Capítulo 1

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«A VECES LOS LOBOS SE CANSAN DE FINGIR SER OVEJAS»

Viernes 21:59

No era una broma de pésimo gusto para los de último año, tampoco algo que orquestó Carlos para asustarme; eso me quedó claro, cuando una mano rápida y desconocida me atacó por detrás, e intentó cubrir mi boca con un pañuelo blanco que olía a medicina experimental. Mi espalda golpeó su pecho, el de éste era igual de delgado y poco fornido como el que toqué hace minutos, cuando creí que la oveja disfrazada de lobo era Carlos. Fue silencioso. Su movimiento veloz me tomó por sorpresa, no me dieron la oportunidad de defenderme, no justamente. De haber sido una pelea cuerpo a cuerpo hubiera ganado. Tengo entrenamiento militar; sin embargo, jamás he disparado en mi vida, aunque sea buena con las armas de fuego, sepa identificarlas, desarmarlas y volverlas a armar, nunca me di la oportunidad de empuñar una pistola e ir a las practicas de tiro como el resto de mis compañeros. Ahora me encantaría tener en mi poder algún objeto punzocortante, o, haberme dado el chance de aprender más sobre lo que era obvio que necesitaba para sobrevivir, siendo mi padre una figura pública e importante, y yo alguien a la que claramente jamás le dio un guardaespaldas competente que se ocupara de mi seguridad personal. Sólo tengo a Jackson, y él no es precisamente una máquina de batalla, mi padre sólo lo contrató para hacerme de niñero.

Y yo le había dado el día libre justamente hoy al niñero. Maldita sea.

No tengo la oportunidad de cambiar la dirección de éste, ahora impredecible camino, que sólo apunta a una sola palabra que se repite sin parar en mi cabeza: «Muerte».

—¡SUÉLTAME! —grito y me zarandeo como pez fuera del agua, tratando de quitarme de encima al sujeto a mis espaldas que quiere dormirme—. ¡MALDITO, SUÉLTAME! —bramo con la garganta exigiendo por agua, aunque sepa que el único líquido que pronto saborearé será el de mi propia sangre.

El lobo feroz —que confundí estúpidamente con Carlos— observa complacido la escena que se desarrolla delante de él, impasible, con ambas manos detrás de su espalda, mira atentamente todos y cada uno de los movimientos que lanzo, o, los que trato de llevar a cabo, como sí le entretuviera que éste fuera el momento más aterrador de mi corta existencia. Me alegra no estar llorando, aún. Sé que las lágrimas saldrán por arte de magia tarde o temprano, pero me alegra que mi dignidad quede intacta por el momento. No quiero ser débil. Pero..., ¿cómo puedo aparentar fortaleza, cuando ni siquiera puedo quitarme de encima a este tipo? Es fuerte, aunque sea flácido y algo torpe. Al menos, consigo quitarle el pañuelo de la mano, y morderlo con maña. Ojalá le haga un daño permanente en su mano.

El lobo parece un sensei en esa postura de Miyagi, pero sin la fachada espiritual.

«¡Es un maldito loco!».

—¡DÉJAME! ¡SUÉLTAME! —grito con ganas, con toda la intención de que la fiesta de allá abajo me oiga; pero no hay nadie que acuda a mi auxilio, estoy sola—. ¡HIJO DE PUTA! —rujo como un perro rabioso. Actúo por instinto, la parte de atrás de mi cabeza golpea el labio o la nariz del tipo a mis espaldas. Sé que lo he herido porque escucho su gimoteo, a pesar del zarandeo que libramos. «¡Qué bueno!». Aun así, no me suelta, es más, se aferra aún más a mi tórax, logrando inmovilizar mis brazos. Pero no mis piernas, así que hago buen uso de ellas, dentro de lo que cabe—. ¡SUÉLTAME, CABRÓN DE MIERDA!

El lobo que presencia todo, ni se inmuta. Mis gritos son imparciales para alguien con su mentalidad.

Pasos apresurados suben las únicas escaleras del tercer piso.

«Bendito sea Dios, estoy salvada», pienso.

—¡AUXILIO! ¡AUXILIO! —grito a todo pulmón, a quien sea que haya escuchado mi auxilio—. ¡POR FAVOR! ¡AYÚDENME!

Mi garganta y pulmones arden. Mis ojos se llenan de lágrimas victoriosas, y corro el riego de echarme a llorar en cualquier momento, ¡pero de alivio! Nunca me sentí tan desesperada como hace minutos, creí que éste sería el final de una vida que apenas comienza. Me niego a derramar una sola lágrima. No es el momento de mostrar temor, es el momento de ser estoica y tragarme los miedos que afloran en mi pecho. Ya me concentraré en deshidratarme después, cuando me encuentre a salvo en los brazos de mis amigas y novio, o cuando estos dos estén presos por intento de secuestro.

La pesadilla pronto acabará.

Si tú lo haces solo es difícil, pero cuando todos te ayudan... todo es posible. «¿De dónde me sale la mierda positiva ahora, en este momento de crisis?».

—¡Ayuda, por favor!

Dos muchachos con máscaras de lobos, acuden a mi auxilio. Pero, ¿qué diablos? ¿Acaso esta era una fiesta de disfraces, y yo ni enterada?

—¡Quieren secuestrarme, por favor!

Ambos enmascarados —uno de ellos trae una mochila— miran con atención la escena, como el tipo que confundí con Carlos. No les veo la cara o el color de su pelo. Ahí es en donde me doy cuenta de que sus disfraces... son iguales que el del primero y, posiblemente, el que está peleando por someterme.

«¿Quiénes son?».

¿Por qué no hacen nada para quitarme de encima a este imbécil? ¿Por qué sólo se quedan ahí parados sin hacer nada? ¿Qué hace uno al lado del que parece ser el líder, y el otro situado a su izquierda, con ambas manos igual detrás de la espalda, como si los tres... No, como sí los cuatro se conocieran?

«¡¿Qué carajos está pasando?!».

—¿Qué mierda? —mascullo. Verlos a los tres ahí de pie, sin ninguna intención de ayudarme, me destroza las cuerdas vocales—. ¡¿Por qué no me ayudan?! —vocifero.

Y entonces... ocurre lo inimaginable, él que está a la izquierda del primer lobo, saca una botella de vidrio trasparente de su mochila, puedo ver el líquido que parece agua desde aquí. El líder saca un pañuelo de su bolsillo, moja un pedazo de tela y, se acerca a mí, pone sobre mi nariz y boca el pañuelo que corta mis vías respiratorias por segundos, y me obliga a respirar el extraño aroma que descubro que es un somnífero.

Me resisto, aun cuando tengo todas las de perder. Intento darle una patada en los bajos al lunático de rosas marchitas, pero me es imposible cuando el sueño comienza a apoderarse de mí. Me entrego a la pasiva oscuridad sin poder impedirlo, como normalmente haría con dientes y uñas aferradas a mi almohada. Como me gustaría estar en mi cama y despertar.

—Descansa, mi Belladona —lo oigo decir, antes de caminar por el túnel oscuro que me conduce a mis tranquilos sueños, amenos a la realidad.

Mis ojos se cierran, y mis fuerzas fallan.

Dos están bien, pero... ¿cuatro? [Poliamor #2] (BORRADOR) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora