23. Gárgolas rojas

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Mis ojos se abren para que el rostro de mi madre quede sepultado bajo el techo de paja que me ofrece abrigo. Limpio los rastros de humedad que el sudor –o las lágrimas– ha dejado sobre mi rostro. Al otro lado de la estera, Julian es prisionero de un sueño profundo. La expresión de terror que se apoderó de mi hermano en la pelea de su guardián regresa a mi mente; aparto un mechón oscuro que se adhiere a su frente y, por un momento, imagino que estamos bajo nuestro fuerte de almohadas y sábanas y que nada malo volverá a pasarle. Pero no se puede vivir de pensamientos como ese.

En completo silencio, abandono la redonda cabaña de ramas para buscar tranquilidad en la noche: el tronco de las arpías se alza contra la luna como un enorme rascacielos; la luz del fuego aún brilla despierta en algunos de los agujeros. Más nidos como el que nos ha asignado Circe conforman una ciudadela alrededor del palacio de madera. Me pregunto si mi mamá estuvo antes aquí. Me cuesta relacionar su imagen con este lugar, o con cualquier otra cosa; todo lo que conocí de ella fue la interpretación de un personaje que no me gustaba mucho.

—¿Tampoco puedes dormir? —la voz de mi guardián aparece como una alarma que no recuerdo haber programado. Recostado contra las cercas que delimitan la zona del nido, Rain mantiene sus ojos fijos sobre el retrato en el que sus manos trabajan.

—Tuve una pesadilla. —y después de un prolongado silencio, agrego–: ¿Y tú?

—Mis dotes de artista se despiertan cuando soy sonámbulo —espera a que sonría, pero no lo hago; no porque no me cause gracia, sino porque justo ahora mi mente está llena de falsos recuerdos de mi madre—. También tuve una pesadilla —continúa, y el pincel que sostiene en su mano se desplaza sobre la hoja como si no necesitara de un pintor que lo guíe—. No sé si ya te lo había dicho, pero disfruto dormir como un recién nacido llega al mundo. En mi pesadilla, Squirrel se metía debajo de mis sábanas y me susurraba cosas al oído mientras me abrazaba como si fuera su almohada —para ese momento, las risas ya no hacen file para salir de mi boca. Me pregunto cómo lo hace, es como si tuviera un poder sobre mí que nunca le he dado, ¿o que le di cuando permití que entrara a mis sueños? Ahora que lo pienso, ni siquiera le di permiso para eso—. Sí, bueno, la peor parte es que no estaba soñando. Parecerá increíble, pero ese chico habla más cuando está dormido.

—¿Qué estás pintando? —digo para liberarme de las carcajadas.

Rain me entrega su cuaderno para que pueda observar el dibujo que cobra vida dentro de él: al principio creo que es un ave fénix, pero, después de una mirada más detallada, la pintura de naranjas y rojos es en realidad un zorro que lleva las alas de la mitológica criatura.

—Es una gárgola roja —dice—. No creas que de verdad arden en fuego, es solo un detalle.

—No parece algo de lo que debería tener cuidado —comento mientras me inclino para devolver la pintura a su dueño—. Es hermosa, es lo que quise decir.

—Belleza no es sinónimo de bondad, Bambi. Si hicieras una lista de las cosas más bellas que hay en el mundo, te darías cuenta que las más hermosas también son las más peligrosas —esta vez sus brillantes ojos de luna permanecen puestos en mí.

—¿Crees que Zircon de verdad es hijo de una arpía? —suelto de repente.

—Y yo que quería hablarte de la vez que creí que llevar un cachorro de gárgola a casa sería una buena idea. Si te lo estabas preguntando, definitivamente no lo fue. Ven, siéntate — el chico da unas palmaditas sobre el terreno en el que descansa—, la historia de las arpías es mucho más larga.

» No sé si es hijo de la propia Calypso —continúa una vez que ya estoy sentada contra las tablas de madera—, pues la arpía líder adopta como suyos a todos los hijos de la tribu, pero sí debe ser hijo de una arpía para tener una aurora ave.

EnsueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora