— ¡Tierra a la vista! – gritó un marinero, desde la canasta en el mástil central del Perla.
— ¡Tierra! – repitió el loro de Cotton. – ¡Tierra!
Isis despertó con el grito. Cuando se incorporó, sintió dolor de cabeza y recordó lo que había sucedido la noche anterior. Ahora no sabía qué sentía al respecto. ¿Con qué cara vería a Jack? Miró hacia el piso y sonrió, escondiendo lo ruborizada que estaba. Volvió sus ojos hacia donde los hombres apuntaban que estaba la isla y le provocaba un nudo en el estómago. Le entristecía la idea de dejar a Jack, nuevamente, quién sabe por cuánto tiempo más.
— ¡Señorita Isis, ya despertó! – llegó saludando Gibbs.
— Hola. – sonrió, tapando su rostro con una mano, por el sol que le cegaba.
— Vengo a informarle dos cosas: la primera, en proa podrá encontrar el desayuno si desea. Y lo segundo, es que... estamos por tocar tierra, lo cual significa que no podremos apoyarla más.
— Sí, bueno... no esperaba más. Hicieron bastante con no dejarme morir en altamar. – dijo tristemente la joven. – Se lo agradezco, Gibbs.
El hombre hizo una reverencia breve, la observó un par de segundos con algo de culpa y siguió su camino hacia el camarote, donde seguramente se encontraba Jack. Isis lo siguió con la mirada hasta que cerró la portezuela tras él, miraba nuevamente hacia la isla, que parecía más cercana, fruncía su ceño viendo sus manos, ¿por qué no abandonar su búsqueda y quedarse con Jack? ¡Qué tonterías! Jack no era un hombre como Santos, o como Fernando, quienes le ofrecían seguridad, amor, una familia y una posición social decente. En cambio, con Jack todo sería aventura, viajes por el océano, tesoros, aprender sobre el océano, ir a islas que nadie ha visitado... ¡Vaya que sonaba atractivo! Se maldijo y prefirió ir a desayunar, probablemente sería su única comida en todo el día.
— ¿Jack? – llegó diciendo Gibbs preocupado, al camarote. – Esa muchacha no tardará ni dos días en Tortuga. ¿En realidad, piensas dejarla allí?
— No tengo opción, Gibbs. Si la llevo conmigo, querrá ir a esa isla maldita siempre, y no... todo, menos eso. – negó con su cabeza, como alejando la idea de su mente.
— ¿Y cómo piensas llevarla ante Barbossa? ¿Crees que la va a aceptar y ya?
— He oído que algunas naves de Barbossa se han perdido por el Triángulo del diablo. Se podría decir que... ambos tienen el mismo propósito.
— ¿Por qué no le dijiste la verdad?
— ¿Después de lo que pasó anoche? – sonrió. – No, amigo.
— ¿Y qué pasó con... "hurta lo que quieras"...?
— Esta vez, sí tendré que devolverla, Gibbs. – contestó con mirada triste.
— Por segunda vez. – aclaró el contramaestre.
Jack vio hacia una mesa que tenía dentro del camarote, ahí se encontraba una brújula. Sintió como si un hilo tirara del interior de su pecho. Terminó de vestirse y salió del camarote en compañía de Gibbs, quien le indicó dónde se encontraba la joven y se dirigió rápidamente a la cocina.
— ¡Jack! – dijo ella, casi ahogándose con el agua que bebía. Mientras Jack cerraba para tener privacidad. – Esperaba ver a cualquiera, menos a ti.
— Por extraño que parezca, también me alimento de vez en cuando. – sonrió. – ¿Has hablado con Gibbs?
— Sí. Descuida.
— ¡Qué bueno! Porque... realmente, no sabía que más podía decirte. – se excusó.
— Si yo decidiera... no continuar con mi búsqueda, ¿me aceptarías como parte de tu tripulación?
— ¿Ya cambiaste de idea? – la vio con curiosidad, entrecerrando sus ojos.
— No, solo... no sé qué hacer. – aceptó con una sonrisa de rendición
— No creo que alguien como tú, quisiera ser pirata... pero, serías bienvenida. – dijo amablemente. – ¿Para qué quieres ir, realmente al Triángulo del Diablo? – se acercó más a Isis.
— Busqué por mí misma la aventura que me prometiste en mis quince años.
— Entonces, necesitarás esto. – puso dos armas de fuego sobre la mesa, balas, una espada, y un pequeño saco con monedas.
— ¿Siempre acostumbras a dar todo esto a alguien que apenas conoces? – preguntó Isis, viendo al Capitán con ternura. – Supongo que las armas y las monedas de oro son algo muy valioso para un pirata como tú.
— Tengo que desprenderme de algo incluso más valioso que cualquier otro tesoro... – dijo, con mirada dulce, acariciando la mejilla de Isis. – Y quizás, esta vez sea para siempre.
— No digas eso. – respondió Isis, tomando las manos del Capitán, entre las suyas, ansiosamente.
— Debo ser muy estúpido, para dejarte ir. Pero, te hablé de libertad ayer, y el Perla, sería tu prisión, si realmente deseas ir a esa isla. Soy hombre de palabra. – ambos sonrieron. – No voy a olvidar esos ojos color océano, Isis Salazar. – A Isis, le gustaba cómo sonaba su nombre en la voz de Jack y su acento inglés.
Isis vio que algo colgaba del fajín de Jack. La tomó y vio que la flecha apuntaba hacia Jack, pero no era precisamente el norte.
— ¿Para qué tienes una brújula descalibrada? – preguntó con su ceño fruncido.
— Pero no es cualquier brújula. – contestó Jack, con ánimo. – Apunta hacia lo que más deseas.
— ¿De verdad? ¿Cómo...? ¿Cómo es posible?
— Significa que... lo que más deseas es...
— ¿A ti? – dijo avergonzada. – No, no... – rio nerviosa y la soltó.
— Suelo causar esos efectos, preciosa. – acomodó las puntas de su bigote con elegancia.
— ¿Sabes qué? Iré a arreglar mis cosas. – dijo poniéndose de pie la joven y Jack aprovechó para abrazarla por la cintura, quedando sus cuerpos juntos. – Quisiera que abrieras esa brújula. Pero supongo que me llevaré una desilusión. – con la otra mano, Jack tomó la brújula y la abrió con maestría.
— La brújula nunca se equivoca. – dijo, ambos sonrieron al ver que la flecha apuntaba hacia Isis.
— Quiero volver a verte. – pidió la joven, con mirada suplicante. Jack podía sentir cómo se dejaba hipnotizar por esos ojos.
— No pierdas de vista el horizonte. – contestó Jack, sonriendo dulcemente, compartieron un último beso.
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La venganza de la diosa - PDC | Jack Sparrow
FanfictionCádiz, 1708. La pequeña Isis Salazar ha crecido navegando gracias a que su padre, el conocido Capitán Armando Salazar la lleva consigo a sus pequeñas expediciones. Años después, "El Matador del Mar", no regresa de una misión al Caribe, la intuición...