26. El color de la lluvia

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Jamás pensé que podría extrañar tanto los huevos revueltos de Mama May.

Sentí que no llevaba ni diez minutos dormida cuando North casi me rompe los tímpanos con ayuda de un silbato.

—¡A despertar, larvas durmientes! Esas gemas diurnas no sé encontrarán solas.

Aún con la mente en los banquetes del Panda rojo, me termino de poner mi uniforme de diurnense mientras mastico la hoja de menta que North nos ha dado.

—¿Saben cuántos baños había en mi casa? —continúa la guardiana de las largas rastas—. Uno. Un solo baño. Siete de mis hermanos también asisten a la Academia; la parada más cercana de Atmósfera está a quince minutos de casa a paso de canguro y no podíamos darnos el lujo de perder la primera ruta, así que no quiero escuchar que de sus bocas salga algún quejido.

[ . . . ]

La caverna es como un amplio corredor de piedra; a medida que avanzamos, aparecen más y más conductos. Al igual que Hansel y Gretel seguían el camino de migas de pan para llegar hasta su casa, nosotros caminamos junto a las viejas vías de los vagones fantasmas para encontrar una salida.

Con un pedazo de leña como antorcha para ahuyentar a los murciélagos que cuelgan del techo de la mina, North asume la delantera en una versión mucho más moderna de la Estatua de la Libertad. Fiona, con su comadreja en el hombro, intenta sostener una conversación con Mudo, pero el chico del abundante cabello negro permanece con la boca cerrada y los ojos clavados en el suelo. A mi lado, Kuma se aferra al brazo de mi hermano como si caminaran directo al altar, y atrás, Squirrel protagoniza una discusión con su propio eco.

Cuando por fin North accede a nuestras súplicas de hacer una parada, siento que mis zapatos van a derretirse sobre la cálida superficie. Intento zafarme las botas para que mis pies respiren, pero en mitad de la acción, creo ver un rápido destello azul debajo de una de mis suelas. Levanto el zapato para observar una esfera transparente semienterrada en el suelo; la recojo con cuidado para que otro tímido brillo aparezca entre la oscuridad de mis manos.

—North, apaga la antorcha —digo de repente, interrumpiendo la historia sobre cuando la pequeña Mindi perdió su primer diente de leche dentro de la olla de la sopa y luego el comedor se convirtió en una competencia para saber a quién le había salido el plato premiado.

—¿Y que nos devoren esas ratas con alas? Ni loca.

—De hecho —interviene Fiona—, son mucho más los mitos alrededor del tema que las especies de murciélagos que realmente se alimentan de sangre. Hasta donde se sabe, en Ensueño los únicos murciélagos que pertenecen a ese escaso grupo son los que habitan el territorio de las nightshades. Además, eso de que absorben la sangre como si tuvieran un pitillo entre los colmillos tampoco es tan literal; ellos...

—Creo saber dónde están las gemas —vuelvo a interrumpir—. Apaga la antorcha.

Los avellanados ojos de la guardiana me observan con sorpresa durante unos segundos; luego, entierra el extremo de la leña que arde en llamas contra la plana superficie de tierra.

Entre humo y oscuridad, las diminutas gemas comienzan a brillar a nuestro alrededor como luciérnagas azules.

—¿Eso fue todo? —comenta Squirrel incrédulo mientras introduce la gema diurna dentro de su brazalete—. ¿No hay zorros con alas o arañas gigantes o momias vivientes?

—¡Eso es! —exclama North exaltada.

—¡¿Sí hay momias?! Dime que no son las momias, dime que no son las mom...

—No, idiota, es el suelo. El suelo está caliente porque la mina es un géiser. Así que el suelo caliente no era simple imaginación mía.

—Ahhh... la mina es un géiser.

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