19. La armadura

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Coraza es la fábrica de uniformes y armería oficial de Ensueño. Por fuera, el imponente almacén es la réplica de un caparazón de tortuga a gran escala, al que ingresamos por una puerta corrediza de acero; por dentro, es una amplia bodega de trajes, armaduras, accesorios y otros artefactos organizados por especie: mamíferos, reptiles, anfibios, peces y aves.

—Tara, mi queridísima y siempre complaciente Tara, dime que los trajes para soñadores ya están listos, porque necesitaré un par para estos dos chicuelos —Recostado de forma insinuante, Rain nos señala desde el mostrador.

—¡Recién salidos del horno! —exclama la excéntrica encargada del almacén con una sonrisa de oreja a oreja. Es una chica... atractiva: su piel es de un perfecto tono canela, su rizado cabello morado cae con libertad sobre sus hombros y mirarla a los ojos bien podría ser todo un acto hipnótico; además, como si ya no fuera lo suficiente interesante, por los tatuajes de telarañas que cubren sus definidos brazos desnudos y por su nombre, es fácil deducir que su aurora es la de una tarántula—. ¿Podrías recordarme el animal de sus auroras? —pide antes de perderse tras las cortinas.

—Un venado y un conejo.

—Liebre —corrige Jules cruzado de brazos sobre un sillón de cuero negro junto a su guardián.

Después de unos segundas, Tara regresa con dos pesados cofres de metal que deposita sobre el mostrador.

—Este es el tuyo —me indica una vez que me acerco—. Se abrirá cuando pongas tu aurora sobre el lector. Los probadores están por allá. —Señala con sus expresivos ojos cafés mientras juega con la joya que cuelga entre sus fosas nasales.

Me adentro en el laberinto de cortinas y me siento en un rincón con el cofre sobre las piernas. Tal y como me indicó la chica, la caja de metal se abre cuando acerco mi aurora titilante al panel lector que funciona como un candado. Esta es una nueva faceta de Ensueño. De repente, alimento a mi cabeza con ambiciosos imaginarios sobre las instalaciones de la Academia de los guardianes.

Después de haberme puesto hasta el último accesorio, a excepción de uno al que no le he encontrado uso, emerjo nuevamente a la recepción con la que será mi única armadura durante la metamorfosis: un oscuro traje de licra que envuelve cada centímetro de mi cuerpo como un pelaje, una chaqueta impermeable de un tono azul nocturno con un montón de bolsillos y compartimientos que ni siquiera he alcanzado a contar, un juego de coderas y rodilleras de metal, un cinturón que exhibe una colección de cuchillas de diferente filo y tamaño y, para satisfacción de mis maltratados pies, un par de botas parecidas a las de los guardianes.

—No sé qué es esto —comento un poco intimidada por los ojos que me observan sin ningún disimulo mientras enseño un fino arco de acero que podría ser un collar o una diadema. Es lo segundo. Tara, quien sostiene un pesado espejo redondo, se ofrece a ayudarme con el accesorio; su áspera mano desliza mis dedos hacia un extremo de la diadema y hace que oprima lo que parece ser un pequeño botón para que dos curvos y finos cuchillos aparezcan, como los cuernos del animal de mi aurora, sobre mi cabellera castaña oscura y azul.

Aunque observo detenidamente el espejo, quienquiera que sea la figura que aparece en el cristal no puede ser mi reflejo.

—Mi turno termina en tres soles —comienza la chica que sostiene la imagen de la guerrera que tengo enfrente—; si no estás ocupada, podría enseñarte a darle un buen uso a esa armadura —Se acompaña de un coqueto guiño que, sin necesidad de comprobar en el espejo, hace que mis mejillas se tiñan de un rojo carmesí.

—Lamento arruinar tus puntiagudas fantasías, Tarántula —Zircon, que había permanecido más bien callado desde que llegamos, posa uno de sus ejercitados brazos alrededor de mis hombros—, pero este pastelito y yo ya tenemos un asunto pendiente qué resolver esta noche.

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