Capítulo 28

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La sensación pesada que sintió ese día volvió a asentarse con violencia en su organismo. El mundo en verdad la odiaba.

¿Por qué? ¿Por qué?

La castaña de ojos claros no lo sabía, pero,en ese intento de hacerla sentir mejor, lo único que había logrado fue hacer todo lo contrario.

A medida que la reproducción de ese video en donde el protagonista era el rubio -exclusivamente el de donde interpretaba  tan bonita canción; esa que creyó para ella-, avanzaba, el nudo en su tráquea se volvió una horrenda tortura, marcando territorio en su estómago como quien fuera Colón. La respiración se le volvía cada vez más dificultosa debido a ello, y es que el sólo mirarlo y recordar ese momento de euforia que terminó en una caída en picada, le oprimían el pecho de una manera impensable. Le producían un alucinante dolor en el lado derecho de su pecho.

El video se reproducía sin interrupción alguna en el móvil de la de cabellos castaños, quien le mostraba éste con una gran sonrisa pintada en su rostro. De todas las canciones que el rubio había compuesto, esa era sin dudas la que más le gustaba hasta ahora, y no dudaba en que su amiga la pelimorado pensaba igual, pues, el día del concierto estaba segura de haberla visto sonriendo mucho en cuanto fue armonizada.

Por unos breves segundos pensó que era una gran idea animarla usando aquella presentación como herramienta. Después de todo -según lo que podía recordar de las tantas clases de psicología- , la música es capaz de mejorar hasta tu peor estado de ánimo. Sin embargo, justo ahora estaba cuestionando seriamente esa conclusión, porque lo único que había logrado fue quedar muy confundida, mirando a una de sus mejores amigas correr en dirección a la salida del lugar, junto con todas sus cosas.

Los ojos de la chica aletearon reiteradas veces en un intento de que la situación se asentara por completo en su cerebro, pero no lo logró del todo, sin embargo. Para el momento en el que el entendimiento llegó, ya se hallaba emprendiendo carrera junto con la chica de rubios cabellos, quien ni tenía la más mínima idea de lo que había ocurrido para que Mya saliera corriendo así.

Ambas muchachas corrieron a todo lo que daban entre el espacio del largo pasillo, intentando pasar entre la inexplicable ola de alumnos que se interponían en su camino, empujándolas cada tanto para abrirse paso. Sin embargo, todo el esfuerzo había sido en vano ya que la habían perdido de vista.

Mya no paraba de correr, hecha un mar de lágrimas saladas. Odiaba con las fuerzas que le quedaban que se viera en un estado tan patético frente a todas las personas que estaban a su alrededor, pero es que el peso de todo lo que había estado ocurriendo durante la última semana era demasiado como para sobrellevarlo así como si nada. Era algo que su pobre ser no lograba tolerar del todo.

Sintió sus piernas desvanecerse apenas llegó al parque de camino a su casa, y de no ser porque su respiración comenzaba a serle dificultosa a tal punto que le faltaba, hubiera caído al suelo sin ningún impedimento. En ese preciso momento se detuvo bajo la sombra de un árbol, apoyando luego su antebrazo en él para no terminar tumbada sobre el pasto de manera exageradamente rápida. Exageradamente patética. Así tan cansada estaba que no reparó nada en darse vuelta, quedando con la espalda pegada a la áspera madera del roble, para luego dejarse ganar por la gravedad y terminar en una posición sentada, inhalando y exhalando, como quien recién había terminado un maratón.

Las gotas de sudor que caían de su frente, bajaron mezclándose luego con sus lágrimas, aquellas que no habían dejado de bajar en ningún momento y esas mismas que ahora estaban mojando parte de la blusa de su uniforme y salpicaba una pequeña pequeña porción de pasto bajo sus pies. Realmente era un estado deplorable... y lo odiaba.

Una Mirada ||Zac El Alba Y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora