32. El lago de las luciérnagas

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Debo parpadear más de una vez cuando las luces aparecen en la distancia como estrellas que se han extraviado del cielo. Ya pasé por arpías, pesadillas, otras criaturas que no conocía y, sin embargo, nada había conseguido sorprenderme tanto como encontrarme con una civilización a mitad de camino.

—Sirenas —musita mi guardián con la brújula de cobre suspendida a la altura de su ombligo.

—Pensé que me habías dicho que no existía tal cosa —comento con el ceño fruncido.

—No la criatura mitológica —explica—, esta es una tribu de acuáticos. Al igual que los ríos junto a los que viven, ellos también son nómadas; mientras los hombres de la tribu buscan un nuevo lugar para instalarse, las chicas se quedan a cuidar del Chamán y de los huevos.

—¿Huevos?

—Críos, Bambi, críos.

Espero a que Squirrel haga alguna broma sobre las chicas, pero...

Dejo salir un suspiro. Lo que me parece una broma, una de muy mal gusto, es que ya no esté con nosotros.

—No nos vamos a quedar aquí parados a esperar a que uno de esos monstruos que producen pesadillas decida volver por nosotros, ¿o sí? —inquiere mi hermano impaciente.

—¿Mucho afán por nadar con las sirenas, viejo Julian? —y antes de que Jules pueda defenderse, Rain se echa la brújula al bolsillo y comienza a descender por un lado del empinado montículo de grama.

[ . . . ]

A las "sirenas" solo les hacen falta las aletas para que pueda referirme a ellas por su apodo sin necesidad de acompañarlo con comillas. Ya me había topado con algunas de ellas el primer día que llegué a Ensueño; espesas cabelleras de todos los colores, transparentes ropajes holgados; corren de un lugar a otro en un coro de risas coquetas.

—A la mofeta le habría encantado este lugar —suelta Zircon mientras devuelve una sonrisa insinuante a una de las chicas que lo saluda desde la entrada. A lo que Julian responde con un codazo en las costillas.

El paisaje que cobra vida a mi alrededor me transporta a las historias de Nunca Jamás que Jules me pedía que le leyera justo antes de irnos a la cama: las amplias tiendas de tela que visten los rayos de luna, los faroles que cuelgan de cuerda en cuerda como pares de zapatos que se han puesto a secar, y los cantos alegres que acompañan la noche que recién comienza.

—¡Los estábamos esperando! —una voz retumbante nos recibe en medio del festín—.

¡Llegan justo a tiempo para el Banquete de Media Noche!

El Chamán de la tribu, supongo. Un Chamán muy moderno.

El obeso hombre abandona con dificultad su angosto asiento y, con una chica en cada brazo, se acerca a darnos la bienvenida. Es la versión humana –y amable– de Jabba the Hutt de Star Wars. Como ya mencioné antes, es bastante obeso; una enorme papada cae sobre su colorida vestimenta de sacerdote y su rostro lleno de pliegues me recuerda al de un bulldog.

—Buenas noches, Señor —comienza Rain—, solo pasábamos en busca de refugio para poder...

—¡Qué son todos esos protocolos, muchacho! —prosigue el Chamán mientras sostiene las manos del guardián con afecto—. Pueden llamarme Froggie hoy y siempre —las chicas que lo escoltan sueltan unas risitas tontas.

—En ese caso, Froggie —irrumpe Zircon con confianza—, también venimos con hambre y...

—Zircon —lo reprende mi hermano sin cautela.

—Oh, pero ni más faltaba —entre risas, Froggie vuelve a tomar la palabra—. Esta noche comerán hasta que ya no puedan levantarse de la silla. Niñas —lanza una mirada coqueta a las dos diurnenses—, preparen a nuestros invitados para el Banquete, y asegúrense de que no les falte nada. Esta noche, jovencitos y jovencitas, no querrán regresar a sus casas.

EnsueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora