7. La habitación de los astros

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Con la luna siguiéndonos los pasos y el apenas audible sonido del tráfico nocturno, caminamos en medio de las calles desérticas como si fuéramos los reyes de la noche.

—No pudieron esperar a que me cambiara, pero sí hubo tiempo para comprarse una hamburguesa —rezonga Julian tras nuestras espaldas, incómodo bajo la gabardina de detective que no logra esconder del todo su vieja pijama de El gato Félix.

—Ser guardián de dos no es tarea fácil, lo mínimo que debo hacer es mantener el estómago contento —se defiende Rain después de pegarle otro mordisco a su hamburguesa de lentejas que atrae a las ratas con su hedor. 

—¿Por qué habla como si fuese un personaje de Jane Austen? —susurra mi hermano junto a mi oído.

—Explícame tú. Tú eres el que ya ha estado en ese otro mundo...

—Mi guardián no habla así —refuta.

—¿También tienes un guardián? 

—Todos los soñadores tenemos uno —me explica, como si me estuviese revelando que el agua moja—. Su deber es ayudarnos a atravesar la barrera onírica y, si es lo que queremos, a romper el vínculo que nos ata a...

—Espera —lo interrumpo—. No me has dicho cuál es el animal de tu brazalete.

Presa de un impulso , la mano derecha de mi hermano se refugia rápidamente tras su espalda. Antes de que pueda intentar cualquier cosa, nuestro guía de uniforme plateado interviene con la precaución de un niñero:

—¿Qué es lo que tanto murmullan? —Se sacude las manos para librarse de las migas de pan que se rehusan a abandonar sus dedos—. ¿Secretos de hermanos?

—Julian no quiere mostrarme su espíritu animal —lo acuso.

—Julian, queridísimo Julian... —prosigue el joven guardián—, tu aurora nunca debería ser motivo de vergüenza. Una vez conocí a una chica que tenía un jabalí por aurora...

—¿Y...? —lo presiona mi hermano.

—Bueno, quizá no debió haberme enseñado su aurora en la primera cita. Y, ahora que lo pienso, quizá este no fue el mejor ejemplo... —Acaricia su puntiaguda barbilla mientras su mirada permanece fija en el recuerdo—. El punto es que aunque no hubo una segunda cita, la chica en ningún momento sintió vergüenza de su jabalí, ¿y qué puede ser peor que un jabalí?

Con un suspiro de resignación, mi hermano extiende su muñeca para que podamos contemplar su brazalete.

—¿Un conejo? —Una carcajada que no logro retener brinca de mi boca.

—No es un conejo, es una liebre. Además, tu ciervo tampoco es que sea la gran cosa —se defiende.

—Bueno, si yo hubiese tenido que escoger entre mi ciervo y tu... liebre, estoy segura de que la liebre no habría sido mi primera opción.

—¡Yo no escogí! Este fue el brazalete que alumbró cuando abrí la caja fuerte del cuarto de mamá.

—Bambi, Tambor, lamento ser yo quien se vea en la obligación de interrumpir tan entretenida discusión, pero me temo que no podré acompañarlos hasta el final del recorrido. —Levanta su brazo izquierdo para que podamos observar el titilante brazalete.

—¿Otra vez te quedaste sin energía? —pregunto.

—El mío nunca ha hecho eso —añade Jules.

—Es porque aún no te has sometido a la metamorfosis —explica Rain—. El brazalete de un diurnense, entiéndase por "diurnense" persona que habita el Mundo de los sueños, necesita del aire de Ensueño para funcionar; sin embargo, eso no es algo por lo que deban preocuparse desde su condición de soñadores. —Por motivos que aún no me son claros, la palabra "soñadores" suena como un insulto cuando él la pronuncia—. Pero, por incumbencia y tiempo, esa es una conversación que dejaremos para otro momento. Cuando lleguen a la estación del metro, asegúrense de tomar la línea 4 hasta el planetario. No está de más verificar la ruta, pues no recuerdo cuándo fue la última vez que hice ese recorrido. Procuraré estar ahí justo para verlos llegar.

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