Una Mirada ||Zac El Alba Y Tú

Capítulo 20

Su corazón galopó ferozmente dentro de su pecho en cuanto logró divisar la geométrica forma de la puerta perteneciente a la habitación del rubio, a apenas unos pequeños metros de distancia. Y no era necesariamente porque dentro de ella pudiese estar -seguramente- dicho chico.

No.

La verdadera razón, la daban sus inexpertas piernas. Y se dice inexpertas para no decir <<debilucha por falta de ejercicio>>. Aunque, eso de subir alrededor de cien escalones a trote, no era ningún juego se niños para cualquiera; menos para alguien que a penas contaba con la suerte de llegar viva a las diez vueltas que les hacía dar a través de la cancha, su profesor de educación física.

Se inclinó un poco para darle a su cuerpo el oxígeno suficiente para seguir, apoyando las manos en sus rodillas y así formar una especie de P  humana. Necesitaba descansar un poco, luego de la carrera dada. Inhalaba y exhalaba repetidas veces, normalizando despacio su respiración y pulso.

Era muy evidente que su capacidad aeróbica era una inmensa basura, no había porqué renegar que fracasaba en ese tipo de cosas; sin embargo, en cierto modo, le resultaba ventajoso.

Es bien sabido que las personas, cuando son muy malas en una labor, o simplemente ya sea que no puedan realizarla por X razón (en los casos en que posean la carencia de alguna capacidad normal, como el de la visión o el olfato), siempre tendrán un sentido más agudizado, con el fin de recompensar la poco óptima.

Pues, digamos que en su caso, al ser la peor de las atletas, tenía un buen sentido de la memoria. Cosa que justo ahora era sorprendente.

Sólo una vez había estado en esa casa. Una enorme casa de cuatro niveles, y, aún así, había encontrado hábilmente la recámara del muchacho. En cierto modo, podía ser espeluznante también.

Se incorporó, una vez su energía estuvo lo suficientemente restaurada, y se dedicó a romper la lejanía con esa puerta, la cual no estaba totalmente cerrada. Entre el umbral y ella se podía apreciar una abertura de unos cuatro centímetros, más o menos. Espacio suficiente como para poder pasar su mano por alli y parte de su muñeca.

Hizo amago de abrir la puerta, haciendo crujir un poco las bisagras debido al lento movimiento en el que la abría, pero paró en seco de inmediato, dejando la mano inmóvil sobre la madera, como si de pronto se congelara hasta los huesos. Bajó la mirada hacia sus pies, cubiertos por unos simples pero monos calcetines blancos, y se obligó a pensar en lo que estuvo a punto de hacer, cosa que la hizo avergonzar.

De no ser por aquel pensamiento fugaz en su cabeza, hubiera cometido el error de entrar, sin avisar, al cuarto de un chico. Y aunque el hecho de que estuviera abierto era una buena excusa que dar, no era bueno hacerlo sin permiso. Nadie sabía que podría estar haciendo él allí dentro. Podría estar cambiándose justo en ese momento, mientras ella se daba una regañina mental.

Así que para evitar cualquier altercado embarazoso, decidió cerciorarse de que fuera seguro. Cerró ligeramente la mano derecha y empezó la inspección, dando unos sonoros golpecitos a la pieza de sólido material liso, para luego acompañarlo con un llamado a su persona.

Uno. Dos. Tres... nada. El único sonido que provino de adentro fue un largo y prolongado silencio. Ni un pequeño golpe o sonido humano.

_¿Kaneguro san? _en el segundo llamado elevó un poco su voz, pensando que quizás no la había oído en la primera. Al mismo tiempo, acercó su oreja y la pegó a la puerta, tratando de oir con claridad lo que posiblemente pudiera ahogar esa larga tabla de madera. Los segundos transcurrieron y de igual forma nadie contestó.

_¿Zac? _ésta vez, probó con algo distinto. Y aunque quisiera hacerlo parecer como una pregunta, no pudo evitar el no omitir su tono de voz fastidiado. Cabía decir que ya estaba impacientándose de tanto tener que esperar a que el rubio de dignara a, por lo menos, abrir la boca y articular un <<adelante>>  o lo que sea para saber si podría entrar.