Capítulo 59

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«EL PRINCIPIO DEL FIN»

Su exabrupto es natural, así como la reacción que esperé de él, cuando le revelara que estoy embarazada.

No esperaba menos de un hombre que se enamoró de mí cuando apenas tenía un día de nacida. Carlos y yo éramos unos tiernos bebés cuando nos conocimos, gracias a una cena que organizaron sus padres, para conocer a la futura heredera del imperio de Bruce Heathcote.

Él siempre ha sido dos años mayor que yo; pero decidió esperarme para ir juntos a la universidad, así lo decidimos. Nuestro noviazgo y matrimonio se arreglaron el día que mi madre se enteró de que estaba embarazada. Mi padre y el suyo iban a unir sus empresas cuando Carlos y yo nos casáramos.

Según cuenta su madre —mi antes suegra— y nunca se ha cansado de rememorar, es el instante en que Carlos me vio en los brazos de su antigua Nana, tuvieron que prestársela a Bruce porque él no tenía ni ánimos o ganas de atenderme o conseguir a alguien de confianza para que lo hiciera.

Cuando ella se inclinó delante de Carlos para que me conociera de cerquita, y supiera que este bebé sería su futura amiga, novia, esposa y madre de sus hijos, me contaron que Carlos quedó hipnotizado por mi carita, por mis manitas, por mis piernas inquietas y cuerpecito de gusano. Dijeron que él sólo me miró, que me picoteó los ojos para que los abriera y pudiera apreciar —según las palabras de un niño de dos años— a su hombre fuerte y grande que vencería dragones por ella. Pero consiguió la reacción contraria de mi parte porque..., en lugar de abrirlos con parsimonia, los cerré con una fuerza que presagiaban los chillidos de un bebé al que le dan su primera nalgada. Chillé y grité mientras movía mis bracitos y piernas dentro de ese bonito vestido. Y Carlos, cómo no, también comenzó a llorar.

¡Qué buenos tiempos eran aquellos en donde aún no tenía consciencia de lo que sucedía a mi alrededor!

Ojalá me hubiera quedado como un tierno bebé para siempre. Me hubiera encantado morir de apenas un año de nacida. Así me estaría evitando presenciar esta escena.

Porque la cólera brilla en sus pupilas, la paciencia que antes demostró ante mí cuando le conté que estoy enganchada y enamorada de mis chicos, el amor que me prometió y atesoró por dieciocho años, es firmemente olvidado cuando se levanta de golpe, me mira con esa rabia que sólo un perro incrementa cuando le prohíbe el paso a otro dentro de su territorio, y la jarra de plástico vuela por los aires y su contenido se desperdicia y esparce encima de las losetas, y corre el agua por sus esquinas, opacándolas y mojándolas.

Su ira descomunal irradia e incendia incluso las cortinas por las que soplaba —hasta hace poco— una brisa exquisita que ahora congela mis pulmones cuando inhalo, consiente de lo que una noticia puede ocasionar en un corazón destrozado y consumido por los celos.

La esperanza de recuperarme se esfuma de sus pupilas cuando el «Estoy embarazada» es pronunciado precisamente por la chica de la que está perdidamente enamorado.

¡Ya no hay vuelta atrás!

Ahora lo sabe todo, incluso el secreto con el que nunca pensé confrontarlo.

¡Qué horrible manera de terminar con alguien!

Pero yo lo ocasioné, accedí que así se dieran las cosas. No iba a quejarme por algo que había hecho a toda consciencia y con posibles escenarios para esta situación. Además, no es el momento de ponerme digna o a llorar, no tengo ningún derecho.

¡Qué me grite, si tiene la necesidad! ¡Qué me destroce el alma, si hacerlo le produce alguna satisfacción! ¡Qué me maldiga, si eso aplaca su furia! ¡Qué me insulte, si lo compensa de alguna manera!

Dos están bien, pero... ¿cuatro? [Poliamor #2] (BORRADOR) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora