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«LA DUCHA»
Lo odio. Lo odio demasiado. Odio como me hace sentir su potente erección, y el modo en como la punta de su enorme miembro presiona contra la entrada de mi estrecho ano, obligándolo a abrirse con dificultad mientras mis gritos de dolor infestan el cuarto de baño.
Nunca antes me han hecho sexo anal. Ni siquiera lo he practicado con Carlos, el hombre de mi vida. «Carlos.» Tengo que pensar en él, en el amor de mi vida. No en este lunático de ojos azules que me ha robado la libertad y fragmentado la conciencia moral. Necesito retener imágenes mentales del pene de mi novio, mientras sufro esta práctica forzada de sexo, no sustituir la cara y el cuerpo desnudo de mi chico por el de este psicópata violador.
Eso es lo que está haciéndome: violando mi virginal cuerpo. No puedo permitir que esto me guste, por mucho calor que sienta hacia sus estocadas y dominantes manos, que masajean mis pechos y picos estimulados por su sucio manoseo... No, no puede gustarme esto. A mí jamás se me ha dado ser la sumisa de nadie. Esto no es sano y no me gusta.
No me gusta. No me gusta.
Intento mentirme, decirme que esto es una pesadilla en lugar de una fantasía realizada, pero no puedo poner palabras en mi boca que impidan este horrible y estimulante orgasmo que se avecina.
—Basta —le pido en un sollozo, pero mi entrecortada voz me traiciona—. Basta, por favor.
Me encojo por el miedo, y mi culito tiembla y retrae con impedimento su grueso pene.
Me duele... Me duele mucho...
Pero no puedo hacer nada. No puedo moverme. No puedo impedir lo que está pasando. Mis manos están inmovilizadas, arriba de mi cabeza, atadas con una maldita toalla de manos que me mantiene inmóvil en el perchero de la puerta del baño, mientras él continúa hundiéndose en mí.
Lágrimas desesperadas y angustiantes caen por mis mejillas. Me atraganto con el nudo en mi garganta. Mi piel arde. El dolor expresado en llanto quema la piel debajo de mis ojos. Mis pezones endurecen, y mi vagina se contrae. El hijo de puta rastrero debe leer mentes, porque inmediatamente desciende una de sus mastodontes manos por mi vientre hasta llegar a mi pubis depilado. Sus dedos juegan como un par de pies hasta llegar a mi zona íntima y acariciar los pliegues de mi entrada. Me humedezco. Lo hago por el maldito morbo y la sensación de vulnerabilidad que experimento por su causa, no porque lo quiera o me parezca sano dejar que me toquetee un completo extraño.
Su pecho se pega aún más al mío. Su miembro se hunde sin recelo aún más en mi tierno culito. De mi boca sólo escapan sollozos y jadeos. Estoy estrecha. Soy virgen. Nunca antes he sido penetrada por ningún lado. Practico sexo oral con mi novio porque sólo así consigo que termine satisfecho, y para mantenerlo entretenido por su puesto. Pero de ahí en fuera nada.
Sonríe contra los rizos alborotados de mi pelo, mientras termina de unir nuestros cuerpos, y sus dedos no dejan de juguetear en mi interior y presionar mi clítoris hinchado y rosado.
Un nudo conocido en mi vientre se instala en mi cuerpo, dejándome en claro que este camino me llevará hacia un brutal orgasmo.
Me besa la coronilla, y manosea sin pudor o respeto hacia mí o mi cuerpo poseído por su virilidad entre mis nalgas. Sonríe de placer contra mi pelo, y a mí se me asaltan las lágrimas. Juega con mi clítoris y los picos sensibles de mis senos, mientras continúa respirando con dificultad y yo lloro en un desespero culposo.
«Culpa.» Soy culpable. Yo tengo novio. Se supone que lo amo a él, que lo deseo a él, que lo anhelo a él y a su cuerpo. No a Mike, no a su cuerpo o su anatomía. Es un pinche psicópata. No puedo controlarme ni tantito o qué me pasa. ¿Por qué siento esto? ¿Qué me está haciendo?
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Dos están bien, pero... ¿cuatro? [Poliamor #2] (BORRADOR) ✔️
Teen FictionSucedió durante la noche de graduación, la noche en la que me creí invencible, la noche en la que creí que cambiaría mi vida para bien, no para mal, la noche en donde conocí a aquellos cuatro misteriosos con caras de lobos que me arrebataron mi vida...