11. Grito de guerra

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—Otro asesinato fue reportado esta mañana. Me gustaría saber si La Orden de verdad está haciendo algo al respecto... —Indignada, Mama May descarga una pesada bandeja llena de torres de waffles sobre el extenso comedor de roble y toma asiento.

—Ese no es tema para el desayuno, madre. —Con los brazos cruzados tras la cabeza y las piernas estiradas bajo la mesa, se encuentra Rain casi que hundido en su puesto; una camiseta azul cielo resalta la palidez de su piel y su húmedo cabello delata que no hace mucho salió de la ducha. La comadreja blanca que antes había visto sobre los hombros de Fiona descansa ahora alrededor del cuello del chico—. Este es Fuji, también está encantado de conocerte —añade cuando me atrapa observando al pequeño animal.

—Ese es un tema que le incumbe a todo diurnense en cualquier comida del día —se defiende Mama May—. Ahora, no sean tímidos, niños, hay suficientes waffles para que repitan las veces que quieran. Y no se queden sin probar la mermelada de la casa, ¡yo misma exprimí las fresas!

—¿Sienna no vendrá a desayunar? —La pregunta sale de mi boca con tal velocidad que, incluso a mí, me toma por sorpresa.

—Hoy se levantó temprano a entrenar —Esta vez es la suave voz de Fiona la que aparece en la mesa—. La metamorfosis cada vez está más cerca y desertar no es una opción para mi hermana.

—Pensé que solo los soñ... los diurnenses nacidos en la Tierra debían pasar por eso.

—Es un trabajo en equipo —Rain deja suspendido en el aire el pedazo de waffle que se llevaba a la boca y me apunta con el otro extremo del cubierto—. El diurnense de la Tierra debe enfrentarse a la metamorfosis para poder quedarse en Ensueño, pero nosotros, que nos entrenamos en la Academia para ser guardianes, debemos llegar al final con ustedes para poder graduarnos.

—Entonces... ¿tendrías que ayudarme si decido iniciar la metamorfosis?

—¿Qué otra opción tienes? —añade después de pasarse el bocado que había dejado flotando en el aire.

—No podemos dejar a nuestra mamá sola. —Jules, que hasta este momento no había soltado palabra alguna, decide hablar por ambos. La mención de mamá en su voz hace que la sangre deje de correr por mi cuerpo.

—Querido Julian, si mal no recuerdo, la orden de tu madre fue que ambos debían escapar de la Tierra. Además, ¿no crees que ya tienes edad suficiente para abandonar el nido?

—¿Para qué? ¿Para mudarme a otro nido? —Se defiende mi hermano.

—A uno donde puedas prolongar tu corta vida de liebre —ataca otra vez el guardián.

—¿Y quién me asegura que voy a sobrevivir a la metamorfosis?

—Tienes razón —concluye Rain mientras clava su tenedor en otro trozo de waffle—. Pensándolo bien, quizá es mejor que te devuelvas a la Tierra.

—Rain, ya fue suficiente —interviene Fiona antes de que yo pueda hacerlo. Fuji, el animal que parecía incómodo alrededor del cuello de Rain, atraviesa el comedor para refugiarse en los brazos de su dueña.

—¡Ay, pero cuánta tensión! Cualquiera pensaría que no los he alimentado —irrumpe Mama May avergonzada—. ¿Alguno quiere más waffles? —Y, sin esperar una respuesta, se devuelve con prisa hacia la cocina.

—Lo siento —se excusa el diurnense de cabello plaeteado—. Un guardián debe acompañar, no imponer. Respetaré cualquier decisión que tomen.

Con una sonrisa apenas visible, Jules acepta la disculpa de Rain y prosigue a terminar su desayuno. Mama May no tarda en regresar con la segunda bandeja de waffles y, en silencio, de una en una las torres de harina comienzan a desaparecer.

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