Capítulo 34

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«SEMANA DEL INFIERNO:

(2.º) DÍA CON ALLEN»

Fragmento de:

Las Amistades Peligrosas

por

Pierre Choderlos de Laclos.

"Cien veces ha dicho usted que no quería una felicidad comprada con mis lágrimas. ¡Ah! no hablemos ya de felicidad; pero déjeme a lo menos que recobre alguna tranquilidad. Si usted me concede lo que le pido, ¡qué nuevos derechos adquirirá sobre mi corazón! Y si éstos se fundasen sobre la virtud, no podré menos de aceptarlos. ¡Cuán agradable será mi reconocimiento! Le deberé la dulzura de gozar sin remordimientos de un delicioso placer, cuando ahora, por el contrario, horrorizada de mis pensamientos, tiemblo ocuparme igualmente de usted que de mí. La idea sola de usted me estremece, y cuando no puedo echarla de mí, trato de combatirla; no la dejo, pero la rechaza.

¿No sería mejor para ambos el hacer cesar este estado de turbación y de ansiedad?".

Ésta no es la reacción que esperaba, cuando se puso encima de mí, y descubrió la sábana que sostenía a la altura de mis pechos.

Pensé que los manosearía, que tocaría mis traidores montañas y me haría abrir las piernas en contra de mi voluntad; pero no... Nada de eso pasó. Sólo se quedó mirándome, casi admirando mis turgentes senos, que iban de arriba abajo por culpa de la irregularidad en mi respiración.

No pude disimular el miedo.

Quizás fue el terror en mis ojos, cuando lo vi lamerse los labios con vicio, lo que hizo que se retractara de cualquier contacto lascivo a mi desnudez.

En su lugar, cubrió de nuevo mi laxo cuerpo con la sábana, y se dedicó a leerme su libro favorito, la razón por la cual ha decidido llamarme Madame como apodo cariñoso.

Sigue leyendo. De vez en cuando, levanta la vista de las páginas gastadas de su libro, para poder mirar la reacción en mi cara mientras cita la trágica historia de amor entre una condesa y un maldito hosco que se aburre con facilidad de sus mujeres.

Me recuerda un poco a ellos, a los cuatro hombres que me han robado la libertad; pero en diferentes partes de su personalidad.

Me extraña que no esté muerta del sueño o dormitando contra la almohada. Naturalmente, cuando alguien ameno a mí lee o empieza a relatar sobre algún pasaje que le guste: me quedo dormida en un dos por tres. Una vez, Carlos intentó que leyera a Pablo Neruda y sus poemas, pero no pude pasar de la página tres. Me aburrí, y, cuando me preguntó qué me había parecido la primera lectura, le mentí y dije que me había encantado. No tuve el valor de enfrentar la realidad: no me gusta leer. Busqué opiniones en internet para fundamentar mi argumento, y al final, se creyó que había leído el poemario de pies a cabeza.

Pero... yaciendo aquí, con el corazón latiendo como un loco, por saber qué sucederá después con la sumisa condesa y el maldito conde, me doy cuenta que... a lo mejor no me gustaba leer porque no tenía el libro correcto en mis manos, o, en este caso, escucharlo con atención de un chico castaño de aroma a vino.

Miro con detenimiento la textura suave y lisa de sus labios, el modo en cómo se mueven mientras habla, y cómo la comisura de su boca se arruga al sonreír en ciertas partes del libro.

Puedo ver sus besos, los que desearía darme y aún no puede. Y el respeto que emanan los poros de su piel, cuando levanta la mano en mi dirección, pero sólo para apartar un mechón rebelde de mi cara y ponerlo detrás de mi oreja.

Dulce... Eso se sintió acogedor.

Allen termina de leer, y me mira con una sonrisa adorable en los labios...

¿Adorable? ¿Qué...?

—¿Te gustó? —pregunta, curioso y un poco entusiasmado.

Asiento en respuesta mientras gesticulo un simple:

—Ajá.

Estoy un poco mareada y siento piquetes raros en el vientre y la vagina. Oh no, otra vez esa sensación rara en mi sexo. Me siento vacía, insatisfecha y algo estresada... sexualmente. Y lo peor es que él ya se dio cuenta de que algo anda mal con mi cuerpo. ¡La madre que lo parió! ¿Qué pasa? ¿Mis gestos son así de obvios?

Se aproxima como un león en celo, —¿Te duele algo?

Me hago la idiota, —N-No... —titubeo.

Está a punto de lanzar sus garras cuando lo interrumpo:

—Tengo hambre.

Eso lo detiene y vuelve a su posición actual. La ambrosía en sus ojos aminora cuando posa sus ojos en mí y, sonríe con igual diversión, como si le gustara que le dé largas a nuestro inevitable encuentro.

—Te traeré algo de comer.

—Ajá —respondo, simple y escueta. No quiero que él note lo mucho que me afecta su reciente cercanía y alejamiento.

La tonta que habita en mí, levanta la vista y, en lugar de maravillarse con la vistas, lo que termina haciendo la bruta de mí es babear por un rato, antes de bajar la cabeza y maldecirme por ser tan obvia.

Me lleva...

Y el hecho de que esté desnudo no ayuda a que mis neuronas conecten y pueda concentrarme en mi estúpida huelga de «sin sexo» con ninguno de ellos, en lo que este trato expira con sus condiciones.

Carajo, debí hacerlos pactar un acuerdo con su sangre.

Técnicamente lo hicimos cuando los besé en la mejilla; pero, aun así, nada me bastaba redactar una especie de contrato en donde yo pondría los términos y condiciones por escrito, en lugar por hablado a modo altanero.

Es que todo sucedió de manera improvisada.

Lo admito, no fui muy inteligente en esa área de manipulación; aún me queda mucho por aprender. Si Donnie o Mike me chantajean, como Allen anteriormente, no sé cómo reaccionará la parte desquiciada que vive en mí.

Cada minuto que paso en esta jaula de oro, se alimenta una miga a la vez mi loro alborotador. O sea: ¡me estoy volviendo una demente!

Por lo pronto, Allen no me ha hecho nada; pero no sabré cómo reaccionará mañana Donnie o, incluso el mismísimo Mike. Miedo me da lo que vayamos a hacer cuando sea el día del rubio.

Pero... me preocuparé por eso después. Ahora mi deber es mantener mis sentidos alertas, mientras siga siendo el día de Allen. Mi 2º día en esta semana del infierno, que no me parece tan difícil de sobrellevar... ahora que lo pienso.

—No te muevas —me pide—. Ya regreso.

Se pone sus bóxers y sale de la habitación.

Fiu...

¡Santo Jesús, qué calor!

Al menos, la excusa de rugir las tripas funciona a mi favor, por un tiempo, porque cuando vuelva con mi plato de, quien sabe qué contenido, se me acabarán las ideas para seguir rehuyendo su contacto.

Y no creo seguir soportando las punzadas en mi clítoris por más tiempo.

Dos están bien, pero... ¿cuatro? [Poliamor #2] (BORRADOR) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora