01♤ - 《Isis se va de viaje》

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PRIMERA PARTE

Cádiz, 1708

En una casa tipo señorial, cercana al Puerto de Santa María en Cádiz, una pequeña niña de ocho años se encontraba en su cama, su nombre era Isis. Casi no pudo dormir de la emoción que invadía su cuerpo, debido a que su padre estaba en casa y al amanecer, la llevaría consigo a una pequeña misión hacia Ceuta, la costa africana, al otro lado del estrecho de Gibraltar. Cada que podía, su padre la invitaba a estas excursiones. Regularmente iban por mercancía, o tenía paso privilegiado para asistir a reuniones importantes, donde ella veía que se firmaban papeles, se hablaba del próximo viaje y, sobre todo de piratas.

La piratería fue un tema recurrente en la infancia de Isis, se mezclaba entre fantasía que su mente creaba y la realidad que escuchaba de su padre. Eran tantos los nombres que oía mencionar, pero sólo se le quedaban un par: Edward Teach, mejor conocido como Barbanegra, también escuchaba de un tal Henry Morgan, y un Bartholomew. Pero según parecía, el peor de todos hasta ese momento era Barbanegra. La pequeña Isis, lo imaginaba como un personaje temible: una pierna de palo, un parche en el ojo, sombrero enorme, con dos armas en su cinturón y un abrigo rojo, de altura espeluznante y por el apodo, una larga y espesa barba. Era el causante de que se despertara sudorosa y atemorizada por las pesadillas con ese horrible pirata.

Esa mañana, por el contrario, no tuvo pesadillas. Sólo sentía el aroma del salado mar y el movimiento de las olas contra su pequeño cuerpo. Ya quería que llegara el momento en que su padre fuera a despertarla. Y cuando menos lo sintió, se escuchó un suave crujido proveniente de la puerta de su habitación, seguido de unos pasos rítmicos, que reconocía como los de su padre. Se hizo la dormida, hasta que un peso hundió el lado derecho de su cama. Una mano rozó su mejilla, delicadamente y luego tomó entre sus dedos un rizo negro, que resbalaba entre su sien y el ojito.

— Princesa, despierta. – dijo una voz masculina, muy suave. – Hoy es un gran día.

Isis fingió abrir sus hinchados ojos poco a poco, y en cuanto vio a su padre, saltó de la emoción sobre él, colgándose de su cuello, riendo y besando las toscas mejillas.

— ¡Por fin! ¡He anhelado tanto este día, papi!

— Pero primero, debes desayunar. Anda, arréglate. – la besó en su mejilla y la llevó nuevamente a su cama, donde se quedaron acostados uno al lado del otro, un momento más.

— ¿Podré estar contigo todo el tiempo?

— Sí. Te subiré al timón y navegaremos juntos, ¿te parece?

— ¡Sí!

— Vale, entonces, a lavarte y vestirte. Te espero en la mesa.

— Sí, papi.

Isis se quedó en compañía de Lucía, una de las mucamas, quien se encargaría de guardar todo lo que ocuparía durante su viaje. Probablemente, serían dos o tres días. No importaba lo corto que fuera, la pequeña disfrutaba esos momentos, ya que eran pocos los que podía estar con su padre debido a sus travesías a las Indias Orientales, podía pasar incluso meses fuera.

Lucía arregló a Isis con un pequeño vestido celeste, el cabello en medio tocado y el resto de los bucles cayendo sobre sus hombros. José, el cochero, llevó el baúl de viaje mientras ella desayunaba contenta al lado de sus padres.

— Pórtate bien, ¿eh, cariño? – recomendaba su madre. – Nada de hacer travesuras.

— Todo estará bien, Inés. – la calmó su esposo. – ¿Verdad, Isis?

— Sí, que sí. Me he portado bien las otras veces. – contestó orgullosa. – No se han quejado de mí.

— Pues que así sea, mi niña. – siguió Doña Inés, acariciando una de sus manitas. – Te voy a echar de menos. A los dos. – vio a su esposo.

— Vamos, mujer... sólo será un par de días. Aprovecha este tiempo para salir, divertirte un rato, haz visitas.

— ¡Hombre, qué ánimos de visitar tendré! Me quedo con el Jesús en la boca, cuando se van.

— Si tan solo nos acompañaras.

— Ya sabes que el mar me provoca náuseas... no, no. A pesar de estarle rezando a las once vírgenes, prefiero quedarme en tierra.

— Pobre de mi amada. – dijo, poniéndose de pie, limpiándose con la bigotera y procedió a besar la frente de su esposa. – Arreglaré los últimos detalles del viaje. Isis, te espero afuera, hija mía.

— ¡Ahora voy!

La pequeña se apresuró a terminar su desayuno. Unos quince minutos después, Isis salió de la casa, tomada de la mano de su madre, quien le dio la bendición unas tres veces más, un beso y un abrazo fuerte, como si nunca más la volviera a ver. Le hizo otras veinte recomendaciones sobre el viaje, que Isis se sabía de memoria, ya que se las decía casi en el mismo orden cada vez que iban a zarpar. Le dio un último beso, al igual que a su esposo y tanto la pequeña como él, abordaron el carruaje.

Isis veía emocionada por la ventanilla el mundo exterior los primeros minutos del viaje, luego se quedaba contemplando a su padre o jugaba con María, su muñeca. Pero siempre pensaba en lo orgullosa que estaba de su padre, lo afortunada que era al poder viajar con él, como se lo decía Fernando, un jovencito que había crecido con ella y que ahora, estaba entrenando y trabajando para ingresar a la Marina Real, gracias al padre de Isis. Tendría un futuro asegurado, ya que sus padres habían muerto por unas fiebres de las que sólo él se salvó.

Una hora después, llegaron al Puerto. Para mediodía, Isis estaba gozando del sol en su blanca piel, parada ante una pasarela, al lado de su padre, quien comandaba la nave, era una pequeña, la María Magdalena, tan encantadora como una casita de muñecas. Era el barco favorito de Isis. Uno de los marineros llegó con el padre de Isis, corriendo y saludando con la mano en su frente.

— Todo listo, Capitán. ¿Cuáles son sus órdenes, señor?

— Dios nos acompañe. – contestó el capitán. – ¡Suelten velas!

El padre de Isis iba apuntando cada marea y movimiento que encontraba. No era un viaje largo, pero debía siempre tener un informe circunstanciado del viaje, donde siempre firmaba al final: Capitán Armando Salazar. 

La venganza de la diosa - PDC | Jack SparrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora