35 || Doscientos treinta y cuatro

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La sensación de estarme ahogando es fuerte, como si mi cuerpo estuviera cayendo al vacío y mis pulmones se llenarán de agua rápidamente, provocando un ardor en mi pecho. Me levanto en busca de aire, mi boca se abre tanto como mis ojos y la toz que me ataca hace que golpee mi pecho y enfoque mis fuerzas en respirar correctamente para no volver a sentir la falta de oxígeno.

Me incorporo y veo el lugar en el que me encuentro. La habitación es pequeña y oscura —debido a que no hay luces encendidas—, la cama en la que estoy es lo único además del sillón con el tipo de cabello rubio en una de las esquinas. Pienso en cómo llegue aquí, pero el último recuerdo disponible en mi memoria es tan borroso que ni siquiera las siluetas eran visibles, pero sé que Raven —me es difícil aceptar su verdadera identidad, y sigo esperando que me diga que todo es un malentendido— me dijo que dolería, y así fue, un ardor espantoso que me recordaba un poco al fuego y las quemaduras, solo que mil veces peor ya que es interno.

El rubio se levanta de su lugar y se acerca para examinarme, pone su mano sobre mi frente y revisa mis pupilas.

—¿Te sientes mejor o sigues viendo todo muy rápido? —me pregunta cuando sus dedos se posan sobre mi pulso.

—Veo con normalidad.

Una sonrisa de triunfo se dibuja en su rostro y por primera vez parece una persona normal, y no un cazador al acecho.

—Eso es bueno, significa que no morirás. Al menos hoy no.

Camina hasta la puerta, la abre y me invita a atravesarla. Estoy alerta porque la situación es extraña y no termino de sentirme seguro, a pesar de todo me levantó y camino hasta la puerta cuando él habla.

—Por cierto, yo soy Conrad, otro de tus cuidadores —dice recargando su cuerpo contra el marco de la puerta y dándome una sonrisa ladeada.

Asiento brevemente y sigo caminando, todo se siente tan irreal que mi mente sigue trabajando para poder procesarlo.

La habitación continua es grande, la luz que entra por las ventanas es la única con la que contamos en el lugar, pero es suficiente para que mis ojos encuentren cada detalle. Hay tres sillones medianos repartidos sin mucha definición de sala en el centro del lugar, detrás de ellos una barra —bastante fea— separa a la cocina y a la izquierda hay otras dos puertas, a mi derecha —donde se encuentran las ventanas— logro ver una pizarra mal escondida en una esquina, antes de ella hay una mesa grande de madera con cuatro asientos disponibles, hay mucho en ella, planos, fotografías, documentos, dibujos, computadoras y hasta un monitor que muestra imágenes en tiempo real del internado —las tomas parecen ser de los mismo lugares en las que las cámaras de seguridad están ubicadas—, en el centro y resaltando sobre el pequeño desorden hay algo que llama mi atención más que el resto. A simple vista aparente ser un móvil, pero cuando me acerco lo suficiente notó las diferencias, es muy largo y no tiene botones en los costados, parece estar hecho por completo de vidrio, en una de las esquinas hay gritas profundas, y a pesar de ver directamente a lo que debería ser una pantalla mi rostro no se refleja.

Estiro la mano para tomarlo cuando alguien con desesperación toca a la puerta, me giro y veo la expresión de Conrad caer de la tranquilidad al fastidio. Una de las puertas junto a la cocina se abre y las tres personas faltantes salen con prisa.

—Esperen —les pide Conrad antes de que ellos se acerquen demasiado a la puerta—, es Lauren.

Las expresiones de los gemelos y Raven se vuelven una misma, de la seriedad a la molestia, a lo que Conrad les da una sonrisa en la que parece disculparse.

—¿Quién es Lauren? —mi duda es más grande que mi discreción.

—Nuestra vecina —dice Conrad apresuradamente.

Infiltrados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora