En medio de la desgracia en que se había convertido mi vida; hacer feliz a una pareja llevando en su vientre sus hijos, era una viento fresco. El eran los sentimientos que este embarazo me producían. No tengo claro cómo debería sentirme, si el que a ratos los sienta como mio es lo correcto, pero así era. Sus movimientos y pataditas enviaban una sensación de paz a mi corazón.
Me reprendía diciendo que no eran mis hijos, y que al final de mi gestación era obligatorio dejarlos ir. Lo tenía claro, como también no poder hablar con nadie de esto. Había firmado un acuerdo de confidencialidad.
Aun asi, no podía quitarme la sensación que eran míos.
Las pláticas nocturnas con el padre de los bebés tampoco contribuían a calmarme. Cuarenta días después de empezar a hablar por mensajes de textos, yo me había acostumbrado a ellas antes de dormir.
—¿Por qué siempre hablo con usted? ¿Qué hay de la mamá?
--Te aburriste de mis pláticas?
—Solo tengo curiosidad.
Envío el mensaje y espero por respuestas, he estado tratando de hacerme una imagen mental de la persona que tengo del otro lado de la línea. Físicamente me es imposible hacerlo, pero Susan me dio ciertos detalles que podría usar.
—Murió. Son nuestros hijos, quiero conservar una parte de ella.
Me siento de golpe en la cama y los bebes protestan en el vientre. Los sobresaltos le molestan revelándose de tal forma que me es imposible dormir.
—Lo siento.
No pretendía tocar un tema sensible. Una madre siempre es la más apegada a sus hijos, he llegado incluso a pensar que es gay.
—¿En realidad lo sientes?
Leo dos veces el mensaje antes de responder.
—Nadie debería quedar solo, menos sin amor.
—¿Lo dices por experiencia?
—Tal vez.
—Es mi turno de disculparme.
—Y a mí de preguntar si en verdad lo sientes.
—No suelo decir lo que no siento ¿Qué harás al terminar todo esto?
—Volver a mi país.
—¿Tienes familia que te esperé?
—Mis padres fallecieron y están sepultados allí.
—¿Nadie más?
—No. Quiénes pueden ayudarme. No tienen los medios y me he convertido en una carga.
—Nadie está tan solo.
Le aseguro que yo sí.
– Me tienes a mi ¿Dónde estudiabas?
—En un internado de señoritas, después iría a una universidad.
Respondo y me quedo viendo lo que acabo de escribir. Mis padres nunca me tuvieron cerca a partir de los cinco años. Las vacaciones eran programadas y siempre fuera de Berlín. Papá solía estar nervioso cuando estaba en casa y no me dejaba salir sola.
Dejo a un lado el móvil y me levanto de la cama para ver por la ventana. La imagen del mar ante mi relajan y apoyo la manos en mi vientre al sentirlos más inquietos que nunca. El hombre del otro lado hace preguntas que me recuerdan a Susan. A la manera que decía que podíamos conocer un poco de las personas.
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INEFABLE
RomansaLibro IV Saga Frederick Jasón Frederick Jr. Solo quería cumplir la última voluntad de Susan, su mejor amiga. Tener un hijo y enseñarle que pudo contar con la mejor de las madres, pero que la ignorancia se lo impidió. Una vez lo logra, contrata los...