53. Una piedra en el zapato

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Cecil no estaba listo para luchar y Dorian no deseaba hacerlo, así que esta vez no discutió con nadie sobre pelear. Ambos esperaban a que Cithria enviara a alguien por ellos y las personas que custodiaban.

Cecil había estado caminando junto a una de las carretas con los retenidos cuando una voz conocida le habló. No lo había visto porque las carretas iban llenas de hombres que se mezclaban entre sí. Había soldados y Oestinos, y estaba aquel que lo conocía y que hubiera sido su amigo, y algo más. Augusto.

Años atrás, ellos habían sido amantes, pero sus encuentros no se prolongaron en el tiempo. Ya que cada vez que un encuentro acababa, Augusto comenzaba a tratarlo sin interés, es por eso que Cecil decidió dejarlo todo como había iniciado, tan solo como una amistad.

—Así que estás vivo... ese idiota dijo que estabas muerto.

Cecil se acercó con las manos en su espalda y buscó ver el rostro del que le estaba hablando.

—Augusto, ¿por qué las cosas acabaron así? —dijo, acercándose a los barrotes para mirarlo más cerca.

Augusto sacó una mano por el barrote y sostuvo a Cecil de la camisa, cerca de donde había clavado su daga. Cecil siseó un poco por el dolor, pero no se quejó demasiado. Entonces Augusto lo acercó, poniéndole la mejilla contra el metal frío.

—Veo que finalmente obtuviste lo que querías.

—Sí —dijo Cecil con una media sonrisa.

—La reina te dejará entrar al palacio.

—Todos iremos al palacio.

—Pero tú lo harás de la mano de su favorito, ¿eso no es mejor que del modo en que pretendías?

—Lo es...

—¿Cuál de los dos lo hace mejor? ¿Él o yo? —Cecil desvió la mirada sin responder, lo que le llevó a Augusto a concluir que no habían hecho lo que él preguntaba. Bajó la mirada y frunció el ceño con disgusto, y chistó— Es más ingenioso de lo que creía, te domina y controla y ni siquiera lo notas... ¡Idiota! Me das asco.

—Él es diferente, Dorian es especial... No todos son como tú —dijo Cecil recordando las palabras de Dorian.

—No... ya veo que no... ese roedor fue hábil. ¿Cómo pudiste cambiar y dejarte dominar por el que tanto detestabas? ¿Cuántos años tuve que oírte hablar pestes de él?

Cecil lo miró con seriedad.

—No creo que puedas ser quien use palabras así, de cambiar de parecer sin motivos, ¿cómo pasamos de ser amigos a que me apuñalaras en el pecho?, ¿lo hiciste por odiarlo a él? Traicionaste mi amistad muy fácilmente... ¿Por qué no puedo quererlo a él? ¡¿Por qué?!

—No puedes... porque lo detestas... ¡¡¡Lo odias, Cecil!!! —gritó Augusto, sintiendo cómo sus piernas le pesaban y los huesos rotos se le movían entre la piel. Su cuerpo seguía cubierto de barro y no había recibido tratamiento. Luego de que Dorian habló con él en la celda del castillo Coral, Bonduelle se entretuvo cortándole la piel mientras la reina le hacía preguntas.

Aflojó las manos de la camisa de Cecil y se tocó las piernas con una mueca retorcida, queriendo tolerar el dolor. 

Cecil lo miró confundido al no saber qué es lo que le ocurría.

—¿Qué tienes? —dijo, sin apartarse de la carreta.

—Sus piernas están rotas —Cecil se dio la vuelta para ver a Dorian que se acercaba desde atrás—. Yo lo hice —dijo Dorian llegando junto a Cecil y parándose a su lado mientras miraba con altivez dentro de la carreta— ¿No te han tratado? 

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora