16. El alquimista con pisadas de oro

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Antes de despertar lo sintió muy agradable, no era la primera vez que compartía una cama, pero esto se sentía distinto para él, enseguida la realidad lo golpeó, ¡ese era Dorian, el favorito de la reina! Se movió para apartar el brazo sobre él, pero Dorian afianzó el agarre y lo acercó más contra su pecho.

Cecil no se movió. Sentirse pedido por otra persona hizo saltar su corazón un poco. Porque Dorian parecía un niño caprichoso que no está dejando ir aquello por lo que lloró con tantas ganas por días enteros, eso es lo que Cecil sentía en ese instante, y a pesar de eso sabía que no podía dejarse llevar.

—¿Qué haces? —dijo, pensando que Dorian estaba despierto.

—Hmmm —murmuró Dorian entre sueños— Nooo... Se siente bien tu presencia...

Cecil se heló. Y pensaba: «Dorian no me diría esas cosas. Ha de estar pensando en alguien más. Él me detesta. Me burlé de él...».

—Si no me sueltas... —se detuvo porque no podía pensar en una amenaza creíble— El sol salió, debemos ir al palacio...

—Hmmm... Ser tu igual... —Dorian seguía dormido, acercó el rostro y lo refregó en la espalda de Cecil mientras lo abrazaba— Estaba solo... —fue lo siguiente que Dorian dijo en sueños.

Cecil no podía creer que estuviera haciéndole eso. «Dorian no me quiere cerca», se repitió en pensamientos. Bajo el peso del brazo de Dorian, Cecil se movió y se giró como pudo, golpeó a Dorian en el estómago, despertándolo.

Al abrir los ojos, Dorian sintió el dolor en el estómago y liberó a Cecil, que se levantó enseguida.

—¿Por qué me golpeas? —Dorian vio la cara que tenía Cecil y luego sintió que había algo raro con su propio cuerpo, que había despertado antes que él. Su rostro ardía de vergüenza, se quería esconder en un hoyo en lo profundo del bosque— ¿Hice algo? —dijo, y se escondió bajo la manta.

Cecil le dio la espalda y caminó para tomar un arco y un (*)carcaj.

—No, nada pasó, saldré a buscar algo para comer... —dijo colgándose al hombro el arco y el carcaj a la espalda.

Antes de dejar el castillo de los aprendices se había armado; portaba un puñal entre su ropa y los cuchillos, que permanecían en sus botas, las que no se sacó para dormir. Porque Cecil, a menos que estuviera en la seguridad del castillo no se quitaba las armas al dormir, estar armado estaba en el número uno de sus prioridades.

Salió del refugio simulando calma sin volver a ver a Dorian, que seguía oculto bajo las mantas. No fue hasta que se alejó que comenzó a correr entre los árboles.

Se detuvo en una distancia suficiente para no ser seguido o encontrado por Dorian, se sentó en el tronco de un árbol y se sostuvo la cabeza, pensando. «¿Por qué la mente no se acalla? ¿Por qué no se puede detener el torrente de pensamientos tan contradictorios que surgen a la vez? Pensamientos y sentimientos... ¿cómo saber cuáles son reales, cuáles son creados por anhelos y cuáles son sensatos? ¿Qué es todo eso que Dorian murmuraba en sueños, palabras de una frase más extensa que no pude oír, pero eso, ¿estaba dirigido a mí? O sino, ¿a quién? Dorian quería ser igual. ¿Igual a quién?»

Cecil repitió esas palabras que Dorian había dicho: —¿Se siente bien tu presencia... Estaba solo... Ser tu igual?

Miró adelante negando con la cabeza y queriendo borrar lo que estaba pensando, dejó de centrarse en sí mismo cuando escuchó algo moverse tras él.

En un instante se puso de pie y miró a quien llegaba.

—¿Tú? —le dijo al animal.

Era Traidor que venía tras su amo, Cecil negó con la cabeza ante lo que había imaginado y enseguida despejó y ocupó su mente cazando y recolectando.

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora