40. El Jardín de las onirias

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Cubriendo sus ojos con las palmas de mis manos, guío a Rain entre la arboleda dorada de la mañana.

—Me gustaría saber cómo vas a superar a las luciérnagas marinas —bromea.

—Me tienes mucha fe, Rain Willowgray.

Nos detenemos frente a un picnic que he improvisado con algunas cosas que rescaté de la alacena de mi casa y unos duraznos que tomé en el camino. En medio del viejo mantel, se encuentra el regalo de cumpleaños de Rain: una colección de "acuarelas artesanales" que preparé, básicamente, con todo lo que encontré a mi alrededor y que enfrasqué en cáscaras de bellotas vacías: desde color frambuesa, hasta una mezcla de aloe y arándonos que simulan el color de la lluvia.

—Ya puedes abrir los ojos. Feliz aniversario solar —le digo, porque es lo que se acostumbra a decir en Ensueño.

—¡Bambi! —Sus ojos negros resplandecen como dos ónices—. No tenías que molestarte —añade mientras se acomoda a un costado del desayuno de cumpleaños y, con las manos de un coleccionista, examina cada uno de los colores que mezclé—. ¡Wow! Color cabello de Fiona....

—En realidad ese es color atardecer, pero son casi lo mismo —le explico. De todas formas, ¿qué sentido tiene limitar el significado de un color? Cada color es un baúl de recuerdos; un color puede ser un paisaje, un objeto, un sabor, una persona, un sentimiento. Me pregunto cuántos colores debería usar para dibujar a Rain.

—Gracias, Keana —Me mira fijamente, como si su voz no fuera suficiente para decir lo que siente. Con cierta vergüenza, debo admitir que ya estoy acostumbrada a que no me llame por mi nombre. Nos terminamos los sándwiches de mantequilla de maní y melocotón mientras pintamos nuevos recuerdos en el cielo despejado, hasta que llega la hora de encontrarnos con los demás.

—Recuerda felicitar a mis hermanas —dice mientras recogemos nuestro equipaje—. Especialmente a Sienna —se burla—, no quiero que esté triste el día de su aniversario solar.

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El Jardín de las onirias es el corazón de Ensueño; un cuento de hadas escrito con la tinta de los astros. Como si hubiésemos descendido a un arrecife, cardúmenes de hojas de muchos colores se desplazan de árbol en árbol en completa armonía.

Una flor que parece una libélula, de largos pétalos transparentes, se posa a unos centímetros de mi rostro. Casi que bajo hipnosis, estiro mi índice para tocarla. Aunque al principio me cuesta entenderlo, la flor se transforma en un recuerdo flotante que se reproduce a la altura de mis ojos: una Keana de no más de tres años, con el pelo castaño claro cayéndole sobre los hombros, persigue a su mellizo entre un campo de risas y girasoles. Atrás, dos figuras borrosas que asumo que son mis padres, nos observaban atados de las manos. Y desaparece.

—Es una flor ephymera —aclara Rain tras mi espalda—. Se considera un buen augurio. Te muestra un recuerdo que te habría gustado haber tenido.

Ahora todo tiene sentido. Seguimos caminando entre el bosque encantado hasta que, como diferentes criaturas que se asoman entre los troncos, empiezan a aparecer más diurnenses.

—¡¡Willowgray!! —escuchamos los gritos de Rafael y North que vienen a lo lejos.

—¡Flórez! ¡Islands! —Emocionado, Rain se abalanza sobre los otros dos guardianes.

—¡Katana! —Rafael intenta recordar mi nombre—. ¡¿Qué haces aquí?! Los soñadores ya se están formando en los campos de lirios áureos. ¡Corre!

—Ya nos encontraremos —me dice Rain, y el roce de sus manos se siente como un beso en la frente.

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