Capítulo 11

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Su orgullo se vino abajo. Si bien ella nunca había sido de ese tipo de persona, había sentido como si algo en ella se hubiese caído hacia un acantilado. Un profundo e infernal acantilado.

Su pecho se había apretado tras decir eso. Era cierto que desde un comienzo había sido grosera con el chico, pero quizás él debía comprender que ninguna persona iba a tratar muy bien que se dijera a quien le había atropellado. Eso no.

Era cierto también que una semana tras el accidente seguía enojada con él, pero sólo era por el hecho de hacer que la castigaran. De ahí en adelante, cuando comenzó a toparse con más frecuencia con él, inconscientemente lo trataba de igual manera al no saber bien como expresarse más que de esa forma. Con eso iba creando cierto odio innecesario hacia su persona. Odio que iba creciendo por el enojo de su pasar diario. No era porque el chico le molestase de verdad.

Aunque si debía admitir que su comportamiento no era del mejor en ocasiones. Esa actitud tan egocéntrica que tenía era de detestar a veces. Quizás eso era lo que ella odiaba del rubio.

Para Zac, eso era como un pequeño rompecabezas que iba revolviendo de a poco en su cabeza. Eso no sólo explicaba la manera en que ahora hablaba con él luego del incidente en el parque. No con tanta confianza como el quisiera, pero por lo menos lo hacía en lugar de evitarlo como hacía en días anteriores. Sino que también explicaba porqué no se había ido del camerino cuando pudo haberlo hecho.

Es cierto, pudo haberse ido de allí si de verdad lo odiaba. Es más, ni siquiera se hubiese molestado en seguirlo cuando éste la llevó por aquél callejón. Y ni mencionar que tampoco se hubiese parado a hablar con él, una vez lo  reconoció en la cafetería. Con lo poco que la conocía, podía deducir que, seguramente esa vez hubiese seguido su camino, sin siquiera haberse molestado en verlo.

Pero... aunque todo aquello, aparentemente, tenía una razón justificable, no podía evitar que le entrara cierta sensación de que aquello sólo lo hubiese dicho por lástima.

Pues, ¿quién no? Si ya había dicho que estaba más solo que el propio desierto de Sahara en pleno verano. Y ni mencionar lo irónico que era el decir lo reconocido que era. Eso ya era como decir que era millonario y que no tenía para pagar la renta.

Simplemente, era absurdo.

Para suerte suya, al menos la soledad no le había quitado aquello tan resaltante y característico de éste. Esa sonrisa llena de entusiasmo y alegría siempre estaba presente en él. Y, a diferencia de muchos, él aún mantenía su positivismo aunque el mundo se fuera a acabar mañana.

Así que, aunque esas palabras amables de Mya pudiesen haber salido sólo por el momento, prefirió sonreír.

_Tu también me agradas, titilante...
_ respondió, revolviendo enérgicamente los lisos cabellos de Mya, quien ya en su rostro comenzaba a denotar cierto enojo_. Aunque seas un cangrejito gruñón todo el tiempo _bufó ahora divertido, recargando uno de sus codos en el hombro izquierdo de la que ahora ya estaba enojada.

Con el ceño algo fruncido, rodó los ojos hacia un lado aunque no estuviera a la vista del rubio. ¿Ya era en serio?

Apenas soportaba a que éste insistiera en seguirle llamando <<princesa>> aunque ya varias veces le había recriminado que no lo hiciera. Y que ahora le llamara cangrejo gruñón ya era suficientemente molesto. Nada más había bastado con que bajara su facha unos segundos para que el rubio aprovechara a darle apodos. Era fastidioso.

Aunque este en sí era más o menos acertado en la personalidad que siempre mostraba ella en la mayoría del tiempo. Sin embargo, no le gustaba ser llamada cangrejo.

Quiso entonces demostrar su molestia al de cabellos claros, girando su rostro hacia el de él como normalmente hacía cada que el rubio le daba el primer apodo. Pero, casi instantáneamente, su semblante se relajó, dejando ahora, en su lugar, un par de rosadas mejillas y unos ojos abiertos tal como los platos que estaban en la mesa.

Una Mirada ||Zac El Alba Y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora