21. Sin poder I

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"Cecil y sus aventuras en Magicalandia" 1

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Sobre las murallas del palacio Real de Artgotia se reflejaban los vislumbres del sol naciente. Un nuevo día comenzaba para los sirvientes del palacio y para sus artistas, para los nobles y los soldados; todos cumplían con las tareas encomendadas, en tanto que en las mazmorras permanecían encerrados dos hombres, Cecil y Dorian, que estaban a días de ser ejecutados por traición.

Dorian dormía, mientras que Cecil ni siquiera pensó en hacerlo; una de las razones era porque Dorian enseguida de dormirse se había recostado contra él y murmuraba sílabas extrañas a la vez que restregaba el rostro contra el brazo inmóvil de Cecil; la otra razón era porque estaba pensando, buscando el modo de recuperar la libertad.

Dorian llevaba demasiado tiempo apoyado en el brazo de Cecil, dormía apaciblemente confiando en el hombre a su lado, pero para mal de Cecil el brazo se le había entumecido, buscando ponerse de pie y sin despertarlo se quitó el abrigo, y dejó a Dorian recostado con la cabeza apoyada en esa ropa.

Y, en el amanecer del segundo día Cecil se puso de pie, se acercó a los barrotes al tiempo que pronunciaba un hechizo. Con las palmas de sus manos hacia adelante pronunció las palabras adecuadas para romper el metal que los encerraba. Chispeos débiles comenzaron a subir desde el suelo hasta la altura de sus manos y se desviaron al hierro, que comenzaba a calentarse. Primero el color de los barrotes fue rojo, luego naranja, sonrió arrogante por su habilidad, y el blanco fue el siguiente color en el hierro. «Elguardia me mintió, la magia sí funciona aquí», pensó satisfecho por haber contradicho la advertencia que le había dado. Un sudor frío recorría sus mejillas mientras mantenía las manos hacia adelante, Cecil continuaba perpetuando el hechizo para quemar el metal, que ahora volvía a ser naranja, y luego negro como al inicio. Bajó las manos abatido.

Un destello dorado flotó en el aire y el metal comenzó a temblar, a vibrar. Un aire oscuro salió desde el pasillo, cruzó los barrotes e impactó contra él con una energía que lo impulsó de regreso sobre sus pasos. Cecil apoyó los pies en el suelo con firmeza pero no le fue suficiente para impedir el contrahechizo, pronto la pared estuvo tras su espalda, y con un golpe seco cayó al suelo.

—¡Cecil de Amalis no es solo un rechazado! —gritó furioso con los soldados que lo habían dejado allí.

Se puso de pie y corrió hasta los barrotes y los golpeó con el antebrazo descargando su impotencia. Apoyó la espalda y miró a Dorian, ignorante de todo su mal humor. Sonrió sin notarlo mientras lo observaba y pensaba que cuando Dorian dormía no se despertaría incluso si un dragón rugiera en su oído.

Volvió a enfrentar los barrotes. Lo intentó otra vez pero con un hechizo mayor que el primero, con las palmas de sus manos hacia adelante pronunció las palabras del hechizo. Los débiles chispeos llegaron a la altura de sus manos y se desviaron a los barrotes de hierro ante él, comenzaron a calentarse, y otra vez el color fue rojo, luego naranja. Sonrió con entusiasmo por su destreza cuando vio que los hierros se tornaban blancos. Otra vez el sudor frío recorría sus mejillas, y también su espalda, los brazos le comenzaron a arder y las manos doler mientras las sostenía ante el metal.

Cecil no desistiría con ese hechizo hasta que quemara el metal, pero tal como había ocurrido antes el color fue cambiando de tono hasta que regresó al negro original. Bajó las manos y antes de que fuera golpeado por el hechizo contrario cruzó los antebrazos ante su rostro, protegiéndose de lo que venía.

Un destello rojizo y ámbar flotó en el aire, los metales vibraron moviendo las piedras del suelo, y desde el pasillo, tal como una cortina de agua, se movió una sombra grisácea que golpeó a Cecil con tanta fuerza que lo impulsó sin dejarlo resistirse contra la otra pared. Y con un golpe seco cayó al suelo boca abajo.

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora