Evy
Abro los ojos y lo que encuentro frente a mí me hace sonreír. Se ve ridículo acostado en ese sillón, tiene la cabeza apoyada en los brazos y sus largas piernas cuelgan del otro lado, solo su dorso y trasero están dentro del diminuto espacio que es su improvisada cama.
Por fortuna para mí y comodidad para él, esta tarde nos iríamos a casa. La maleta con mis cosas ya está arreglada a un costado de la puerta y encima de la cama esta la ropa que usaré. Una enfermera suele entrar a ayudarme a bañar y vestir, pero el día de hoy me siento fuerte y rebelde.
En la mañana hablé con Damián, al fin. Lo hizo al llegar a casa de Magda, aseguró no hubo problemas con ella y prometió asegurarse que no los habría.
Le creí. Por que era lo que necesitó siempre, alguien que creyera en él y no lo juzgara. Mi cuerpo cruje cuando empiezo a sentarme y una vez lo hago respiro con dificultad. Bajo una pierna, luego la otra y con la ayuda de mis manos me pongo en pie. Lo siguiente es relativamente fácil, con cuidado llego hasta el baño arrastrando mi ropa en el proceso.
Apoyo mi mano en la lavamanos y tomo aire una vez más. Mi cuerpo sigue adolorido, me cuesta respirar con dificultad y el dolor de cabeza se hizo parte de la rutina. Miro mi apariencia en el espejo y noto varios moretones en mi mentón y pómulos.
Sonrío ante la imagen desastrosa que es mi rostro hoy día, detengo la muestra de mis dientes al ver que me falta dos medios dientes.
“¡Genial Evy! Nunca sonríes y cuando decides hacerlo tienes los dientes quebrados” me reprendo. Es que en estos días no hacia sino reír como chiquilla por cualquier tontería que él dijera. Vuelvo a mostrar mis dientes al espejo, en un intento patético que regresen a mi mágicamente. El pequeño orificio negro que ha dejado me hace sollozar y cierro los ojos bajando el rostro. Al alzarlo nuevamente salto al encontrarme con una segunda imagen.
—¿Estas bien?
—¡Me asustó!
—¡Te quejaste! —responde tajante viéndome preocupado a través del espejo.
Adorable, era el título que podía definir al hombre que veía en el espejo. Cabello revuelto, una incipiente barba y ojos perfectos. Me ha confesado tiene el sueño liviano y cualquier cosa lo despierta, algo que he podido descubrir por ocasiones como esta.
—¿Qué haces en pie? Debiste pedir ayuda. —sigue arremetiendo en mi contra y sonrío.
La imagen de mis dientes ausentes la hacen tornarme seria y vuelvo a gruñir fastidiada. Por un instante guarda silencio al verme molesta ante mi imagen, intenta entender mi molestia.
—No nos iremos de aquí sin ellos—junto las cejas al no comprender y sonríe mostrando su perfecta dentadura que parece burlarse de la mia —tus dientes. Por eso estas enojada —describe.
Suspiro molesta, parte por ser descubierta o que me crea superficial. No debería ilusionarme con alguien como él, pero es imposible que mi voluntad no se quiebre teniéndolo tan cerca. Me han dicho lo que opina del matrimonio. No le interesa formar un hogar con nadie, las mujeres eran solo compañías y para saciar su libido. Solía investigar muy bien a la mujer a cortejar, aunque solo estuviera con ella un par de veces. Era desconfiado en exceso e implacable cuando era traicionado.
Alejo mis pensamientos y me centro en la mujer que tengo frente a mí. Hay hora y treinta minutos perdidos en mi mente, necesito traerlos de vuelta. A pesar de todos los intentos y buena disposición, sigue existiendo un lienzo en blanco durante ese tiempo.
—¿Te sientes bien? —le doy un si con la cabeza mordiendo mis labios y no parece creerme —¿Segura? —vuelvo a asentir y sonríe. —iré por un café ¿Deseas algo? Lo que sea —recalca cuando doy media vuelta.

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INEFABLE
RomansaLibro IV Saga Frederick Jasón Frederick Jr. Solo quería cumplir la última voluntad de Susan, su mejor amiga. Tener un hijo y enseñarle que pudo contar con la mejor de las madres, pero que la ignorancia se lo impidió. Una vez lo logra, contrata los...