21. Estampida de masontes

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—Empaqué sándwiches para una semana, sábanas, calzoncillos de repuesto...

—Madre —el albino rostro de Rain por fin coge un poco de color.

—..., un botiquín en caso de emergencias —continúa la mujer como si mi guardián nunca la hubiese interrumpido—, un tarro de menta triturada. ¡Que el deber no sea una excusa para descuidar la higiene! tu cuaderno de dibujo y tus acuarelas, y el inhalador de Fiona.

—Madre, ¿sabes hace cuánto Fiona no presenta un ataque de asma?

—No, por eso es mejor que lo lleves. Ayyy, ven aquí, mi Reni Renacuajo —la mamá castor levanta al tigre siberiano con sus gorditos brazos mientras este parece necesitar el inhalador del que hablaban—. Me vas a hacer tanta falta... Ustedes también, June y Kira —esta vez son nuestros cachetes los que corren peligro—, y Zy... Zayn...

—Zircon —corrige el joven mentor.

—Zircon, Zircon. Este lugar no será lo mismo sin ustedes y no solo lo digo yo, también lo dicen los clientes. ¡Fiona! ¡Sienna! ¿Dónde está mi princesa floral y mi lobita guerrera? —después de esto, la armoniosa voz de Mama May se escabulle por el amplio corredor de madera.

[ . . . ]

Cuando ya estamos todos afuera, el oscuro cielo comienza a volverse naranja como un carbón que se echa al fuego. Julian, Squirrel y yo llevamos puesto el traje de los soñadores y los guardianes visten –lo que asumo que es– el uniforme de la Academia: un atuendo deportivo negro bajo una larga túnica con un escudo bordado; mientras la túnica de Rain es plateada, Zircon, muy orgullosamente, porta el color del oro; ambas a juego con su color de ojos, pienso. Por otro lado, aunque Sienna también parece llevar el uniforme, no ha podido dejar atrás su salvaje abrigo de lobo blanco; a su lado, Fiona, con uno de sus alegres vestidos floreados, se arrodilla para decirle adiós a su adorada comadreja.

—Me gusta tu estilo —el escuálido brazo de Squirrel cuelga sobre mis hombros como un tentáculo inerte—, eres como una versión femenina de Hellboy, pero con cuernos.

—Si no me quitas tu brazo de encima en lo que cuento hasta tres, juro que te enviaré al infierno para que conozcas al verdadero Hellboy. Voy en dos —oprimo dos veces el botón de mi diadema para que los cuchillos se escondan y vuelvan a salir; casi con la misma velocidad, el chico cabeza de mapache huye detrás de mi hermano.

—¿Cuál es tu accesorio especial? —pregunta.

—Las suelas de mis botas tienen unos propulsores que me permiten saltar más alto o algo por el estilo —responde mi hermano con indiferencia—. ¿El tuyo, mapache?

—No soy un mapache, soy un zorrillo, y deberías tratarme con más respeto si no quieres que utilice mi letal accesorio contigo.

—¿Bombas apestosas?

—Sí, bueno, si las llamas así no parecen tan peligrosas, pero...

—Se acabó el recreo, kindergardianos —la figura de mi guardián se interpone ante la imagen de un sol que recién comienza a salir—. Si tienen que ir al baño, esta es su última oportunidad. Me lo agradecerán cuando llevemos varias horas de camino y comiencen a olvidar cómo era que se veía un retrete —no han pasado ni cinco segundos cuando Squirrel sale disparado con la bragueta del pantalón abajo.

Echo un último vistazo al imponente Panda Rojo antes de empezar a caminar. Desde la puerta, Mama May se despide con sus enormes ojos verdes rebosados en lágrimas. En mi mente le agradezco por no haber permitido que extrañara mi viejo hogar y, en un rincón de mí misma que no visito muy seguido, guardo la promesa de que pronto regresaré para hacerlo en persona.

EnsueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora