Bandidos de Tierra y Mar

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En pueblo Lavacalda había muchos ancianos. Por lo mismo, el ritmo del pueblo en sí era muy lento y pausado, y los jóvenes se habían acostumbrado a eso.

En cierto momento Flannery dejó su gimnasio para atender ciertas quejas de los aldeanos; que últimamente las aguas termales necesitaban mucho más mantenimiento, que sus pokemon se encontraban nerviosos, que había muchos temblores, que había gente sospechosa rondando el pueblo.

Suspiró apenas dar tres pasos desde el edificio.

—Estoy harta de la gente vieja— pensó para sí, cuando algo llamó su atención.

Muy arriba, más allá del bosque tropical que separaba Lavacalda de la punta del volcán, se veía humo. Eso no era buen signo. Pensó en ir a investigar, pero entonces alguien irrumpió sus pensamientos.

—Disculpe, señorita— la llamó una voz suave, pero robusta.

Flannery se giró, y se sorprendió de ver un pokemon que no había visto en su vida, al menos no en persona. Su forma era humanoide, sus brazos y piernas eran flacos, pero en sus manos llevaba rojos guantes muy gastados.

—¿Ha visto a un Teddiursa paseando por aquí?— le preguntó el Hitmonchan.

Flannery se quedó tan pasmada que no logró siquiera reaccionar. Como no le contestaban, el Hitmonchan sacó una fotografía de su objetivo y se la mostró. Dentro se apreciaba a un tierno pokemon infante, con garras en sus patas, ojos grandes y negros, y una especie de luna menguante dibujada en la cabeza.

—¿Un Teddiursa?— repitió ella, consternada, y finalmente comprendió qué le estaban preguntando— Ah, no. No lo he visto.

—Okey, gracias.

El Hitmonchan se guardó la foto en el bolsillo y se marchó sin más. Flannery se quedó plantada un momento, preguntándose qué clase de pokemon eran esos.

—/—/—/—/—/—

Ruby abrió los ojos de golpe, despertando de un sueño que olvidaría por completo en treinta segundos. Sus ojos no se tuvieron que acostumbrar a la luz de la mañana, puesto que habían ido a dormir bajo la protección de los árboles junto al camino.

Lo primero que vio fueron dos ojos grandes y juguetones que lo observaban atentamente. Pronto la dueña de estos ojos se sonrojó por haber sido descubierta mirándolo, pero de todas formas no dejó de hacerlo.

—Robin...— la saludó un soñoliento Ruby.

—Ruby...— contestó ella.

Se quedaron mirando por largo rato el uno al otro. Varias e intensas emociones cruzaron sus arterias, pero no hicieron nada más.

—Ruby— lo llamó Robin nuevamente.

—¿Sí?

Ella desvió la mirada, un poco avergonzada.

—He estado pensando un rato esto... es algo incómodo, y no sé cómo debería decirlo.

Ruby sonrió, dándole a entender que podía contarle lo que quisiera. Quería preparar su mente para cualquier intención que saliera de la boca de Robin, de cada posibilidad por igual, pero no pudo evitar que surgiera dentro de sí una pequeña esperanza de una confesión de cierto tipo. Mientras ella tomaba aire para decirlo, él hizo como que ignoraba aquella esperanza.

—¿Podrías... quitar tu mano?

—¿Ah?

Ciertamente no era lo que se esperaba, pero al seguir la línea de su brazo con la mirada comprendió luego de qué hablaba Robin. Por esas casualidades de la vida, su mano derecha había terminado reposando plácidamente sobre el plano pecho de la muchacha. Ruby resistió la enorme tentación de contraer sus dedos para confirmar la falta de grasa en los senos de su amiga, y la retiró rápida pero gentilmente.

Esclavos de HoennDonde viven las historias. Descúbrelo ahora