no puedes morir, no mueras, vive! ¡Cecil, no mueras, por favor! Yo... te... ¡No mueras, Cecil, no puedes morir...!

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora