1. Estándar de belleza

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Europa occidental, 1202

12 años desde la coronación de la reina Cithria

Cithria era conocida por su crueldad hacia los enemigos y por su extraño estándar de belleza, porque al contrario de los designios de su padre, ella admiraba las culturas orientales, y alojaba en su palacio a jóvenes de tierras extranjeras que fueran poseedores de algún talento especial. Su estándar de belleza estaba inclinado hacia los cuerpos y rostros asiáticos, con sonrisas radiantes, cuerpos delgados y los mejores modales.

Sus escogidos para el palacio tenían que ser diestros en algún arte, debían desarrollar una de las cinco disciplinas artísticas de la que era mecenas: canto, danza, poesía, música y pintura. Era en esta última en la que su favorito se destacaba. Dorian era un joven de rostro amable y mirada soñadora, sus gestos eran suaves, y su voz dócil y cordial. A sus veintiún años, su nombre era reconocido por los vasallos y subordinados de la reina, y por los reyes y nobles de los reinos aliados. Había sido un esclavo al que le costó mucho superar su trauma y por varios años no se permitió reír, ahora, cada vez que lo hacía no se restringía, sonreía dichoso y casi nunca lloraba. Su talento era más allá de todo, excepcional, fabricaba sus pigmentos y preparaba cada color y tono, mojaba su pincel de madera de roble y fibras vegetales en los colores que deseaba usar y pintaba. Movía su mano con destreza y detalle, creando paisajes de ensueño; coloridos atardeceres de verano con aves y nubes finamente trazadas, cielos claros como las mañanas de primavera, bosques mágicos con árboles de cortezas luminosas y diminutas luciérnagas que resplandecían como estrellas.

La presentación anual de arte en el palacio se estaba llevando a cabo, las pinturas se exponían para ser admiradas, los bailarines, cantantes, músicos y poetas también hacían sus exhibiciones para cautivar a los asistentes. Para Dorian, era uno de los momentos de mayor satisfacción, ya que se podía deleitar con la atención que recibía. La admiración de esos nobles, que de otro modo nunca le hubieran regalado una mirada alimentaba su ego, pero él entendía muy bien cuál era su lugar y lo que representaba. Dorian y su arte eran un entretenimiento para esas almas vacías. Sabía que su talento era dibujar y pintar, y él era simplemente el mejor. El arte le daba impulsos para seguir viviendo, y en su corazón puro no podía concebir el ser odiado o envidiado, pero lo era, y mucho.

De todos los aprendices, solo uno expresaba claramente su insatisfacción por haber sido rechazado por la reina. Cecil de Amalis decía que también deseaba aprender a tocar un instrumento o dibujar, pero lo que verdaderamente quería no era eso. Pensaba: «¿Solo porque al crecer mi rostro ya no es agradable a sus ojos me impide vivir en el palacio? ¿Es porque mis ojos de rasgos asiáticos son grises y se alejan demasiado de su estándar de belleza? ¿Es porque no soy como el pintor...?»

En el salón donde la exposición de arte se desarrollaba estaban estos dos amigos, Cecil y Augusto, haciendo uso de la ocasión especial cuando se les permitía entrar al palacio para asistir al evento. Cecil observaba a Dorian ser felicitado por sus obras, conversando y sonriendo ante la presencia de quienes admiraban sus pinturas y respondiendo las preguntas acerca de lo que había pintado, sin saber que en el otro extremo del salón Cecil hablaba y pensaba bazofias de él mientras la mirada que le daba no era de admiración o anhelo, tampoco de odio, era de antipatía y disgusto.

Cecil ajustó una flor amarilla en el pequeño bolsillo de su abrigo y observó a Dorian una vez más. El artista vestía un brial de tonos dorados con piedras que brillaban cada vez que se movía, la tela se ceñía a su delgada cintura con un lazo azul, el color del reino, y del mismo azul eran las mangas largas, mientras que su cabello lacio y oscuro había sido peinado sin ornamentos, posándose sobre sus hombros y espalda.

Cecil cruzó los brazos y bufó ante la sonrisa de Dorian, luego se acercó a su amigo Augusto, que estaba sentado entre almohadones de seda y lino. Se sentó a su lado y le habló: —El favorito de la reina, deslumbrando a todos con sus colores, él tiene la atención de los nobles únicamente porque ella lo favorece...

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora