69. Entregando una flor

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Cecil había dicho y presentido que ese sería su año de suerte, pero no precisamente porque creyera que la reina lo iba a elegir, sino por algo que no podía (*)precisar. Y después de todo lo había sido, porque llegó a conocer más íntimamente a Dorian, a quererlo como se merecía, y se sintió también querido y entendido por él como nadie lo había hecho antes.

(*)precisar: decir o expresar una cosa de un modo exacto, completo y riguroso.

La reina Cithria había recuperado su trono, y con eso le restituyó su lugar como favorito a Dorian, el pintor más talentoso del reino. Con la alianza formada con el nuevo rey del Sur, Cithria controlaba ambos reinos, porque el rey Marcial era fiel a sus designios, enamorado de la reina, haría lo que ella le pidiera.

La presentación anual de arte en el palacio se estaba llevando a cabo, las pinturas se exponían para ser admiradas, los bailarines, cantantes, músicos y poetas también hacían sus exhibiciones para cautivar a los asistentes. Dorian, a sus veintidós años tenía creadas centenas de obras de arte, estaban sus primeras pinturas, las de los paisajes de sueños, los bosques mágicos y los atardeceres, y los más recientes, los retratos de un hombre.

De todos los aprendices rechazados, solo uno se sentía tan vinculado al pintor, ese era Cecil de Amalis, que ya no decía que también quería aprender a tocar un instrumento o dibujar, él quería ser reconocido como médico y guerrero, y lo estaba logrando, solo que en ese momento su cuerpo, o una representación del mismo estaba siendo expuesta ante la vista de todos los presentes en el salón de arte.

En el umbral del salón donde la exposición de arte se desarrollaba estaban estos dos, Cecil y Lui. Cecil observaba a Dorian ser felicitado por sus obras, conversando y sonriendo ante la presencia de quienes admiraban sus pinturas y respondiendo a las preguntas acerca de lo que había pintado, sabiendo que en el otro extremo del salón Cecil hablaba lo mejor sobre él en tanto le daba una mirada de admiración y anhelo.

Cecil colocó una rosa azul en el ojal de su abrigo y observó a Dorian una vez más, el pintor tenía puesto un reluciente (*)brial dorado, su cintura estaba rodeaba por un lazo azul, sus mangas eran también de ese tono. Su oscuro cabello estaba suelto, pero tenía una fresca corona de flores.

(*)brial: túnica con mangas largas.

Cecil cruzó los brazos y sonrió ante la sonrisa de Dorian, luego le habló a Lui, que estaba de pie a su lado: —Él deslumbra a todos con sus colores, tiene la atención de todos... míralo, Lui.

—¿Cecil, le darás la flor? —dijo Lui.

—Mira su sonrisa... puedo ver lo feliz que es.

—Cecil, ¿tú eres feliz con él? —dijo Lui, queriendo saber cómo es que Cecil se sentía luego de conocer a Dorian y si él mismo alguna vez podría experimentar algo parecido, aunque por el momento solo quería mejorar su técnica de combate y estudiar.

Cecil miró a su lado, Lui le sonreía mostrando todos sus dientes, el niño estaba creciendo en cuerpo y mentalidad.

—Sí, lo soy, Lui, ¿por qué preguntas?

—Por nada —dijo Lui centrado en observar a los artistas bailando en un escenario.

Era un baile interpretado por tres jóvenes mujeres y un hombre, la coreografía seguía el ritmo de la música creada por una cítara y dos flautas, que se acompañaba del canto armónico y calmo de un dúo de hombre y mujer.

—Lui, iré ahora. ¿Cómo estoy? —dijo Cecil abriendo los brazos para que Lui le viera la ropa que vestía. Cecil tenía un (*)tabardo dorado sobre una camisa y un pantalón azul.

(*)tabardo: prenda de abrigo de mangas amplias y largas.

—Estás bien —Lui lo empujó por la espalda para que fuera de una buena vez.

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora