24. Cacería de arpías

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Sostengo a mi hermano como un ancla que retiene a un barco desde las profundidades. Las dos arpías, con las alas extendidas como una muralla de plumas, se interponen entre nosotros y la chica que apresa al guardián herido. Todo pasa muy rápido: Callia da un giro en el aire y, con el largo bastón que trae entre las manos, siembra un golpe en el cráneo de sus compañeras. Rain y Sienna aprovechan el estado de aturdimiento de las mujeres ave para tomar sus arcos y sin pensárnoslo dos veces, todos echamos a correr por el inhóspito desierto detrás de nuestra más reciente aliada.

Rain carga el arma y dispara las flechas con la misma naturalidad en que realizas algún acto cotidiano, como estirar el brazo para alcanzar el control remoto desde la cama o cepillar tus dientes sin necesidad de mirarte al espejo. A nuestras espaldas, las dos arpías chillan como una bandada de cuervos hambrientos. Son rápidas; las balas de madera apenas rozan sus plumas, y solo cuando mis pies se elevan a centímetros del suelo soy consciente de que una de ellas me levanta por los cielos.

Sus pies, que recordaba completamente humanos, ahora se asemejan a las patas del ave al que le debe sus alas; intento tomar uno de mis cuchillos con mi brazo que cuelga libre, pero las garras de la arpía no demoran en cerrarse alrededor de él como un candado. A un lado, Fedra, el ave que no tiene ni una pluma en la cabeza, intenta arrebatarle el arco a la loba que, antes de devolverle el arma, primero le arrancaría el par de alas con un solo movimiento. Entonces, mis ojos se quedan petrificados en el panorama que tengo enfrente.

—¡Corremos hacia un precipicio! —intento advertirles, pero mis gritos quedan opacados por el berrido que emerge de la garganta de la arpía que me sostiene; mis ojos giran hacia la flecha que le ha atravesado el muslo a Celena y luego comienzo a caer.

—¿Estás bien? —los brazos de mi guardián son el único impacto que recibe mi cuerpo—. Tu cuello sigue sangrando.

—¡Rain, no hay más camino del otro lado! —digo mientras me apresuro por regresar al suelo—. Tenemos que avisarle a los demás.

Sus ojos de plata me miran con gracia.

—¿Qué? —comento un poco alterada.

—La chica pingüino debe tener todo bajo control.

Le lanzo una mirada de incredulidad y comienzo a correr para alcanzar al resto; a mi alrededor, pequeñas torres de arena se alzan a lo largo del camino como la señalización de una carretera.

—¿Te rescato de una arpía y así me das las gracias? —es mucho más rápido que yo; en menos de un segundo, logra hacerse otra vez a mi lado.

—Es muy temprano para pagar como acostumbro —suelto—. Además, la chica pingüino se llama Callia.

—Ya sabes que tengo problemas con los nombres, y no tengo nada en contra de los pingüinos. Todo lo contrario: son mi ave favorita. No es justo que aquí solo tengamos una especie.

Una flecha pasa a centímetros de mi cabeza y esta vez hace chillar a Fedra, que en silencio seguía nuestros pasos.

—Pájaro equivocado —comenta Sienna, que corre delante de nosotros, sin quitarme la mirada de encima; solo ella podría saber si hablaba en serio o no.

Nos encontramos con los demás metros más adelante, donde la extensa alfombra de tierra llega a su fin. Bajo el sol ardiente, todos arrastran un pesado tronco seco hasta el borde del abismo. Callia lanza un graznido que traduzco como "¡Apúrense!" y ya que ha traicionado a su familia para ayudarnos, no encuentro ningún motivo para no confiar en ella.

Cuando llegan las arpías, apretujados sobre la columna de madera, flotamos en las rápidas corrientes de agua que nos esperaban del otro lado.

—Las arpías nunca olvidan, y la reina se asegurará de que ustedes recuerden siempre estas palabras —grazna Fedra con ira desde la cima de la cascada; a su lado, con notoria dificultad, Celena lucha por mantenerse en el aire con la flecha aún clavada en la pierna—. Esto también va para ti, maldita traidora —continúa la arpía calva—. La próxima vez que te vea yo misma te arrancaré el pico con mis garras.

EnsueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora