Capítulo 35

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La inmensa claridad que lograba colarse a través de las cortinas blancas de su habitación era inmunda, enorme. Tan resplandeciente que imitaba a la luz cegadora que solía proceder de las abducciones extraterrestres. De hecho, podía llegar a ser el caso, más no nos iremos por otras ramas.

La iluminación que entraba a través del vidrio de las ventanas era gigantesca, como un monstruo completo de luz. Era de tal forma que llegaba realmente a molestar la vista hasta el punto de cegarla parcialmente; razón número uno por la cual la joven de pelo morado -ya irritada y sin molestarse en abrir los ojos-, no pensó siquiera dos veces en plantarle la espalda e ignorar rotundamente su existencia, imaginando ahora que vivía en un mundo de abrazadora penumbra.

Fue de ese modo que logró volver a caer rendida en el paraíso que consistían sus sueños.

Abrió los ojos dos horas después, sintiéndose en la más grande gloria cuando su cuerpo tentó aquella sensación hermosa de haber dormido un poco más de lo necesario. Se sentía tan descansada y viva que sus ojos simplemente se abrieron sin dificultad de por medio; como si hubiera vuelto a nacer.

Sin embargo, quería volver a dormir.

Quería volver a cerrar sus ojitos y dormir hasta bien entradas las dos de la tarde. Esto no solo porque le daba pereza levantarse, sino que se sentía muy a gusto en la posición que se encontraba. Y hubiera sido de esa forma, más las irrefrenables ganas que tenía de orinar la obligaron a abandonar la cama.

La malvada necesidad básica la obligó a abandonar su cómodo huequito de sábanas al que describía como auguento a su alma. Con no muy buena cara se sentó en la cama y talló sus ojos en un intento por despertar el lado que aún seguía dormido.

Pensándolo bien, realmente no tenía razones para postergar tanto el hecho de levantarse, ya esto solo se trataba de mero capricho.

Para cuando decidió que ya era la hora, recién habían marcado las once veinte de la mañana en su reloj despertador. La muchacha lo miró y en respuesta solo largó un bostezo tan grande como la boca de un león.

Tal vez había dormido demás, pero la verdad no le causaba culpa alguna; al contrario, se sentía tan bien y descansada que solo eso justificaban las horas extras.

La verdad sentía que se lo merecía.

Comenzó a desperezarse, sentada al borde de su cama, estirando cada músculo entumecido de su delicado ser, para luego proceder a tallarse los ojos en vaivén en un intento por librarse de la sensación de pesadez que estos aún poseían. Se incorporó una vez hizo esto para, de inmediato, empezar a realizar su sesión rutinaria de higiene personal... Y para ya finalmente librarse de esa sensación horrible que le provocaba la retención de líquido en su vejiga.

Minutos más tarde, fresca y mejor vestida, bajaba las escaleras a paso moderado, procurando no caer en el progreso tal como le pasó en una ocasión al ir a toda prisa a abrirle la puerta a su padre cuando tenía alrededor de cinco años.

Furtivamente recordó que tras eso tuvo que faltar a las escuela seis meses hasta que su pierna se recuperara de la caída de casi dos metros y medio. Sinceramente tuvo bastante suerte de que se hubiera recuperado tan bien, porque de haber sido el caso contrario no estaría caminando de manera natural.

Una pequeña sonrisilla se formó en sus labios.

Bajó a paso presuroso pero pausado a la cocina, pensando en el transcurso del viaje el qué podría prepararse para empezar el día.

Unas cuantas suculencias se le ocurrieron, más terminó decantándose por solo una barra de granola con un vasito de yogurt de durazno (el cual amaba). La verdad, no necesitaba algo tan pesado ya que apenas terminara de desayunar empezaría con los preparativos del almuerzo. El motivo de esto solo era procurar tener algo en el estómago antes de que este decidiera dar unas cinco vueltas dentro de sí y acabar desmayada a causa del hambre, ya que seguramente no estaría lista hasta ya entradas la una de la tarde.

Una Mirada ||Zac El Alba Y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora