10. Hombre muerto

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Cecil no demoró más y se vistió. Se acercó al baúl y removió entre sus prendas sacando una muda de ropa que guardó en una bolsa de tela. Metió la mano hacia el fondo del baúl y sostuvo algo, pensó unos segundos sin apartar la mano.

Lo pensó mejor y cubrió eso antes de cerrar la tapa.

Mientras, Pier puso medicina en el té y se lo dio a Dorian.

Dorian le preguntó sin entender: —¿Por qué no hay de ese antídoto aquí?

—Porque la estación pasada hubo una inundación en la pieza donde se los almacenaba, se hizo un pedido pero no llegan aún.

—¿A dónde debe ir a conseguirlo?

Los ojos de Dorian ya se cerraban, lo último que oyó antes de dormirse fue: —A la aldea hacia el norte, a un día de aquí.

Cayó en otro sueño y no escuchó la siguiente conversación.

—No tardaré demasiado, al regresar lo llevaré al palacio, que los guardias no lo pierdan de vista... Pier...

—No tardes en irte, cuídate un poco más —Pier dejó las bromas y se puso serio. Ahora que Dorian no lo escuchaba habló como un adulto.

—Traidor me llevará rápido. Hay otra cosa que no te dije... los demonios no fueron erradicados como creíamos. No encuentro otra explicación que la del uso de un portal demoníaco como medio para llevarnos desde el palacio al castillo Sabah. Es el único modo en que nos pudieron haber trasladado sin que despertáramos, los días no cuadran.

Cecil se había guardado esa información y solo se la dijo a Pier, cuando miró en el cuaderno de Milo pudo ver las fechas anotadas.

—Eso lo hace todo más peligroso. Es riesgoso hacer algo sin pensar desde ahora en más, pero debes ir por el antídoto antes de hacer algo. Yo me haré cargo. Ve a sanarte y no te desvíes al regresar —dijo Pier, y abrió la puerta de la habitación obligando a Cecil a irse de una vez.

—Bien, bien —Cecil salió al corredor y entró a su laboratorio que estaba enfrente para recoger algunos frascos con su medicina para la magia.

Estaba llegando la tarde cuando partió del castillo Prometeo, en su habitación Dorian dormía mientras Jelsy le hacía compañía.

Al otro día Lui fue a llevarle alimento a Dorian, él aún no se sentía bien como para levantarse y siguió durmiendo, en la tarde despertó cuando Lui entró llevando ropa limpia y perfumada para él, y el pañuelo rojo de Cecil, lo único que se pudo conservar de la ropa que vestía.

Se sentía tan cansado que no podría llegar al baño para bañarse, se cubrió hasta la cabeza y siguió durmiendo.

A la noche Pier llegó para revisarlo y vio el pañuelo rojo sobre la cama, a un lado de Dorian.

—¿Es tuyo?

—No. Es de Cecil —dijo Dorian que había estado a punto de quedárselo para él.

—Déjame tomarlo prestado —dijo Pier y se lo guardó en el bolsillo.

Dorian no dijo nada, no podía negarle que se quedara el pañuelo. Él seguiría durmiendo. Pensó: «Me quedaré otro poco aquí mientras la fiebre se va. No le hará mal a nadie. Viviré en esta ilusión hasta que me recupere aquí... en la cama de Cecil».

Al siguiente día llevaron una bañera y agua caliente, Dorian se bañó y cambió de ropa por una de colores más alegres como a él le gustaba. Al tercer día, Dorian ya no tenía fiebre y pudo levantarse, según sus cálculos era el día en que Cecil debía regresar, salió a dar un paseo con Pier y Lui por los patios del castillo.

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora