05♧ - 《A la deriva》

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     Las pesadillas con Barbanegra, no eran nada comparado con las que tendría a partir de ese momento. Davy Jones y su monstruosa tripulación, entraban en sus grandes miedos. Se volteó y ahogó un grito con su mano para que no la escuchasen. Eran criaturas marinas humanoides, ¿cómo describir eso en sus apuntes? Trató de respirar profundo para calmarse. En eso, escuchó un grito y el filo de una espada atravesando algo. Sus lágrimas salían de forma incontrolable. No podía creer lo que pasaba. Y todo por su culpa. Sabía que encontrarían peligros, pero no de esa magnitud. Se asomó nuevamente, para buscar a Fernando entre los amenazados, pero no lo vio. No quería pensar en que posiblemente había muerto devorado por el Kraken. ¿Cómo iba a escapar ahora? ¿Cómo ir al mar, sin ser vista por los hombres de Davy Jones? De pronto, escuchó que era el turno del pirata.

— ¿Y tú? – escupió el Capitán del Holandés. – ¿Sabes algo de tu Capitana? ¿A dónde pudo haber ido?

— N-no, señor... no sé de qué me habla.

— ¡No te creo! – gritó y uno de los monstruos le pegó un latigazo al pirata, haciendo que se retorciera del dolor. – Ese barco traía a una jovencita y estoy seguro de que no murió. – protestó – Pero dime ahora, ¿le temes a la muerte?

— S-sí... ¡Sí, señor! – respondió con voz temblorosa. – Preferiría servirle por cien años.

— ¿Y crees que eso es una salvación? – rio, acompañado de otros miembros de la tripulación.

— Nada me haría más orgulloso que ser parte de su tripulación, s-señor.

— No sé si eres tan estúpido que no te das cuenta de lo que has decidido... pero, si eso quieres... ¡Bienvenido al Holandés Errante! ­– dijo y los demás rieron con burla.

Isis observó cómo el Capitán con tentáculos en el rostro, caminaba hacia el camarote y los oficiales asesinados eran lanzados al mar, lo cual aprovechó ella para lanzarse también. Esto, llamó la atención de uno de los marineros, mas cuando se asomó por la borda no vio nada. Isis trató de que el peso del vestido la hundiera un poco y tardó unos quince segundos en salir a la superficie. Nadó un poco hacia donde se encontraban los escombros del Princesa y buscó entre los hombres muertos que estaban a su alcance, pero ninguno era Fernando. Se sujetó de un tablón y subió a este. Vio a su alrededor: la nada. Completamente sola. Empezó a llorar desesperada. Tenía miedo, tristeza, frustración, enojo consigo misma y culpa.

— ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! – gritó. – ¿Qué hago ahora? ¿Cómo llego a tierra?

Se acostó en el tablón y llevó sus rodillas hacia el pecho, lloró por varios minutos más.

— Piratas. – recordó. – No puedo quedar a merced de piratas.

Aún sobre el retablo, nadó hacia uno de los oficiales ahogados y lo desvistió. Probablemente estar vestida como hombre, le ayudaría a pasar desapercibida y la tomarían como un oficial loco por el naufragio. Quizás sería más fácil huir de un barco pirata. Se quitó el vestido y comenzó a ponerse las prendas del oficial: pantalón negro, camisa blanca, fajín a juego con el pantalón, saco verde oliva y botas de cuero curtido negras. Tomó, además, la espada y el arma de fuego. Se sintió fuerte, más valiente.

Dirigió su mirada nuevamente hacia todos los puntos, pero no alcanzó a ver nada más que agua y cielo. Con otra tabla, remó hacia un punto desconocido. Remó por horas; el sol caía y no sabía qué hacer. Con el pasar del tiempo, se debilitaba y aquel valor que la había colmado empezaba a desvanecerse, hasta que se dio por vencida. Tenía los brazos adoloridos, hambre y miedo.

— Perdóname, papá. – sollozó. – No puedo más... creo que moriré en el mar, como tú. Perdóname, por favor.

Isis se recostó en el tablón, recordando momentos felices con sus padres, uno tras otro. Los viajes con el Capitán, cuando todo salía bien, cuando eran viajes cortos, o cuando fueron a la casa de Fuerteventura, la dicha de poder correr a sus brazos en la fiesta de sus quince años. Las noches que él llegaba a arrullarla, cantándole.

Yace aquí el hidalgo fuerte

que a tanto extremo llegó

de valiente, que se advierte

que la muerte no triunfó

de su vida con su muerte. – sollozó, viendo al cielo, donde las primeras estrellas comenzaban a salir. – Tuvo a todo el mundo en poco,

fue el espantajo y el coco

del mundo, en tal coyuntura,

que acreditó su ventura

morir cuerdo y vivir loco.

Se dice que, entre la oscuridad de aquella isla maldita por el diablo, se podía escuchar una vocecilla ronca, cantando los mismos versos que Isis balbuceaba antes de caer inconsciente en medio del océano.

La venganza de la diosa - PDC | Jack SparrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora