10. Una historia sobre las cuatro estaciones

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Observo a la chica que tengo delante del espejo: como botellas de cristal que desembocan en la arena, sus ojos contienen en su interior el vivo recuerdo de su difunta madre; sus ojeras, pronunciadas, son dos charcos de lluvia que inundan su rostro, y su pelo, que hace unos segundos iba recogido en un moño para que no interfiriera con su tarea de mesera, cae húmedo sobre sus hombros como una cascada de mechones azules. Parece que hubiera una eternidad entre mi reflejo y el de la chica que la mañana anterior se alistaba para asistir a su última semana de clases.

—¿Todo bien allí dentro? —Desde el otro lado de la puerta, la armoniosa voz de Fiona irrumpe mi estado de ensimismamiento.

—Sí, sí, todo... —Me introduzco rápidamente en el vestido de seda blanca que la hermosa chica pelirroja ha escogido para mí—. Todo está perfecto, ya salgo.

Unto uno de mis dedos con la crema dental casera de menta y frambuesa y froto mis dientes sobre el bonito lavabo de piedra antes de emerger nuevamente a la habitación. «Esa crema sabría muy bien en medio de dos panes tostados», pienso.

—¡Mírate! —exclama Fiona con genuina sorpresa—. Te queda mucho mejor de lo que yo podría decir.

Mi vergüenza se manifiesta en una sonrisa incómoda.

—Más te vale que no te me acerques así a medianoche —añade Julian cruzado de brazos desde el marco de la puerta; su oscuro cabello aún permanece húmedo, lleva puesto un saco gris tres tallas más grandes que la suya y un pantalón de cuadros que Rain le ha prestado. "¿Qué problema tienes con dormir desnudo?", había dicho el guardián, "Es otro de los placeres que nos ofrece la vida". Aquella imagen sigue dando vueltas en mi cabeza.

—Muchas gracias por todo, Fiona, de verdad —Me apresuro a tapar el chiste de mi hermano—. Han sido muy amables con nosotros.

—No tienes nada que agradecernos, solo hacemos nuestro trabajo —acompaña sus palabras con una sonrisa que parece habitual en ella—. Ahora, después del día que tuvieron hoy, su única preocupación debería ser descansar.

Sin decir más, la chica de melena rojiza se desplaza por la habitación y prepara las dos camas que esperan por nosotros. Como pasa con el resto de la gigantesca casa, en cada rincón del cuarto se respira un olor a leña; tras las cortinas de otoño se esconden las disparejas ventanas por las que alcanzan a colarse los sonidos de la noche y, en el centro de la alcoba, una chimenea que tiene la forma de un caldero nos protege del frío.

—Si necesitan alguna otra cosa no duden ni un segundo en hacérmelo saber. Mi habitación está al otro lado del pasillo, hay un letrero con mi nombre en ella, así que tampoco creo que...

—¿Cuándo llegaron Rain y Sienna a esta casa?

—Julian —reprendo a mi hermano con una mirada equivalente a un codazo en el estómago.

—¿Qué? No sé si te diste cuenta, pero los otros dos guardianes parecen de una camada distinta.

—No, está bien —se ríe la chica—, esa es una historia que me gusta contar. —Con su dedo índice acomoda el marco de los lentes que descansa sobre su pecosa nariz y se sienta sobre el borde de una de las camas—. Eso sí, será mejor que se pongan cómodos, la hora de la siesta se retrasará un poco.

[ . . . ]

~ FIONA ~

—Mi padre fue la estación que le hizo falta a nuestro hogar, o al menos eso dice mamá. Aquel intenso sol de verano se apagó antes de que yo naciera. Bueno, lo apagaron. Lo apagaron antes de tiempo. Para ese entonces, los ataques eran algo nuevo en Ensueño. Fue una emboscada: yo ni siquiera era lo que podría llamarse un embarazo, pero eso fue suficiente para que papá decidiera que mi vida era mucho más importante que la suya. Quienes después se hicieron llamar atrapasueños dejaron a nuestro hogar sin la luz y el calor de mi padre; sin embargo, la vida nos enseña que cuando una estación termina, siempre hay otra que viene a reemplazarla.

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