Capítulo 27

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Deryck


—¿Qué es todo eso que compraste? —pregunta Pete cuando ve que llegó con cajas al departamento.

—Acabo de comprar algo por internet. Lo vi en oferta y aproveché la oportunidad.

—Ah, ya veo.

Los fines de semana por lo general los uso para descansar, aunque a veces prefiero hacer algo interesante en el departamento. En este caso, compré algo para uso personal, algo que sé que me ayudará mucho. Se trata de un juego de mancuernas y pesas para hacer ejercicio, la mayor parte del tiempo el gimnasio del edificio está lleno y es casi imposible hacer algo ahí. He decidido hacer esto ya que por la mañana me probé unos jeans que hace semanas no usaba y no me cerraron. Es un hecho de que estoy subiendo de peso aunque nadie me lo diga.

—Creo que ya no habrá necesidad de ir a un gimnasio cerca —menciona mientras me ayuda a llevar todo a mi habitación.

—Lo sé. Y fue también por eso que lo compré, por la falta de tiempo.

—Bien, lo entiendo. Y, ¿dónde lo vas a poner? No tienes mucho espacio disponible que digamos.

Entramos y veo que no tengo un rincón vacío en donde pudiera colocar mi nueva adquisición, pero tengo que hacer un milagro. Muevo cosas de un lado a otro hasta dejar despejado el espacio justo debajo de donde tengo empotrado un televisor de pantalla plana en la pared. El rack para mancuerdas y pesas se ve bien en este espacio; no estorba y se ve bien.

—Ahora sí no hay excusas para que hagas ejercicio —dice Pete—. Me lo vas a prestar, ¿verdad?

—Sabes que sí, aunque eso tendrá un costo.

—¿Qué? —cuestiona sorprendido—. ¿Lo estás diciendo en broma, verdad?

—Sabes que sí, aunque no sería mala idea.

Me da un ligero golpe en la nuca y solo me rio. Continuamos acomodando todo y ahora pienso que debo hacer una limpieza extrema en mi habitación. No puede ser que Elena duerma en ocasiones aquí, entre todo este polvo y basura acumulada en lugares donde no logro ver. De último momento quedamos en que saldríamos en esta tarde, ella ha quedado en decirme en dónde la pasaremos y vendrá en unos minutos.

En cuanto terminamos suelto una bocanada de aire, me quedo pensando un minutos y me dirijo a Pete.

—Oye, ¿crees que estoy gordo? —le pregunto.

—Claro que no, no estás gordo. ¿Alguien te dijo algo al respecto?

—No, es una simple curiosidad —aclaro antes de que me dé un sermón.

—De acuerdo. —Salimos de mi habitación para ir a la cocina y comer algo—. Por cierto, ¿dónde está Jo? Aún no es momento de que vaya al trabajo.

Frenesí [Completa ✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora