Sin Rumbo

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Zafiro se encontraba sentada sobre un banco, sus pokemon junto a ella. Miraba la arena del suelo de la plaza en la que se encontraba. Era una hermosa mañana, pero a ella no le importaba ya qué tiempo hiciera. La gente que pasaba cerca miraba a sus pokemon con cierta sorpresa, incluso algunos murmuraban con bastante poca habilidad para pasar desapercibidos.

—¿Te fijaste en que esa niña tiene a todos sus pokemon afuera?— comentó una señora de mediana edad a otra que iba con ella.

—No la mires, debe ser una rebelde que se escapó de casa

—Estos niños de ahora no saben cómo manejar a sus pokemon. En mis tiempos yo...

Hasta ahí logró escuchar la dichosa muchacha, puesto que las señoras pasaron de largo. Sus pokemon se miraban entre sí, y también miraban el ambiente, haciendo como que no se sentían incómodos.

Pocas personas habían decidido ir esa mañana a la plaza del centro de ciudad Petalia. La brisa marina regulaba la temperatura, y por lo general le otorgaba un agradable ambiente. Había pocos árboles, todo el terreno parecía estar hecho para que la gente paseara y contemplara las hermosas flores en vez de echarse en el pasto a tomar una siesta. Era bastante bonita, o al menos eso le había parecido a Zafiro antes.

Suspiró por enésima vez, perdida en sus pensamientos. Había salido de su habitación del Centro Pokemon para pensar, pues no soportaba mucho tiempo bajo un techo con un clima tan agradable.

Una y otra vez, repitió su lucha contra Norman dentro de su mente, así como lo que ocurrió después de esta.

[...]

Zafiro lloraba sobre su herido Marshtomp, sin saber qué hacer. Sabía que había sufrido mucho, lo sabía después de haber entrenado junto a él, después de días enteros de llevar su cuerpo al límite, después de tener que apretar los dientes para soportar el dolor de los golpes, después de ansiar el momento en que pudieran descansar.

De pronto advirtió las piernas de Norman junto a ella, lo cual la sorprendió. Al mirar hacia arriba se encontró con su mirada inquebrantable, severa.

—Siempre supe que no lograrías vencerme. Toma, te lo ganaste.

Sacó de un bolsillo un pedazo de metal compuesto de dos círculos unidos por una barra pequeña. Asemejaba la forma de un moño, o quizás el símbolo del infinito. Zafiro, un tanto aturdida, lo tomó y lo dio vuelta. Por detrás se encontraba el Nombre del líder del gimnasio.

[...]

Examinó la medalla una vez más. Era su primera medalla de gimnasio, mas no se sentía especialmente dichosa por tenerla. Había costado mucho; mucho esfuerzo, mucho tiempo, mucho sudor, muchas lágrimas y mucha sangre. Sus pokemon también miraban la medalla, pero ellos lo hacían con cierto miedo. Era demasiado valiosa, y si se caía y se perdía no podrían conseguir otra.

—¿Para esto luchamos tanto?— pensó Zafiro— ¿Por un pedazo de metal? ¿Para mostrarlo ante un par de guardias y pasar por una puerta?

En esos pensamientos estaba cuando una voz la distrajo. Al principio no pensó que fuera una voz, puesto que los sonidos eran tan irreales que no parecía que fueran posibles de reproducir con una garganta. Mas al levantar la mirada se encontró con una hermosa mujer de largo cabello dorado, sentada en un banco cercano junto a un pokemon de enormes fauces. La mujer cantaba de forma gloriosa, una canción con una melodía tan fina que parecía que podría romperse con una simple brisa.

Zafiro se fijó un poco más en la mujer, y se dio cuenta de que se trataba de un pokemon. Era una Altaria, una hermosa Altaria de plumas doradas. Por un momento se le hizo familiar, pero cualquier atisbo de recordarla fue eliminado por el estupor que la música produjo al entrar por sus oídos. Era esplendorosa, nada menos que esplendorosa. La gente alrededor comenzó a detenerse, deleitada tanto como la muchacha.

Esclavos de HoennDonde viven las historias. Descúbrelo ahora