CAPÍTULO 1

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7:35 am de la mañana, hora pico para las personas adictas al café que llegan tarde al trabajo.

7:35 am es la hora en que la cafetería está llena, las personas necesitan cafeína casi tanto como el oxígeno.

Voy tarde, mi jefe me va a matar. Entro corriendo a la cafetería, ya debería estar detrás de la barra, preparando órdenes.

- ¡Permiso! - grito a quien se me atraviese.

Unos cuantos metros más y con suerte conservaré mi empleo. Festejo mentalmente, mi última llegada tarde terminó con un cliente muy enojado y mi uniforme estropeado.

Mi gloria se ve estropeada por muro trajeado de casi dos metros.

El americano del tipo cae a nuestros pies, y su camisa queda totalmente manchada. ¡Oh no!

- Lo siento muchísimo, señor. – tomo servilletas de la mesa más cercana y comienzo a limpiarlo. - De verdad discúlpeme, no lo vi.

- Claro que no lo hiciste. – comenta despectivo. No sé si fue el tono que utilizó conmigo, o lo grave de su voz, pero lo que sea que fuese, me hace levantar la vista. ¡Dios mío, es guapísimo! Tez apiñonada, pelinegro, cejas poblabas, grandes pestañas, y profundos ojos grises, tan oscuros que parecen casi negros. – Tallar solo lo empeorará. – me quita la servilleta de la mano. – Además, no pasa nada, tengo un traje extra en mi auto. – me sonríe, o eso creo. Le presto más atención al horripilante hombrecillo de nariz grande y cabeza calva que se dirige hacia mí con gesto furioso.

Mi jefe.

- ¡Katrina Davis, estás despedida! – grita, colérico. – Entrega tu delantal. – empiezo a hiperventilarme. No puedo perder el empleo, es lo único que me evita vivir en la calle.

Siento mis manos sudar y los ojos se me llenan de lágrimas.

- No tengo tu tiempo, niña, ¡Dámelo! – exige.

Le entrego el delantal y salgo del establecimiento.

Dejo escapar el aire contenido y las lágrimas empiezan a caer hasta convertirse en un río sobre mis mejillas.

¿Ahora qué haré? ¿Cómo mantendré a mi hija, las medicinas de mi abuela y la renta de mi departamento?, con el sueldo de mi madre no bastará.

- ¡Katrina! – grita una voz masculina a mi espalda. Al voltear me encuentro con el hombre al que le he derramado el café. – Lo siento muchísimo, no era mi intención que la despidieran.

Contengo el llanto y exhalo.

-No fue su culpa. Sinceramente era algo inevitable, iba a suceder en cualquier momento.

- De igual manera me siento culpable, pude hacer algo para detenerlo, déjeme hacer algo por usted. – frunzo el ceño, confundida.

- ¿Cómo qué? – inquiero, desconfiada.

- Darte empleo. – responde como si fuera obvio. – Ahora mismo necesito una asistente.

Río nerviosa, ¿Qué rayos está pasando?

- Ni siquiera sé quién es.

-Permítame presentarme, Valentino Rossi, dueño de las empresas de telecomunicación y transporte Rossi. – extiende su mano y la estrecho.

Lo miro perpleja.

- ¿El dueño de esas empresas no se llama Alessandro?

-Alessandro Rossi. – asiente. - Es mi padre. Su retiro aún no se ha anunciado, me ha nombrado presidente interino por el momento. – explica. Comienza a alejarse. – Ve por la mañana, tendré los papeles listos para que los firmes.

Roma: pasión y balasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora