29. El bosque de las Pesadillas

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Sienna es como uno de esos libros que entre más te prohíben leer, más ganas te dan de adentrarte en sus páginas. Y, como dice el dicho, si buscas lo que no se te ha perdido, probablemente no te guste lo que encuentres entre líneas.

—¿Nunca habías visto a alguien utilizar un arco? –sus nocturnas pupilas permanecen fijas en el tronco que, después de un acertado movimiento, atraviesa con la flecha que hace unos segundos descansaba a la altura de su delicada nariz.

—No fuera de la pantalla. Bueno, hasta hace unos días cuando...

—Quiero saber cómo llegaste a la conclusión de que hablarme mientras sostengo un arco cargado a tan solo unos metros de tu cabeza era una buena idea –como una víbora que se abalanza a su presa, el veloz brazo de la chica desciende hasta el carcaj que lleva en su espalda e inserta otra de las municiones de madera en la elegante arma–. Mejor dicho, que hablarme era una buena idea. Si estás muy aburrida con tu vida, conozco otras formas de suicidio casi tan efectivas y menos... sangrientas.

—¿Qué hice para ganarme tu odio, Sienna? –después de sentirme lo suficientemente ridícula, agrego–: ¿De verdad lo valgo?

Me observa por unos segundos, sin ira, sin nada; baja el arco y me enseña su espalda mientras se dirige a recuperar la flecha que se mantiene firme en el cuerpo del viejo árbol. La hora de lectura ha terminado por hoy. Doy media vuelta y me dispongo a caminar hacia la laguna de donde proviene el murmullo de risas.

—La forma en que él te mira... Me detengo.

—¿De qué estás...? Oh, Sienna. ¿Esto es por Zircon? –una risa nerviosa se escapa entre mis labios–. Sienna, Zircon...

—¡No seas estúpida! Sé lo que pasa entre Falcon y tu hermano.

—¿Entonces? Espera. ¿Qué es lo que, según tú, pasa entre mi hermano y su guardián?

—Creo que has visto suficiente pornografía mundana como para saber qué sucede cuando A prefiere A en vez de B.

Por unos segundos, mi mente divaga sobre la importancia de la industria del porno en este planeta. ¿Producirán ellos sus propios contenidos o se limitarán a traficar los nuestros? «Diurnense con aurora traviesa busca a mamífero para...»

—Rain –continúa la loba, y cualquier tono de sarcasmo que hubiese empleado antes abandona su voz–. Mi hermano. La forma en que él te mira... Pensé que no tendría que volver a ver esa mirada después de... Isabela.

—No estoy para bromas, Sienna.

—Me hiciste una pregunta y ahora intento responderte, pero si no puedes dejar a un lado nuestras diferencias será mejor que–

—Lo siento.

Sonríe con complacencia. Descarga el carcaj de flechas y se sienta contra uno de los troncos que nos rodean. Hago lo mismo.

—¿No vas a preguntar quién era Isabela? –me observa con diversión. Jamás entenderé a esta chica.

—¿Quién era Isabela? –pregunto.

—Como ya podrás haber inferido, esta no es la primera vez que Rain participa en la metamorfosis. Ja, hasta en eso te tocó conformarte con ser el segundo plato.

Aunque Sienna es una experta en el arte de incitar, no pienso ofrecerle una respuesta distinta al silencio.

—Isabela fue la primera soñadora de Rain –prosigue la guardiana–. Debo admitir que al menos ella tenía un poco de gracia. Como sea, entrenaron muy duro para la metamorfosis; mi hermano llegó a niveles de exigencia que ni siquiera él mismo sabía que podía dar y, entonces, cometió el peor de los errores que puede cometer un guardián: Rain se había enamorado de su diurnense. Perdió el rumbo de su propósito inicial; para él ya no era importante graduarse de la Academia como Guardián de Ensueño, ahora todo lo que quería era asegurar un futuro junto a la chica con la que hablaba en sueños. Así de evidente era, que a la Orden no le costó nada enterarse de lo que estaba sucediendo.

EnsueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora