Capítulo 2: Los Ellison.

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Verena

«Ella es el cielo, pero arde como el infierno»

Se siente bien.

Es como si estuviese en la playa y el agua de las olas refrescan mi cara.

Aunque caiga más agua, me siento un poco tensa, como si molestase. Ahora no está tan tibia...

Espera, ¿qué?

Abro mis ojos y doy un respingo cuando toda el agua me cae encima, levantándome de inmediato para toser.

—¡Joder, mamá! —me quito el agua, bruscamente— ¿Cuál es la necesidad?

—¡Llevo días diciéndote qué hoy era un día bastante especial! ¡Y tú durmiendo aquí!

—Te dije que no iba a ir —quito las sabanas con agresividad y las tiro al piso, me mojó la cama—. Lárguense y déjenme dormir.

El sonido del vaso truena en la pared, convirtiéndolo en añicos.

—De veras que eres una decepción —niega, aborrecida—. No haces nada con tu vida, y aún así no nos puedes hacer el favor de venir a la cena benéfica.

—Que no haga nada en su empresa no significa que sea una decepción, mamá —suspiro—. Soy modelo, y es una carrera muy importante...

—Ajá, me cuentas después —resoplo—. Vete a bañar, falta una hora para irnos. Quiero verte arreglada, Verena.

Cierra de un portazo y me despeino el cabello por la angustia. Ninguno de mis padres me entiende, y al ser hija única es mucho peor, todo el peso cae sobre mis hombros.

Voy al baño para darme una ducha de agua caliente. La resaca me tiene del culo, bebí demasiado y llegué en la madrugada, pero no tenía idea de que iba a dormir tanto, quedan unos minutos para que sean las ocho de la noche.

Cuando salgo, tomo la secadora de pelo y me lo seco en más o menos media hora. No me da tiempo rizarlo, así que lo dejo lacio.

Tomo un vestido de tirantes ajustado y rojo vino brillante junto con unos tacones negros. Mi maquillaje se basa en un pinta labios rojo y una sombra marrón no tan notoria.

Me miro al espejo y noto mi voluptuosa figura. Dios, hasta yo misma me enamoro de mí.

Agarro una pastilla para eliminar la resaca y me la tomo junto con una botella de agua que siempre tengo en mi repisa. Alcanzo mi bolso y bajo a pasos rápidos para aproximarme al auto, ya estoy un poco tarde.

Cierro la puerta y el chófer arranca, mi padre está sentado en el copiloto y mi madre está a mi par.

—Vaya, hasta que al menos haces algo bien, estás decente.

Ya sus comentarios no me afectan, desde los doce años estoy acostumbrada.

—Tu madre tiene razón. Perder el tiempo esperándote valió la pena.

—¿Me pueden explicar qué haremos justamente en esa cena benéfica? —emití, con ironía.

—Invitamos a varios empresarios a una cena y a la vez para que donen para los niños necesitados
—explica mi padre.

Una trampa Tentadora (MUESTRA).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora