50. Hombre de pocas palabras

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Ellis huyó de la habitación que compartían.

Luchaba contra la escasez de palabras que pronunciaba, y lo que lo decaía a veces, era que cuando decía sus sentimientos más sinceros, Fray no respondía con las mismas palabras. Entendía que Fray no era de los que se expresaban así, para él las cosas iban de la extrema calma a la intensa tormenta, su modo de expresarse era con su cuerpo, era impaciente, directo y muy hablador.

Había llegado a las escaleras cuando recordó que había olvidado algo esencial. Regresó.

Antes de abrir la puerta respiró profundamente. Luego la abrió.

Esperaba ser recibido por Fray, que se colgara de su cuello y lo molestara moviéndole el prendedor como siempre hacía. Pero no fue eso lo que ocurrió. Fray estaba inmóvil en la cama, fingía dormir. Ellis lo oyó resoplar y lo vio cerrar los ojos con más fuerza. Dio un par de pasos, quiso decirle algo, consolarlo y explicarle, pero no era el momento, el fuego que Fray le despertaba aún no había disminuido. Salió de la habitación y cerró la puerta con cuidado. Odiaría ser la causa de sus males.

El sofoco en su cuerpo y piel parecían haber aumentado de nuevo solo con verlo acostado, y no era ese extraño vino que había bebido, ni las fresas deliciosas que había saboreado. Era la simple y espléndida presencia de Fray sobre él lo que lo habían dejado así. Su cuerpo pequeño, pero con un peso ideal, que lo frotaba y que se apoyaba tan bien en él lo hacían fantasear. Su imaginación no encontraba techo. Ellis pensó que no tendría límites si se dejara llevar tanto como deseaba.

Recordando las palabras del dueño de la posada, hizo una visita a ese lugar en el que se brindaban servicios especiales y rentó una habitación. Haría una exhaustiva investigación para ser el mejor amante que Fray pudiera tener. Para que ya no quisiera y ni siquiera pensara en buscarse a otro, para que Fray solo pensara en él y en lo bien que lo hacía sentir. Para solo hacerle bien. Para amarlo.

Ante la cuestionante mirada de la mujer que le había rentado la habitación, dijo que esperaba a alguien, pero antes que nada buscó disminuir por sí mismo el estado en el que Fray lo había dejado. Luego se aseó y comenzó con la investigación.

Se le hizo muy difícil oír aquello que quería saber, porque solo oía gemidos y otros sonidos que no supo descifrar, entonces, no dispuesto a dejarse vencer por su ignorancia en ese asunto de su interés, contrató a un hombre joven de entre los que brindaban los servicios en ese recinto.

El joven tenía el cabello negro y los ojos azules, apenas entrar se acercó a Ellis y quiso tocarlo, pero él lo alejó bruscamente, jamás dejaría tocarse así por otro que no fuera Fray. Sabía que el joven no tenía culpa por malentender su propósito allí. Y Ellis tuvo que hablar, y comenzó a preguntar.

Tiempo después, cuando todas sus preguntas fueron respondidas, el joven recibió su pago y dejó la habitación más cansado que si hubiera tenido una noche con un cliente insaciable, el hombre hablaba poco, y el pobre muchacho tuvo que hacer casi magia para entender lo que quería preguntar o saber. Parecía estar habituado a expresarse poco, parecía que pensaba que con decir dos palabras, él podría entenderlo, y desde esa noche, el joven comenzó a replantearse lo que estaba haciendo con su vida.

Ellis regresó a la posada, y con cuidado entró a la habitación. No dejaría que Fray durmiera sobre la cama sin mantas, después de abrir las de la cama de al lado, lo sostuvo y lo cargó en brazos. Sostener el peso de Fray nunca era problema, lentamente lo depositó sobre la cama limpia y luego lo cubrió, arropándolo.

Pudo notar que Fray se había despertado, pero prefirió no decir nada. No se disculparía por huir, y tampoco sabía qué decir. Sus gestos eran todas las palabras que pronunciaría, le frotó el cabello en un intento de decirle que todo estaría bien. Su cuidado hacia el que quería era todo lo que ansiaba que Fray entendiera, que no lo iba a decepcionar como habían hecho otros.

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Metaficción:

—¿Cómo es la clientela últimamente, muchacho de ojos azules?

—Terrible, ¿puedes creer que vino uno a hacer preguntas sobre cómo tratar bien a su pareja?

—Increíble.

—Sí, eso mismo pensé. Pobre, debe tener pocos amigos que le hablen sobre eso.

—¿Y se puede saber qué preguntó exactamente y cuáles fueron tus respuestas, muchacho?

—¿Hay un pago?

—¿Qué?

—Nada es gratis...

—El pago es darte vida.

—Eso no cuenta, me das vida para convertirme en un trabajador sexual.

—Pero el cliente hizo que te replantearas tu vida, admítelo, muchacho de ojos azules.

—Es degradante no tener nombre.

—Es porque no eres relevante. Solo para que Ellis te haga preguntas y Fray sea más feliz con las respuestas obtenidas.

—El hombre quería saber cómo hacer para no hacerle mal al otro, le dije que comprara algunas de las pequeñas botellas con el producto que vendemos y con eso se podría ayudar a entrar...

—...

—A entrar en el otro. Y le dije que fuera considerado... Con el otro. Y le expliqué algunas cosas que no pienso decir, si no hay pago no hay detalles.

—Es por eso que no tienes nombre.

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¡Gracias por leer!

Este fue el mes más productivo.

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora