16. El intruso

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—Por aquí sería una tarta de espinaca y... una crema de zanahoria con ajonjolí tostado. ¿Hace falta algo más? —El diurnense niega con la cabeza y no espero para retirarme usando mi sonrisa postiza.

Cuando me levanté, Rain ya no estaba. A lo lejos pude escuchar las cornetas y el galope de los venados que arrastraban la carroza dorada que se había llevado a mi guardián. Aunque todos en la casa habrían deseado ir con él, involucrar a su familia en el juicio era lo último que Rain quería; de hecho, esa fue la razón por la que decidió testificar.

Sin embargo, aunque sean días oscuros, el Panda Rojo siempre abre sus puertas. Los pedidos van y vienen y no tengo suficientes manos para llevar tantas bandejas como me gustaría; Julian se encarga de la barra y de registrar las raciones semanales mientras Mama May y Fiona hacen su magia en la cocina.

—¿Cómo se supone que vas a pasar la metamorfosis si ni siquiera eres capaz de recoger unos platos sin que te tiemblen las manos?

—Buenos días, Sienna —contesto con sarcástica amabilidad.

—Tienes cinco minutos para cambiar ese delantal por ropa deportiva y salir al patio. Y, para que quede claro, solo hago esto porque Rain me lo pidió. Bueno, eso, y porque podría sacarle algo de... provecho a este entrenamiento. —Sus ojos de plata destellan como dos dardos a punto de ser lanzados.

«No sé en qué momento Rain pensó que esta sería una buena idea».

[ . . . ]

El campo de entrenamiento es su hábitat; con la precisión del viento, la loba, que sostiene un palo de bambú en cada mano, se desplaza de un lugar a otro derribando todos los obstáculos que aparecen en su camino.

—Parece que tenemos un problema más grande que tu falta de entrenamiento —suelta cuando pongo mis pies sobre la arena y, con una mirada cargada de desprecio, me inspecciona de pies a cabeza.

—Fiona dijo que esta era ropa que ya no usabas.

—¿Y te has preguntado por qué dejé de usarla? A un banquete debes ir bien vestida, pero a una batalla debes ir como te gustaría ser recordada por el resto de tus días.

—Escoger un atuendo para toda una vida no parece una tarea sencilla.

—Con esos trapos que llevas puestos tampoco es que tengas que hacer una gran elección. —Por un momento, podría jurar que sus finos labios se curvan en lo más parecido a una sonrisa, pero aquella idea desaparece tan pronto la chica me ofrece uno de los bastones que empuña—: Luego nos encargaremos de eso. Lánzame tu mejor golpe.

Y eso hago —o al menos lo intento—, pero la loba responde a todos mis movimientos antes de que termine de ejecutarlos, como si se tratara de una danza que ella ya había bailado antes. Después de cinco minutos su arma ya conoce cada una de mis extremidades.

Solo cuando las palmas de mis manos empiezan a sangrar y los moretones aparecen sobre mi cuerpo como charcos de lluvia, Sienna decide que es momento de parar. No puedo estar de pie ni un segundo más.

—No está mal para ser la primera vez, pero tampoco está cerca de ser bueno. — Extiende su mano para ayudarme a levantar y, justo cuando la recibo, hunde su pie en mi pecho y me devuelve al suelo con fuerza.

—¿Es... en serio? —intento hacerme oír con el poco aire que queda en mis pulmones.

—Nunca esperes nada de nadie en el campo de batalla. —Y, después de habérselo pensado un buen rato, agrega—: Este consejo es más útil si lo llevas fuera de la arena. Puedes descansar cinco minutos.

Quiero darle las gracias, no por el descanso —igual iba a descansar así no me lo pidiera—, sino por su esfuerzo, y su intento de lección. Me gustaría poder entenderla. Me gustaría poder preguntarle cualquier estupidez y recibir una respuesta.

EnsueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora